El partido pandilla

ABC 14/02/17
IGNACIO CAMACHO

· El mejor Pablo Iglesias es el que se equivoca. Sus decisiones más útiles para el país son sus errores estratégicos

EL Pablo Iglesias más útil (para el país) es el que toma decisiones equivocadas. Su mayor acierto fue un error para sus intereses: negarse hace un año a votar la investidura de Pedro Sánchez. Un Gobierno presidido por Míster No y dirigido en la práctica por Iglesias hubiese sido una hecatombe nacional que además habría tumbado de rebote a Albert Rivera. Pero el líder de Podemos, seducido con veinte años de retraso por la estrategia de Julio Anguita, apostó por la repetición electoral y perdió el órdago. No tanto en beneficio del PP como de España.

La del congreso de Vistalegre II ha sido otra equivocación sonada. Eligió la fecha para contraprogramar la aclamación rutinaria de Rajoy bajo el argumento de que los ciudadanos pudieran contrastar dos modelos de país y de política. Y ha salido zarandeado del trance porque, en efecto, eso es lo que han visto los españoles que miran con los dos ojos. De un lado, un partido compacto, profesionalizado, con experiencia, asentado en una rocosa implantación y alineado en formación de combate. Del otro, una gresca cainita de facciones enfrentadas a estacazos, retransmitiendo su pelea por todos los medios analógicos y digitales a su alcance; un partido-pandilla prematuramente envejecido, entregado al debate narcisista sobre su propia naturaleza y enredado en una riña de asamblea de Facultad. Los asesores del presidente –si Rajoy se dejase asesorar– no habrían sido capaces de encontrar un relato mejor para disimular la atonía del liderazgo marianista.

Ante la incomparecencia del PSOE y la escasa relevancia de Cs, Iglesias le ha entregado al PP, envuelto en celofán, el discurso que necesita. El de la garantía de estabilidad frente al revoltijo neocomunista. Con eso venció en las últimas elecciones apelando –¿quién ha dicho que no maneja el voto emocional?– al poderoso instinto conservador de las clases medias. Pero ahora, además, Podemos se ha autolesionado con la división interna, el error que más castiga históricamente el cuerpo electoral. Y de paso ha laminado al sector de apariencia más moderada para quedarse con los Urbán, Cañamero, Monedero y demás selecta compañía. A poco que los socialistas sean capaces de evitar el canibalismo y recompongan algo parecido a un proyecto, podrán volver a arrinconar a sus rivales ideológicos en la marginalidad donde siempre mantuvieron encerrada a Izquierda Unida.

Con todo, tanto al centro-derecha como a la socialdemocracia les hace falta algo más que los errores podemitas. Para disipar el voto del descontento es menester extirpar sus raíces –la corrupción, la desigualdad, la precarización– sociales y políticas. Mientras esos males subsistan lo hará también una bolsa de resentimiento rupturista. Al adversario no hay que entretenerlo cuando se equivoca, pero como todo el mundo acierta alguna vez por casualidad tampoco conviene ofrecerle rendijas.