El poder «okupado»

IGNACIO CAMACHO – ABC – 27/05/16

· Si eliges alcaldesa a una activista okupa no te puedes sorprender de que la ciudad refleje su modelo social y urbano.

Los desórdenes del barrio barcelonés de Gracia son, como todos los episodios de borroka nocturna, muy fotogénicos. La guerrilla urbana siempre produce estampas de impacto visual potente: el fuego, los escaparates rotos, los cascos brillantes de los guardias. Buen material para las portadas y los telediarios, que son la primera victoria de los alborotadores. A partir de ahí, el Estado –o sea, las instituciones, que en Cataluña también representan al Estado aunque no quieran– puede hacer dos cosas: ceder, como hizo en Gamonal aquel pusilánime alcalde de Burgos, o aguantar, como sucedió en los años duros del País Vasco. Perder o ganar. Lo que no existe son términos medios. Cuando irrumpe la violencia o la barbarie, todo acuerdo o diálogo es una victoria de los bárbaros.

Por debajo de la vistosa fotogenia de los disturbios, en Barcelona hay sin embargo otro elemento de conflicto latente que consiste en que su alcaldesa procede del sector ideológico que está arrasando la calle, y por tanto su tibia actitud como autoridad (?) local ante el conflicto se impregna de la indisimulable empatía de fondo que siente con la causa de los incendiarios. Ada Colau, que fue al Congreso a llamar «criminales» a los banqueros y que tiene declarado que no hay un policía decente, ganó las elecciones y es probable que hoy las volviese a ganar con más margen.

Su presunto carisma populista ha hipnotizado a la izquierda y su partido, plataforma o lo que sea, fue la primera fuerza en las generales de diciembre. No cabe llamarse a engaño: si eliges alcaldesa a una activista okupa no te puedes sorprender de que la ciudad refleje su modelo social y urbano. Votar conlleva responsabilidades y por ello la cuestión esencial de este ruidoso problema estriba en que la opinión pública catalana tiene dificultades para aceptar las consecuencias de sus actos.

Esa consecuencia es la radicalización que está destruyendo la estabilidad del sistema político catalán y ha jibarizado el peso específico de su tradicional burguesía moderada. Las CUP que apoyan a los borrokas de Gracia no sólo son socios de Colau; tienen la llave del Gobierno autonómico porque el partido-guía del nacionalismo prefirió pactar con un estrambótico grupo anarco-trotskista para no torcer su rumbo de secesión. El delirio independentista ha arrastrado toda la política de Cataluña a un extremismo fangoso en el que coexisten –porque convivir no pueden– fuerzas sistémicas con organizaciones antisistema, cohesionadas por la voluntad provisional de separarse de España.

Eso no puede funcionar porque responde a dos proyectos sociales distintos, y la tensión estalla a la menor ocasión en incidentes, tumultos y algaradas. Se trata de un proceso con antecedentes cíclicos. Si la memoria histórica significa algo, el subconsciente colectivo barcelonés debería tener presente la de la Rosa de Fuego.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 27/05/16