ABC-IGNACIO CAMACHO

Si Galapagar va a ser de un modo u otro la sede de un mini Gabinete paralelo no parece que tenga mucho sentido el veto

LAS dimensiones y las consecuencias del repliegue de Pablo Iglesias sólo podrán calibrarse cuando Sánchez anuncie su Gobierno. Y se medirán por dos parámetros: uno, la presencia o ausencia de Irene Montero, o de Pablo Echenique en su defecto; el otro, el número de asientos que Podemos obtenga en el Consejo. La negociación parte de una exigencia proporcional de un tercio de los ministerios, pero es obvio que se conformará con menos. La identidad de esos ministros, y su mayor o menor cercanía al círculo pablista más estrecho, es el factor que permitirá saber si el paso atrás de su líder es un fracaso o un éxito, y en sentido inverso si el presidente ha vencido o no en su órdago estratégico. Porque si al final Galapagar va a ser de un modo u otro la sede de un mini Gabinete paralelo no parece que tenga mucho sentido el veto.

En apariencia, la ofensiva gubernamental del jueves contra Iglesias –un auténtico blitzkrieg mediático– ha triunfado. El sanchismo ha conseguido apartar al elemento que consideraba con razón más desestabilizador para su trabajo: no tendrá al jefe de un partido rival incrustado en la sala de mando. Falta por saber el precio que va a pagar a cambio, que sólo puede consistir en más carteras de las previstas en sus cálculos o en la entrada de dirigentes podemitas de máximo rango. En ambos casos, eso es más de lo que Sánchez pretendía en un principio entregar a su aliado, de modo que éste en el fondo saldría ganando. Para que el envite presidencial pueda considerarse políticamente rentable sería preciso que la máxima autoridad conservase la facultad de elegir a su equipo sin condicionantes. Ésa es la clave que establece si el poder se ejerce por completo o se comparte.

Y eso es lo que está en juego estos días. Iglesias ha retrocedido su propia ficha y se sentirá con derecho a reclamar contrapartidas. La principal, la de la inclusión de la persona con quien comparte su proyecto político y su vida. Irene Montero tiene sin duda una reputación y unas formas mucho menos agresivas, pero sus ideas y sus opiniones son en esencia las mismas, incluidas las que se refieren al desafío separatista. Si eso es lo que le preocupa a Sánchez, como dijo, no hay diferencias significativas.

Cuando el presidente, a la desesperada, elevó la presión ad hominem debía saber a qué se estaba comprometiendo. Ahora vuelve a recaer sobre él la responsabilidad de cerrar un acuerdo. Le van a tomar la palabra: ya está apartado el que él mismo señaló como principal impedimento. Y ya aceptó varias veces y sin remilgos el apoyo del «socio preferente» que ahora parece provocarle recelo. Quizá el problema esté en que le ha faltado coraje para reconocer lo que la realidad del cargo le ha puesto de manifiesto: que para los intereses de España no es bueno que haya parcelas del Estado controladas por Podemos. A buenas horas ha hecho tal descubrimiento.