IGNACIO CAMACHO-ABC

Con Cifuentes, el rasero moral de la política española experimentó un salto cualitativo. Le toca saltar a Ángel Garrido

LO habrán mirado bien a fondo a Ángel Garrido. Porque la defenestración de Cristina Cifuentes, que hasta ahora no está acusada de ningún delito, ha supuesto en el rasero moral de la política española –al menos en lo que se refiere a la derecha– un salto cualitativo. Lo cual no es ni bueno ni malo en principio, siempre que la valoración de las irregularidades responda a un patrón de cierto equilibrio, de tal modo que un máster trucho, como dicen en Latinoamérica, en Madrid y una beca

black en Málaga, por ejemplo, supongan el mismo perjuicio. En cualquier caso, este incremento de la exigencia de limpieza biográfica hasta en el ámbito íntimo requiere desde ahora un chequeo curricular al modo americano, de carácter invasivo. En los Estados Unidos, la primera prueba que debe pasar un candidato, antes de serlo, es un examen de su propio partido, donde un comité electoral investiga todos los pormenores de su vida con el concurso de detectives si es preciso. En España, el nuevo paradigma de ejemplaridad empieza a demandar esta clase de escrutinio. Por ahora quedan al margen los avatares de la vida sentimental –con los que también, por cierto, le amagaron a Cifu–, aunque quizá no esté lejano el día en que el neopuritanismo social reclame también jurisdicción sobre asuntos al sur del ombligo.

Sea como fuere, cabe esperar que el PP haya inspeccionado la trayectoria de su nuevo candidato a presidente autonómico interino. Utilizando incluso un rectoscopio, como decía con su hablar abrupto Richard Nixon. Que además de su propia declaración interna hayan investigado su vida política desde la etapa ya lejana de concejal de Pinto. Que conozcan los expedientes municipales que gestionó en la capital, desde el distrito de Vallecas al de Chamberí, desde la Latina al Retiro. Que sepan sus notas de bachillerato, cómo iba vestido el día de su Primera Comunión, si fue tuno en la Universidad, si copió en algún examen, si le pidió prestado dinero a algún amigo. Que se hayan asegurado de que su Twitter no contenga proclamas políticamente incorrectas que puedan enredarlo en un lío. Y, por supuesto, que tengan plena constancia de su correcto comportamiento en la polémica etapa del aguirrismo. Porque a partir del momento en que sea investido, el Madrid de la industria de la conspiración sí va a someterlo a un rastreo sumarísimo, implacable, feroz, exhaustivo. Y no va a haber episodio de su carrera que quede libre de pasar el filtro.

Así están las cosas: después del vídeo de las cremas esto es lo que quiere decir la palabra «limpio», aunque por el momento sean sólo los políticos del centro-derecha quienes deban cumplir los requisitos. El marianismo ha aceptado el compromiso: son lentejas, que diría Maíllo. Y el propio sucesor designado sabe dónde se ha metido. O lo sabía cuando dijo que «no hay que poner la mano en el fuego por nadie más que por uno mismo».