El PNV y el salchichón

LIBERTAD DIGITAL 27/06/17
CAYETANO GONZÁLEZ

· El PNV sigue teniendo el mismo ideario independentista de siempre. Y si renunciara a él no sería el PNV.

Menos mal que el fin del bipartidismo iba a suponer, entre otras cosas, que los nacionalistas de uno y otro signo no fueran tan determinantes en la gobernabilidad de España. De momento, el apoyo de los cinco diputados del PNV a los Presupuestos Generales del Estado nos va a costar la friolera de 4.000 millones de euros. Algo que a Rajoy no le debe de quitar el sueño.

Habrá que reconocer al PNV una capacidad de saber sacar el máximo provecho a las situaciones políticas más dispares pactando con quien haga falta. Hagamos un somero repaso a su actual política de pactos: están en el Gobierno de Vitoria gracias al apoyo del PSE; también en las diputaciones forales y en los ayuntamientos más importantes del País Vasco han pactado con los socialistas cuando lo han considerado necesario; en Madrid, apoyan al PP y a Rajoy a cambio de los ya citados 4.000 millones de euros. Y en Navarra gobiernan con el apoyo de Bildu y Podemos. ¿Hay quien dé más?

Esta versatilidad para estar en todos los pactos la explicaba hace días, un poco a la vasca, Juan María Atutxa, exconsejero de Interior del Gobierno vasco: «Nosotros sacamos ahí lonchas de salchichón que no se pueden despreciar». Tiene razón Atutxa. El problema es que el salchichón ha tenido a veces un precio desorbitado y en otros casos incluso ha sido inmoral.

El PNV, al que en los círculos políticos y mediáticos de Madrid se ve ahora como un partido sensato en comparación con los que desde Cataluña plantean la separación de España, sigue teniendo el mismo ideario independentista de siempre. Y si renunciara a él no sería el PNV. De ahí que necesite de vez en cuando llevar a cabo gestos como el que tuvo la pasada semana el lehendakari Urkullu, que se desplazó a Barcelona para hacerse la foto con Puigdemont y defender el derecho de los pueblos a decidir.

El otrora su sindicato hermano, ELA-STV, ya ha anunciado que va a meterle toda la presión que pueda en la calle para que apueste por la vía catalana y plantee para el País Vasco un referéndum de independencia como el de Puigdemont y Junqueras. A esta idea ya se han apuntado con entusiasmo el sindicato genuino de la izquierda abertzale, LAB, y, por supuesto, Bildu. La historia reciente demuestra que cuando el PNV ha tenido que optar entre el hijo pródigo que se ha ido de casa –ETA y el mundo de la izquierda abertzale– o el que ha decidido quedarse –el resto– no ha tenido ninguna duda y ha elegido siempre al primero. Veremos qué hace en esta ocasión.

Dentro de unos días se van a cumplir los veinte años de la liberación, por parte de la Guardia Civil, del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, y del asesinato a cámara lenta por parte de ETA del joven concejal del PP de la localidad vizcaína de Ermua Miguel Ángel Blanco. Aquellos hechos –separados sólo por diez días– provocaron una gran reacción social y una enorme movilización, no solo contra ETA sino contra lo que dio en denominarse el nacionalismo obligatorio, que representaba el partido presidido en aquel tiempo por Arzalluz.

¿Qué hizo entonces el PNV? Asustarse ante esa reacción social, pensar que eso conllevaría el final de su hegemonía política; y para evitarlo decidió entenderse con ETA y firmar el Pacto de Estella, que entre otras lindezas contemplaba expulsar de las instituciones vascas a los partidos que –según las palabras del acuerdo– «tienen como objetivo la destrucción del País Vasco»; es decir, el PP y el PSE. Eso hizo el PNV: abandonar el espacio de los demócratas e irse a pactar con ETA con el cadáver de Miguel Ángel Blanco recién enterrado. Veinte años después, el PNV sigue loncheando el salchichón.