Con motivo del 25 aniversario de la convergencia de EE con el PSOE se están produciendo diversos escritos. A ellos me sumo con este publicado por la Fundación Onaindia hace ya diez años.

Tras las conversaciones y charlas en el Ezkertoki de Zarauz sobre aquel partido que tantas energías e ilusiones nos hizo verter cabe plantearse la fábula, supongo que oriental, pues casi todas provienen de allí, de varios ciegos a los que el sultán les hizo palpar un elefante, y depende de qué parte de su anatomía tocasen lo comparaban con cosa muy diferente. El que tocara el rabo con una serpiente, el de una pata con una columna de un edificio clásico, el que tocó la oreja diría que un abanico, y el de la trompa no sé qué diría pues entonces no había mangueras de caucho que es lo que se me ocurre que es lo que yo diría.

Qué tan diferente grupo de gentes militasen en ese partido, que todos recordamos con nostalgia, ahuyentando los malos momentos que pasamos, que también…., quizás fuera debido a que, como los ciegos de la fábula, todos nos hacíamos una idea diferente de lo que EE era. Idea,  la nuestra, la de cada uno,  que nos permitía estar allí, unido a que teníamos una gran capacidad de convivencia, difícil de entender, viniendo todos de diferente casa, de diferentes soledades impuestas por la clandestinidad, y de diferentes prisiones y exilios. Quizás la gran ilusión de sentirnos testigos de cambios muy importantes, la gran salida de la dictadura, que al contrario de la gran mayoría de los dirigentes de otros partidos la habíamos sufrido en las propias carnes –a nosotros, y especialmente a Requeté, que le detenía la Guardia Civil ante cada congreso de EIA, nos iban a preguntar la diferencia que existe entre una dictadura y un régimen de libertades….-, nos otorgaba una gran camaradería, nos permitía vivir más de la ilusión, de sueños, que de la realidad que nos iba envolviendo, donde la política se burocratizaba y los intereses materiales anegaban las bellas ideas. Los partidos, y poco a poco no dejábamos de ser inmunes a ello, eran máquinas para alcanzar el poder, y si no era así no tenía sentido nuestra encomiable y testimonial aventura.

Lo cierto es que cuando empezamos a degustar la manzana de las ansias de poder, es decir, nos hicimos mayores, la visión que teníamos, parcial cada uno de lo que era el elefante, empezó a deshacerse. Las contradicciones entre nacionalismo y no nacionalismo empezaron a ejercitarse y otras nimiedades menores también, para alcanzar un poder orgánico que había sido hasta entonces la cosa más increíble, de no creer, que en política se hubiere dado.

Mario salió secretario general porque a los “pm” les sedujo el tío que cantó en el Proceso de Burgos, desafinando como un bellaco (en su favor hay que decir que la gran mayoría de los cantantes de la sala también, y desafinar era lo que menos importaba en aquel momento…). Además, para ellos, Mario era un buen euskaldun alfabetizado, escribía en euskara, se había bañado en todo marxismo pasando por el estructuralismo en boga, Althousser y Poulantzas inclusos, les anonadaba tal cúmulo de sabiduría expuesto sin engolamiento -lo cual hay que considerarlo una virtud en  favor de los polimilis puesto que la admiración por el conocimiento es algo despreciado actualmente por los políticos y temido entonces por los milis-. Al acabar el congreso de Zegama su encubierto candidato  hizo como todo discurso al recibir el cargo aquella frase que debiera pasar a la historia: “me las pagareis”.

El hecho de que tan parco agradecimiento, propio de un artista alternativo y nunca de un político, fuera aceptado con risas y algún aplauso de los cercanos a su asiento, pues no se dignó ni a subir al estrado,  puede dar una idea del partido EIA que surgía, teniendo sin duda alguna el secretario general que se merecía. Y no es que tuviera mala intención el muchacho, es que según la política pasaba por delante iba descubriendo determinados errores que el franquismo no había permitido descubrir (Mario a lo largo de su vida no dejó de descubrir cosas y despreciaba a los que hacían gala de creerse en el conocimiento de lo cierto), como que el nacionalismo vasco no es tanto una formulación nacional sino el rechazo al Estado liberal, una reacción diacrónica con la historia. Todo ello, con un estilo personal muy peculiar de sometimiento al centralismo democrático, que bien conocía tras leerse todas las historias del bolchevismo, y el saberse tutelado coercitivamente por los polimilis: sencillamente venía a hacer, con la agudeza y testarudez del aldeano, lo que bien le pareció debiera hacer, no sin dudas y vacilaciones, pero lo acababa haciendo. Y como políticamente se ajustaba, y acababa teniendo razón, hasta los polimilis tuvieron que soportarle. Fue un maestro en el golpe de mano, y descolocaba antes a los que estaban a su alrededor que a sus adversarios. Un continuo ejercicio del más difícil todavía, en la cuerda floja, y con redoble de tambor.

 El secretario general era un líder muy particular que prefería escribir cualquier cosa que ir a ejecutivas, y la fachada, la imagen, del partido, Juan Mari Bandrés, no era tanto un afiliado orgánico, tampoco, pues, hacía lo que le daba la gana, sino el abogado defensor de aquel partido que el día menos pensado podía acabar con sus huesos en la cárcel. Peculiar dirección que salvo el respeto a una serie de cuestiones tabú que iban empezando a dejar de serlo, entre otras razones porque ahí delante estaban los milis y HB para enseñarnos el horror en el que podíamos convertirnos (nacionalistas hasta sus consecuencias fascistas, obsesos participantes asiduos a korrikas, devotos adoradores del idioma más antiguo del mundo conocido, voluntarios pertinaces en la preparación de tortillas de patatas, es decir, tortilla española, para el día de la Ikastola de pueblo, menos sentido del humor que un guardia civil cuando era ministro de Gobernación Alonso Vega, y serviles ante el pistolerismo, etc.) nos fuimos acomodando a la democracia con la fe del recién converso, que es una de las cosas que más le ha fastidiado al cinismo del  nacionalismo, representado muy bien por un alto porcentaje de dirigentes del PNV, empezando por Arzalluz, que no han entendido nunca nuestra adhesión a la democracia cuando siempre han pensado que había que guardar las pistolas, si bien no usarlas demasiado, por si acaso, pues no hay que fiarse de los españoles.

Es de emocionar cuando EE llegó a la conclusión, bastante pronto, ya nos había dejado Ortzi, que la democracia no se instrumentaliza sino que constituye un fin en sí misma. Revisión total al planteamiento oportunista, instrumentalizador de la democracia, que tuviera la creación del partido por los polimilis: el uso de la existencia de libertades democráticas como plataforma de denuncia de la opresión que padecía Euskadi (concepto éste sabiniano frente al de Euskal Herria de carácter tradicionalita usado por aquel entonces por Fraga y Blas Piñar; esto para que veamos cómo cambian las cosas).

Este descubrimiento nos convirtió de repente, especialmente para personas de la UCD, y menos de otros partidos, pues muchos de éstos iniciaban un camino inverso al nuestro respecto a no instrumentalizar la democracia,  como un partido muy útil para solucionar el problema vasco, del que la reinserción de los polimilis no debiera de haber sido más que el primer capítulo. Probablemente muchos cayeron en el espejismo de que tras el proceso de EE vendría el del todo el nacionalismo, los milis incluidos, sin sospechar nadie que acabaría pasando todo lo contrario y que la influencia del disparate etnicista no acabara contagiando al resto del nacionalismo y a la misma progresía de salón, especialmente cuando la izquierda se quedara en la oposición y huérfana ideológicamente tras la caída del muro. Máxime, una izquierda española ideológicamente parca, que como el mismo Mario declarara tres años antes de morir, en una mesa redonda con el recordado Gabriel Cisneros en Segovia, la única aportación que se le reconoce es la de la Movida Madrileña.

Pero en aquel momento EE se ganó una gran fama por  su conversión en un colectivo dialogante y pactista, a su vez legitimado, para llegar a soluciones. Probablemente era observar las cualidades y no la esencia. Era pactista porque había asumido la política, era dialogante, llegaba a soluciones por el diálogo, que rechazaba como un mero señuelo demagógico, porque era democrática. Y de hecho evitó capitalizar la reinserción de los polimilis porque en este tipo de materias su capitalización propagandística las aboca al más rotundo de los fracasos,

En este proceder hay que destacar que el posterior pacto de Ajuriaenea fue muy pronto esbozado por EE, concretamente en un seminario organizado por  un medio de comunicación en Madrid, y saboteado en su primer intento tras la adhesión que realizara en el mismo Joseba Elosegi, siendo lehendakari Garaikoetxea, por el PNV. De esa utilidad vino el mito de la grandeza de EE, que no era ni mucho menos un elefante, aunque fuera la segunda opción a votar por la mayoría del electorado -pena que sólo pudieran votar a uno-, sino más bien un ratoncillo, voluntarioso e ingenuo, que seguía creyendo en la política como un arte para resolver las cosas.

Luego, además, nos ganamos una cierta fama de poseer un gran sentido del humor, frente al hieratismo del resto de los políticos, como lo demostraran los comics que publicábamos, las listas, para sabotear un decreto de Martín Villa, a las generales por Madrid y Barcelona cuyo criterio era el poseer los apellidos más largos e impronunciables, y la guinda de pagarles a la mesa de HB la fianza para que salieran de la cárcel justo antes de unas elecciones, lo que les sentó muy mal pues no tenían los alegres y combativos nuestro sentido del humor.

Quizás esa importancia y fama asumida fuera la que nos iba incitando a acercarnos al árbol del bien y del mal. Kepa Aulestia solía citar con frecuencia la importancia política reconocida a EE por encima de sus resultados electorales, y quizás si que tuviera una cierta influencia y condicionara hacia la moderación el discurso jelkide, que propiciara el acuerdo de Ajurianea, pero si el PNV se moderó, no exageremos, fue a  raíz de la escisión que padeciera y de la necesidad por éste de justificar su alianza con el PSOE en los futuros gobiernos de coalición.

Sin embargo aquel pacto entre nacionalistas y no nacionalistas, entre el PNV y el PSOE, dejó sin papel a EE. Un sumatorio de dos fuerzas daban una estabilidad política desconocida con anterioridad, que pudiera haber sido la gran tarea de EE y que justificara su existencia, pero lo hicieron otros, y el pequeño ratoncillo empezó con un cierto despecho a maniobrar a la búsqueda del sitio y papel que otros le ocuparan hasta que éstos volvieran a enfadarse  puesto que tan peculiar matrimonio, era evidente,  era de conveniencias. Pero como la gran mayoría, por ser de conveniencias, acabó funcionando hasta por doce años, época en la que EE azotada por vaivenes y gastos no pudo sobrevivir.

Pero quizás, incluso eso, el ser siglas para la eternidad, como se formulan muchos partidos, con clarines y timbales anunciando su existencia sin fin, que mayores torres han caído, ha sido algo que tampoco nos preocupara demasiado. Con la conciencia de haber cumplido con creces la función que realizamos fuimos barridos por nuestros adversarios por los dos flancos que EE mostraba siempre, difíciles de congeniar en su seno, por el nacionalismo y el socialismo. Y sus siglas han acabado perviviendo, para recuerdo de los curiosos, en el largo nombre del socialismo vasco, sin que las características de aquello que fue EE se pueda decir que haya sobrevivido en tan histórico y amplio partido. Pero vaya usted a saber cuáles eran esas características si cada cual teníamos, y tenemos una idea, de lo que fue.

Y quizás fuera mejor que muriera joven, como los ídolos del rock, sin tiempo a hacerse viejo y cometer disparates de adulto, por lo que así queda como un recuerdo bonito de una época y un partido que ya nunca volverá. Esperando que encierren en el manicomio al que tenga el interés de resucitarlo. Que nos permita a todos  tenerlo idealizado en el recuerdo, ya a esta edad, como un cuento del Abuelo Cebolleta cuyos nietos no se lo creerán porque ni siquiera lo escuchan con el mínimo interés, por increíble, productos al fin y al cabo, ¡estos chavales!, de  esta sociedad creada en el hedonismo más aburrido.

Eduardo Uriarte Romero