El pueblo, al colegio

EL MUNDO 20/12/16
ARCADI ESPADA

LA LEY establece que 538 personas, en representación de los 50 estados y de la capital del país, elijan al presidente de los Estados Unidos de América. 306 de esas personas votarán en nombre del Partido Republicano y 232 en nombre del Partido Demócrata. Ni la Constitución ni ninguna ley federal obliga a votar a uno u otro candidato, aunque en la mayoría de los estados rigen leyes que obligan al compromisario a respetar el voto comprometido. El Tribunal Supremo no ha intervenido nunca para dirimir si esa obligación es constitucional. En la historia electoral han sido pocos los compromisarios que torcieron –sin que ninguno resultara procesado por ello– el mandato de sus partidos. E irrelevantes: nunca peligró la elección del presidente que la composición del colegio auguraba. Sin embargo, nunca como desde la votación del último noviembre ha habido tal presión para que buena parte de esos compromisarios, los elegidos por el partido republicano, voten al margen de la norma establecida.

La razón es Trump. La excepcionalidad de Trump. Ni la discrepancia entre el voto popular y la composición del colegio ni la presunta (y algo fantasmal) influencia de una potencia extranjera en los resultados son las razones decisivas. Otra cosa es que la propaganda esté utilizando ese hecho y ese supuesto. Muchos ciudadanos norteamericanos, organizados en diversos grupos de presión, ven en los miembros del colegio electoral al cíclico pelotón de soldados que ha de salvar la civilización. Es probable que una situación parecida pueda darse en Gran Bretaña, si finalmente es el parlamento el que decide sobre el Brexit.

Los números americanos del voto popular no deberían confundir a nadie. Un torcimiento del colegio electoral sería un torcimiento de la voluntad popular, porque cualquier voto manifiesta tanto una opinión política concreta como un sometimiento a la norma (que es la norma más lo normal) que rige sobre el voto. El torcimiento no sería una expresión de la voluntad popular profunda sino una corrección profunda de la voluntad popular.

Ni que decir tiene que yo soy constante partidario de la corrección de la voluntad popular, mucho más cuando frívola e irresponsablemente ha sido capaz de llevar a un Trump a las puertas de la presidencia. Pero aún más soy partidario de que cada cosa lleve su nombre y esta cosa debe llevar el exacto nombre de El Colegio Electoral versus el pueblo de Estados Unidos.