Jorge Galindo-El País

El presidente ha decidido formar un Gobierno de doble filo, diseñado tanto para hacer cosas (políticas) como para llegar a elecciones si es menester

Pedro Sánchez se enfrenta a un multipartidismo a medio cocer. Tras dos elecciones generales y una moción exitosa, hemos aprendido que para gobernar hacen falta apoyos mestizos y que éstos pueden ser cambiantes. Pero los cuatro partidos principales siguen teniendo más incentivos para enardecer a sus votantes de base que para llegar a acuerdos de largo plazo.

Esta orientación hacia la política, en lugar de hacia las políticas, resulta de la fluidez de su posición en las encuestas, que los mantiene en una horquilla en la que todos ellos podrían luchar por liderar su propio bloque ideológico… o perderlo para siempre. La incertidumbre constante sobre la siguiente fecha electoral acentúa tanto el deseo de triunfo como el miedo de derrota.

En este entorno, Sánchez ha decidido formar un Gobierno de doble filo, diseñado tanto para hacer cosas (políticas) como para llegar a elecciones si es menester (política). Un Gobierno que, además, ha dejado clara cuál es la diferencia estratégica fundamental entre PSOE y PP: mientras el segundo se encuentra en una esquina ideológica, el centro-izquierda es pivotal. Así, puede ofrecerse a derecha e izquierda, hacia el centro y hacia la periferia.

De hecho, algunas de las formaciones que ofrecieron apoyo a Sánchez hace tan sólo una semana no han tardado en mostrar hoy su descontento ante lo que consideran un Gobierno en exceso centrista. Y este baile medido no se detendrá aquí: en breve veremos sus pasos hacia un lado y hacia el otro, con propuestas difíciles de rechazar para los socios de moción a veces, para Ciudadanos o CC en otras ocasiones.

En el mejor de los casos, este juego de geometría variable producirá ciertas reformas que rebajarán la orientación electoralista de nuestro multipartidismo, quizás incluso estabilizando la fluidez demoscópica. En el peor, nada cambiaría y Sánchez acudirá a elecciones con un mensaje nítido: lo intenté, pero no me dejaron. Es la esencia de ser pivotal: una maldición en la oposición, pues obligaba al PSOE a tomar decisiones tan difíciles como la de abstenerse o no en una investidura ajena, pero una bendición en el poder.