ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Desde ayer, en la Sala noble del Tribunal Supremo, está sucediendo algo inédito. Podría llamarse El Proceso explicado por sus víctimas. Es una novedad espectacular. Hasta ayer, y contraviniendo la lógica y la moral, las víctimas del Proceso estaban sentadas en el banquillo de los acusados. Esta percepción es la afrenta más profunda que sufre el Estado, porque, obviamente, ninguna ley democrática sienta en el banquillo a las víctimas. Y al mismo tiempo es el mayor éxito de los separatistas.

El relato empezó el lunes a cambiar de narradores con la declaración de Nieto, el secretario de Estado. Y siguió ayer con la de Millo, el delegado del Gobierno, y la de Pérez de los Cobos, el coronel de la Guardia Civil que estuvo al mando del operativo policial. Es interesante identificar el momento álgido de ese relato al bies. Tuvo al Fairy –el detergente no el coplero– de protagonista. Así habló Millo: «Un agente me dijo que había caído en la trampa del Fairy, que era la de verter detergente en la entrada de algunos colegios para que cuando los policías entraran, patinaran y después les patearan en la cabeza».

Salvo para la cabeza pateada, para el milenario pacifismo catalán y para Twitter –por fin Millo ha logrado ser trending topic mundial– la anécdota tiene una importancia relativa. Para el relato de las víctimas este momento Fairy tiene una importancia crucial. Un año y pico después del 1 de octubre, escritas y leídas toneladas de palabras y vistos miles de millones de fotogramas, se ha tenido que llegar al juicio para que un funcionario de rango discreto, que ha concedido decenas de entrevistas, haya revelado la trampa.

¡Viva el juicio oral! es lo primero que debe escribir el cronista. Lo segundo es que el momento Fairy es símbolo de una causa más vasta: la incapacidad del Gobierno de la nación –a diferencia de la capacidad mil veces probada del Gobierno desleal– para ser trending topic en los días candentes del Proceso. El Proceso estuvo basado en la mentira y el Gobierno de la nación fue incapaz de organizar la verdad, ni siquiera al nivel del suelo. El colosal fracaso comunicativo del Gobierno tiene una explicación técnica: no supieron. Pero no solo. Hubo algo más que describió, sin quererlo, el propio Millo cuando en un momento de su declaración dijo en passant: «Yo no tengo nada en contra de que alguien sea independentista». Esta ha sido la otra parte del problema. La confusión constitucionalista entre lo que era legal y lo que debía combatirse políticamente. El formidable resbalón Fairy.

Millo acabó in bellezza su declaración. El abogado Melero, que suele aludir a la declaración de independencia como «lo que usted llama declaración de independencia», le preguntó irónicamente si le habían urgido a presentar credenciales de embajador las nuevas autoridades de la República catalana, que Millo daba por declarada:

«No», contestó con ternura el delegado, «yo ya no era importante para ellos».

El relato de las víctimas, o sea, el relato de todos los ciudadanos demócratas, lo completó por la tarde el coronel Pérez de los Cobos. Lo está completando, en realidad, porque a última hora de la tarde el juez Marchena suspendió la sesión, cuando aún quedan algunas defensas por interrogarle. Si un juicio empieza cuando empiezan a hablar los testigos no hay duda de que ha llegado la hora. Del relato del coronel se desprendieron hechos fabulosos. Por ejemplo, este que se conoció durante la instrucción, pero que tampoco fue nunca trending topic: algunos mossos avisaron a votantes de algunos colegios de que se aproximaba la policía nacional para que prepararan su defensa.

El coronel también dejó una conclusión precisa como los dos verbos que vienen: los Mossos no impidieron el referéndum, lo protegieron. Estas afirmaciones habrán de superar el principio de contradicción y otros instrumentos propios de la búsqueda de la verdad. Pero tienen una apreciable superioridad sobre otras presuntas verdades que llevamos escuchadas, como ésa de que el que convocó a desobedecer la ley fue exquisito en su cumplimiento.