El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA

Sea cual sea el resultado de la investidura, la economía seguirá pujante, los españoles se levantarán para ir a sus trabajos y el país funcionará… por inercia

Dicen que la política es el arte de lo posible, pero no parece que las posibilidades sean infinitas ni que estas lo sean por siempre. Afortunadamente o no vivimos en un mundo cada vez más previsible y la acción política se ve sometida a múltiples condicionamientos que impiden la improvisación y la aventura. El sistema del que formamos parte funciona como un seguro de vida ante la temeridad o como un piloto automático, si se prefiere. No obstante, no comparto la creencia de Pangloss, el personaje volteriano de la novela ‘Cándido’, quien creía vivir en el mejor de los mundos. Pangloss pensaba que todo cuanto acontecía, ocurría por alguna causa justificada y que incluso la maldad y el fracaso constituían una oportunidad. El optimismo antropológico es una irresponsable perversión política pero, pese a todo, existe el sistema que nos contiene y nos conduce como el piloto automático a los aviones.

España vive un periodo histórico dominado por la inestabilidad política y no parece que vayamos a salir de ella en breve. Afortunadamente existe Europa y existen las instituciones internacionales que nos cobijan en estos tiempos de zozobra e incertidumbre. España crece y se desarrolla a pesar de una clase política mediocre, cuando no corrupta, que no acierta a ponerse de acuerdo para salvaguardar el interés general. Contra todo pronóstico, la economía española seguirá creciendo por encima de los países de su entorno y lo hará por inercia. El mérito corresponde no a los políticos, sino a la denostada clase empresarial que brega por sus empresas en medio de la incertidumbre política y la voracidad extractiva de nuestras administraciones. El mérito, de haberlo, corresponde a una potente sociedad civil que trabaja y vive en una coyuntura que no es la mejor de las posibles.

España es la cuarta potencia del euro y según el FMI su crecimiento continúa en cabeza de los países desarrollados: 2,3% en 2019 y 1,9% en 2020. El incierto desenlace del Brexit y la tormentosa situación del comercio mundial, con la guerra económica entablada entre China y USA, han ralentizado las economías de todo el mundo, pero España sigue creciendo. Sánchez no puede vanagloriarse de estas expectativas, ya que obedece a una inercia anterior a él y si el crecimiento de la economía española es una realidad, lo es a pesar del bloqueo político y a la ausencia de consensos básicos a los que la clase política nos tiene condenados.

En el año 1978 se configuró un sistema político basado en una Constitución que algunos, ahora, pretenden ignorar o socavar. La España de 2019 poco o nada tiene que ver con la de la transición

y el extraordinario cambio operado es tan solo atribuible al contrato social y político que nuestra Constitución generó. Este contrato representa el venero del que han fluido el impulso, la innovación, la modernidad y la convivencia que han hecho posible el que nos hayamos convertido en la cuarta potencia de la economía europea. Este contrato, sin embargo, corre el peligro de desvanecerse y, de hecho, es objeto de una grave usura que en Cataluña ha producido ya una crisis política sin precedentes. Entre los peligros que acechan al contrato constitucional cabe señalar la existencia de partidos políticos que tienen como principal objetivo el desistimiento del contrato constitucional que nos ha conducido hasta aquí. Si de ellos dependiera, la Constitución de 1978 sería abrogada para satisfacer sus apetencias políticas inmediatas y España entraría en una fase incierta, donde peligrarían todas las inercias positivas desencadenadas por el pacto constitucional que las hizo posibles.

Hace un año, Pedro Sánchez se alzó con el poder gracias al apoyo de todos aquellos que desean ver finiquitada la Constitución que sacó a España de su postración. Nacionalistas los unos y populistas los otros, todos ellos combaten el sistema actual que nos acoge. Parece cierto que Sánchez hubiera preferido no depender de quienes desean ver arruinado nuestro sistema, pero está dispuesto a repetir su alianza con ellos con tal de continuar en el poder. Hubiera preferido gobernar sin socios molestos, pero su pasión por el poder es superior a su razón política y todo cuanto se oponga a ella es objeto de remoción.

Gobernar en coalición con Unidas Podemos y dependiendo de los votos del secesionismo es una aventura destinada a provocar inestabilidad y derivas políticas difíciles de controlar. La cohesión territorial se verá cuestionada, el rigor fiscal se resentirá y la convivencia entre españoles se degradará, así como el prestigio internacional de la nación. Pero al parecer ninguna de estas cuestiones parece arredrar al nuevo Pangloss afincado en La Moncloa. El maestro de ‘Cándido’ confiaba en el destino como talismán de un mundo mejor y Pedro Sánchez confía en su buena estrella para construir la mejor de las Españas.

Cuando escribo estas líneas todavía se desconoce el resultado de la votación de la investidura de Pedro Sánchez en el Congreso, pero sea cual fuere estoy persuadido de que España no se hundirá en el caos ni los españoles vayamos a padecer más infortunios que los que nos merecemos. El piloto automático de nuestro sistema político seguirá funcionando. El problema, sin embargo, como diría Oteiza es: ¿Quousque tandem?