LUCÍA MÉNDEZ-El Mundo

Rajoy y Rivera emprenden una guerra de tiempos, con Cristina Cifuentes como arma. El presidente del PP espera que la presidenta dimita por agotamiento emocional o que Cs desista de respaldar la moción de censura. Su segundo mandato está en peligro por la crisis madrileña.

La Puerta de Tannhäuser es un concepto de la cultura posmoderna tomado de la escena final de la película Blade Runner. Un fotograma mitificado por los cinéfilos. Roy, el replicante interpretado por Rutger Hauer, deja como testamento antes de morir una de las frases más utilizadas en la literatura y el periodismo para imaginar realidades increíbles, infernales y apocalípticas más allá del mundo conocido. «Yo he visto cosas que vosotros no creeriais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser».

El PP se encuentra ante su Puerta de Tannhäuser. En estos días, ha visto cosas que no creería. Una presidenta de la Comunidad de Madrid –hasta hace nada con excelente imagen moderna y regeneradora– convertida en una figura trágica, con la reputación arruinada por un máster de nada, sometida a sí misma a una prueba de resistencia inhumana de la que nadie podría salir indemne. Un presidente del Gobierno y del PP al que todos miran para saber lo que piensa sobre cómo salir de la mayor crisis del partido en los últimos años sin encontrar otra cosa que la lectura de sus labios. Una secretaria general y ministra de Defensa sosteniendo en pie a la presidenta en apuros para evitar que Ciudadanos mancille el honor del PP. Un vicesecretario de Organización corriendo de un lado a otro sin saber muy bien a qué atenerse, pero dejando caer que quizá la presidenta madrileña debería abandonar su despacho de forma voluntaria. Cosas que no creeriais. Comentarios internos –simpáticos y entretenidos– equiparando el papel del vicesecretario con el célebre Señor Lobo de Pulp Fiction, cuyo cometido era limpiar la escena del crimen para no dejar huellas.

Según este relato, Fernando Martínez-Maíllo fue enviado por Mariano Rajoy para acabar políticamente con Cristina Cifuentes. Y todo el partido con la boca abierta. Sin saber si Cristina Cifuentes dimitirá voluntariamente, si el presidente del partido le pedirá que dimita, si es que la secretaria general y el vicesecretario de Organización están manteniendo un pulso suicida, si este drama durará días, semanas o meses. Sin tener claro si los ministros y dirigentes que en público dejan sola a la presidenta madrileña lo hacen porque saben que el presidente la dejará caer, o actúan por su cuenta y riesgo. Esperando al presidente.

Los atribulados cargos públicos del PP se ven obligados a hacer el mismo ejercicio que los cronistas que siguen la agenda de la Familia Real para saber por dónde sopla el viento de los líos internos. Han de interpretar los gestos de los ministros, el movimiento de las manos de Mariano Rajoy, el aspecto de Cristina Cifuentes, las luces del despacho de María Dolores de Cospedal, el agua que mana de las fuentes de La Moncloa y la cantidad y calidad de corrillos de distintos dirigentes del PP con los periodistas.

Al igual que el caso del conflicto entre las dos reinas y su posterior reconciliación se ha producido a través de las imágenes y los gestos, varias instantáneas de la última semana ayudan a interpretar el dramático melodrama en el que ha desembocado el malhadado máster de Cifuentes. La Convención de Sevilla dio algunas pistas. Concretamente, tres:

Primera pista. El aplauso cerrado en apoyo de la presidenta madrileña fue inducido por María Dolores de Cospedal, a quien las imágenes muestran levantándose del asiento para aplaudir. Detrás fueron todos los demás.

Segunda pista. Según han informado algunos asistentes a este diario, en la Convención se produjeron escenas de alta tensión entre Cospedal y Sáenz de Santamaría, que no fue invitada a la comida de los barones regionales y la dirección del partido con Rajoy celebrada el sábado.

Tercera pista. Los asistentes tomaron nota de que el candidato a la Alcaldía de Sevilla agradeció desde el escenario el trabajo de sus mayores, pero olvidó al sevillano ministro del Interior, Juan Antonio Zoido, principal aliado político de María Dolores de Cospedal en el Gobierno. Juanma Moreno tuvo que compensar la ofensa.

También Mariano Rajoy ha visto cosas que no creería. Por ejemplo, una mañana se levantó en Argentina y se enteró por los diarios que Albert Rivera le había dado un ultimátum para que echara a la presidenta de la Comunidad de Madrid si no quería que Ciudadanos votara la moción de censura. Las crónicas informaban de que el PP estaba buscando un sustituto para Cristina Cifuentes. ¿Cómo? ¿Es que acaso es Albert Rivera quien manda en el PP? ¿Qué es eso de darle un ultimátum a él, al presidente del Gobierno?

Rajoy ha visto también cómo desde la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid se le ha retado a pedir personalmente la dimisión a Cristina Cifuentes, si es que quiere que se vaya para que no prospere la moción de censura. Increíble. Ninguna de las muchas personalidades dimisionarias –ministros o cargos imputados o castigados por la corrupción– le solicitó jamás que se lo pidiera personalmente. Se limitaron a irse conminados por el silencio presidencial y los buenos oficios de sus enviados.

Cuando Mariano Rajoy se enfundó ayer la capa parda alistana que le regalaron en Zamora los guardianes de esa pesada prenda que usaban los pastores, probablemente pensó que le será muy útil para hacer frente a su Puerta de Tannhäuser. La crisis madrileña, que viene a sumarse a la catalana, pone en serio peligro su segundo mandato como presidente del Gobierno. Este diario ha podido saber que en el Ejecutivo existe el temor de que el choque con Ciudadanos acabe afectando a la tramitación de los Presupuestos, que están en el aire por la negativa del PNV a negociar mientras esté en vigor el artículo 155.

La peculiar forma con la que Rajoy ejerce su liderazgo ha confluido en la crisis del máster de Cristina Cifuentes sembrando el desconcierto, el desbarajuste y la confusión total. En apenas una semana, la presidenta madrileña ha pasado de ser aplaudida a rabiar en la Convención Nacional del PP a convertirse en el centro de una batalla y de una guerra. La batalla interna entre los dirigentes que quieren su dimisión para no perder Madrid, y los que la respaldan para defender la honra. Y la guerra abierta que ha estallado entre el PP y Ciudadanos, su único socio de Gobierno, por los votos del centro-derecha español.

La gestión de los tiempos es una de las claves de esta guerra. Mariano Rajoy tiene –por méritos contrastados durante décadas– el máster de honor en la materia del control de los tiempos. Pero Albert Rivera ya está aprendiendo. Fiel a su estilo de agotar el tiempo hasta que éste deje de respirar, Rajoy está esperando uno de estos dos escenarios. Que Cristina acuse anímicamente el desgaste, o que Albert Rivera renuncie a votar con Podemos y PSOE para echar al PP de la Comunidad de Madrid.

El presidente del PP despejó, de momento, el guirigay de la semana diciendo que no encuentra motivos para la dimisión de Cristina Cifuentes, alineándose en público con las tesis de Cospedal. Es decir: ha retado al presidente de Ciudadanos a que se retrate acompañado de PSOE y Podemos. Rivera le mantiene el pulso. Mientras que Cristina Cifuentes resiste en la Puerta del Sol. Según personas cercanas a la presidenta madrileña, está «cabreada y jodida, pero muy fuerte, dispuesta a aguantar». «La están machacando viva, pero ella mantiene que no ha mentido, que las irregularidades del máster son responsabilidad de la universidad».

La resistencia de Cifuentes enfada, espanta y admira al mismo tiempo a sus colegas de partido. Pero hay que tener en cuenta que ella estuvo en las puertas mismas de Tannhäuser en la UVI de un hospital después de un accidente de moto. «Un accidente mortal», como dijo Cospedal en Twitter de forma inopinada cuando estalló el escándalo.

Los que la respaldan consideran que hay que plantar cara a Ciudadanos con todas las consecuencias y añaden que dejar caer a Cifuentes supone rendir la plaza a su principal competidor electoral.

Si Cristina Cifuentes y Albert Rivera mantienen el pulso a Mariano Rajoy, y no le resuelven la crisis, a lo mejor veremos cosas que no creeríamos. Como que Rajoy tenga que pedir a Cifuentes que dimita. Las personas que mejor conocen al presidente del PP creen que nunca le pedirá tal cosa a la presidenta madrileña.

Mientras tanto, decaen los ánimos en el PP. Emparedado entre dos estados emocionales contradictorios. Por una parte, la mayoría del partido considera que Cifuentes carece por completo de futuro político –si no dimite es más que probable que triunfe la moción de censura–, aunque también son receptivos a propinarle una lección política a Ciudadanos, el socio que quiere comer al PP.

Mientras tanto, observadores internos van más allá. «Quienes se levantaron en Sevilla a aplaudir son unos inconscientes, por cada palmero en ese acto perdíamos mil votos en la calle». Y no falta quien, de forma pesimista, sostiene que este escándalo se puede llevar por delante al PP.