ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez no gobierna, posa: su presidencia no es más que un álbum gráfico. Su legado será una colección de retratos

CUANDO Sánchez abandone la Moncloa, para lo que es de temer que falten algunos años, dejará allí el colchón –para que lo cambie su sucesor– y se llevará un álbum. De fotos, claro. Fotos con mandatarios internacionales, fotos entre las estatuas del jardín como un presidente americano, fotos de campaña, fotos en el Falcon. Ése será su legado: una colección de cromos, de retratos. Sánchez no gobierna, posa: su presidencia, hasta ahora, no es más que un largo cuaderno gráfico. Al principio se trataba de crearse un halo de hombre de Estado con aquel Gobierno bonito, ya tan desvaído y pálido, que se daba aires de Camelot kennedyano. Ahora posa de dirigente que quiere gobernar y no le deja una perversa oposición empeñada en achicarle el campo y en regatearle un triunfo electoral diáfano. La política es para él un encuadre perpetuo, un marco en el que salir ante la posteridad bien perfilado; su negativa a pactar con Iglesias se debe, en el fondo, al temor mal disimulado de que un socio tan narcisista como él le robe los mejores planos.

Así que mientras sigue en funciones, sometido a la limitación forzosa de sus facultades ejecutivas, aprovecha el verano para entregarse a la pasión de la fotografía. Esa placa del helicóptero en Canarias, sobrevolando con las célebres gafas de sol, entre Falconetti y Top Gun, un paisaje de cenizas, o la de comandante en jefe ante los hidroaviones, los coches de bomberos y las tropas formadas en perfecta fila. Esta última, con su estampa adelantada en un exacto vértice de mando, requiere el diseño de un experto en escenografía, un gurú publicitario de esos que tiene contratados para su mayor gloria propagandística. Y un esfuerzo logístico notable para desplegar todo ese atrezzo de aparataje civil y militar sobre la pista. Pero es en eso en lo que consiste su visión del poder: en la capacidad de organizar en torno a sí mismo un decorado simbólico a su medida. En catorce meses apenas si ha logrado aprobar unos pocos decretos de escasa eficacia operativa, pero ha construido una figuración, una estructura aparencial, una mística. Y a lo que se ve, con eso y el suficiente descaro le basta para mantener la iniciativa.

De esta manera se ha convertido en un presidente bidimensional, un formato apropiado para camuflar su falta de profundidad, su carencia de proyectos o de ideas. No los necesita; le vale con proyectar reflejos e imágenes que ofrezcan la sensación de que gobierna. Fachadismo político: su programa y su discurso se ciñen a su propia presencia, profusamente divulgada según el paradigma de la comunicación posmoderna. El liderazgo de esta época ha sustituido el carisma, el sentido de la perspectiva, la madurez intelectual o la clarividencia por el efectismo visual, la representación icónica y el dominio de la telegenia. El photocall es lo que cuenta; el pensamiento estratégico, ni está ni se le espera.