El Correo-PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO 

25 de enero de 2012

La cultura en el nacionalismo está al principio, porque la
identidad es cultura, de ella se nutre, por ella respira

Tras el resultado de la asamblea general del PNV, que ha vuelto a elegir como presidente del EBB a Iñigo Urkullu, la frase que más ha trascendido, de las pronunciadas por el ratificado líder jeltzale, es la de que el Gobierno vasco actual no es un Gobierno vasco de verdad. Algo que le han reprochado desde Lehendakaritza y que el autor de la frase, tras un amago de rectificación, volvió a reafirmar, aduciendo que lo que reclamaba, en realidad, era que este Gobierno vasco actual gobierne de verdad. Pero la sensación que dejó la afirmación es la otra, la que nos lleva directamente a la interpretación excluyente, tan reconocible desde el entorno nacionalista.

Si preguntamos a cualquier nacionalista, desde el más radical al más moderado, quién fue el primer vasco de verdad, es seguro que no le cabrá la más mínima duda al respecto: es el único personaje histórico vasco que vio su casa natal convertida en edificio emblemático del centro de Bilbao, sede de la fundación que entrega, todos los finales de enero, coincidiendo con el aniversario de su nacimiento, los premios que llevan su nombre. Ser vasco de verdad para los nacionalistas incluye, como condición sine qua non, ser independentista, tanto de España como, cuando se pueda, de Francia.

Una sociedad necesita siempre un objetivo, una ilusión colectiva y el nacionalismo vasco le ofrece eso a la ciudadanía en forma de independencia. ¿Qué le ofrecen, en cambio, los demás partidos, qué apuesta sugerente, qué proyecto común? En el nacionalismo todo está integrado en busca de ese objetivo y muy principalmente la cultura: faceta que los demás partidos dejan siempre para el final en sus programas. La cultura, en el nacionalismo, está al principio, porque la identidad es cultura, de ella se nutre, por ella respira.

Los demás partidos vascos, ¿qué identidad defienden, con qué programa cultural la quieren sustentar? El socialismo vasco gobernante llegó sin ninguna política cultural fácilmente reconocible y los pasos que ha venido dando durante estos años han ido ratificando ese vacío día tras día. La economía o las propuestas sociales no son en absoluto suficientes en el País Vasco, porque aquí todo se juega en el terreno cultural. Y eso es lo que no acaba de interiorizar el no nacionalismo: todo lo hace por acumulación de ofertas oportunistas, sin una visión general de conjunto. Si el objetivo prioritario de esta legislatura no nacionalista, según se reconoce, es proporcionar a la ciudadanía una sensación de paz y tranquilidad, como lluvia fina que haga olvidar la autodeterminación y sus referéndums, se nos estará escamoteando toda la otra vertiente del quehacer político de cualquier Gobierno que se precie: transmitir su propio e inconfundible proyecto de vida en común.

El no nacionalismo vasco tiene que demostrar que el nacionalismo no es el único que ofrece objetivos colectivos en este país. Y la sensación es que no lo ha intentado siquiera. De acuerdo en que los partidos no nacionalistas han estado en una situación de minorización social y política por causa del terrorismo, y que muchos de sus potenciales cuadros se han retraído y que los que han quedado bastante han tenido con proteger sus vidas. Eso lo reconocemos todos. Pero estamos en un tiempo nuevo que exige construir una visión de país no nacionalista, que rescate y reivindique las bases culturales en que se asienta su propia concepción de lo vasco en España.

Cuando decimos que la cultura es la clave nos referimos fundamentalmente a la historia, al relato de lo ocurrido y a los personajes históricos que lo protagonizaron, pero no solo ni principalmente en los últimos cincuenta años de actividad del terrorismo, sino en todo el periodo de historia contemporánea que hay detrás. Muchos piensan que qué nos importa lo que ocurrió hace cien años. Pues se equivocan. Todo nos viene de allí. Tanto el partido socialista como el nacionalista se fundaron entonces, hace más de cien años, y aquí los tenemos. El euskera es el verdadero quid cultural alrededor del cual gira toda la política vasca y si el nacionalismo es dominante es porque entendió hace mucho que esa era la clave. Supieron posicionarse a favor del euskera y el resto les vino dado por añadidura. Los partidos no nacionalistas, en cambio, no han calibrado nunca la verdadera dimensión de ese desafío y eso les penaliza en las urnas de modo inmisericorde. Ahora se promociona también el euskera, sí, pero ¿para qué, con qué objetivo, con qué principio? ¿Es lo mismo promocionar el euskera por un nacionalista que por un no nacionalista? ¿Se sabe dónde radica la diferencia en este punto?

Pues bien, hay que empezar de una vez a desempolvar los libros que nos explican, con todo detalle, cómo Euskaltzaindia o la Sociedad de Estudios Vascos (Eusko Ikaskuntza), instituciones señeras de la cultura vasca y euskaldun, fueron fundadas por personalidades, en su mayor y más decisiva parte, ajenas al nacionalismo. Como don Julio de Urquijo e Ybarra, por ejemplo, gran señor y vasco eximio, capaz de compatibilizar la reivindicación del euskera como lengua cooficial y una visión completa de la Euskal Herria cultural, con una fidelidad incuestionable a España. Conspicuos tradicionalistas y liberales fueristas, laminados por las disputas con nacionalistas y socialistas y por la guerra civil que vino después. Creadores de una cultura vasca y española que supo aunar, de manera prodigiosa y elegante, tradición y cosmopolitismo y que solo el nacionalismo ha rescatado en parte, tergiversándola en su provecho, y de la que el no nacionalismo ha hecho ostentosa dejación y abandono. Titanes de la cultura vasca a quienes apenas nadie recuerda ya entre nosotros, que nos proponen también ser vascos de verdad pero, sobre todo, ¡con qué distinto significado al que le dio Sabino Arana!