Iñaki Arteta: “El relato de ETA no ha sido derrotado”

Iñaki Arteta
Iñaki Arteta

· Nadie ha recogido más testimonios de víctimas de ETA que el cineasta Iñaki Arteta. Hablamos con él ahora que la banda ha anunciado la entrega de su arsenal para el próximo sábado 8 de abril.

El documentalista Iñaki Arteta (Bilbao, 1959) lleva década y media dando voz a las víctimas de ETA. Empezó con la intención de dar “un grito ciudadano”, dice. Y de llenar un vacío, porque las víctimas hasta entonces, habían contado poco, también en el cine. En su primer largometraje, Trece entre mil, recogía los testimonios de familias golpeadas por el terrorismo; en El infierno vasco, los de personas que tuvieron que dejar el País Vasco por la presión y las amenazas, y en 1980 evocaba el año más sangriento de la banda.

En su última película, Contra la impunidad, denuncia que más de un tercio de los asesinatos de ETA siguen impunes. Lo ha hecho posible un cocktail de factores que incluye errores, negligencias e irregularidades, sobre todo en los primeros años de la democracia, y quizá también, apunta el film, una falta de interés político a la hora de fortalecer el frente judicial. Con la entrega de las armas anunciada por la banda encima de la mesa, el nuevo grito de Arteta cuestiona el equidistante relato de la reconciliación a base de recordar las grandes cantidades de sangre y dolor por las que nadie ha pagado. La película se estrena el 28 de abril.

Empecemos por el final. ¿Qué le parece el anuncio de entrega de las armas por parte de ETA?
La planificación de un espectáculo que tiene muy poco o prácticamente ningún sentido político. Está más bien dirigido a su militancia, al mundo abertzale radical. Se trata de escenificar algo que se parezca lo menos posible a una derrota. Los nacionalistas intentan magnificarlo como un gesto de buena voluntad por parte de un entramado que empleó la violencia y que pasa página y espera de la sociedad que ese gesto le sitúe en un lugar menos perverso que el que ha ocupado hasta ahora, que signifique blanquear su pasado, ponerle un final más amistoso a lo que ha hecho.

¿ETA ha sido derrotada?
En lo que se refiere a la utilización de la violencia, la batalla policial ha sido efectiva, pero la huella que ha dejado es importante. Todo ha ido en clave de más nacionalismo, porque se ha pensado que a más nacionalismo, menos terrorismo, pero no ha sido así. No ha sido derrotado su relato, esa ambigüedad que se plantea en plan: “bueno, esta gente mataba porque tenía un pasado de agresión por parte de España”. Todos esos argumentos en los que han basado su justificación de la violencia, como lo de que también hubo torturas y víctimas por el otro lado, siguen en las mentes de mucha gente en el País Vasco, de muchos jóvenes a los que se les ha transmitido de manera familiar, y se debate en los medios, en la televisión pública. Es una cierta victoria de la propaganda.

Usted trabaja contra eso.
Yo me puedo considerar un militante, incluso un activista, a favor de los derechos humanos. He querido abordar una cuestión que desde el punto de vista cinematográfico no tenía espacio: las historias de los que han perdido, de las víctimas, inocentes machacados. Eso sí lleva a las películas a estar en contra del terrorismo y del ultranacionalismo que ha empujado a esta gente a hacer esto. Pero más que cine político, aunque no me importa que se catalogue así, mi trabajo tiene que ver con la defensa de los derechos humanos.

Contra la impunidad parte de una investigación del periodista Juanfer F. Calderín que reveló en 2011 que los autores materiales de 324 de los más de 800 asesinatos de ETA no habían sido juzgados. ¿Le sorprendió la cifra?
¡Claro! Y vimos que había una película. Si no lo sabíamos nosotros, que estamos todo el tiempo hablando con gente y documentándonos, es que la gente no lo sabía, y es un escándalo. Con la película intentamos que se pueda entender desde el punto de vista policial y judicial cuáles han sido los problemas. Ahora hay varias investigaciones, la de Calderín, la de un bufete de abogados que busca la manera de reabrir casos y la de la asociación Dignidad y justicia, que intenta que se reconozcan los crímenes de ETA como de lesa humanidad [lo que permitiría reabrir casos prescritos]. Son tres caminos diferentes que intentan que no se ponga el final a la cuestión de la justicia relacionada con las víctimas.


· «Cuando ha habido miedo, los cineastas han tenido miedo, y cuando la sociedad ha sido condescendiente, los cineastas también»


Le dirán que es inoportuno. Su discurso no casa con el de la reconciliación.

Con la primera película, Sin libertad, que era un mediometraje, ya nos decían en el 2001: «pero si hay un proceso de negociación, cuando la acabes el año que viene, ETA igual ha acabado, y no va a ser oportuna». Pero hemos pretendido hacer películas atemporales, en las que la coyuntura no tuviera incidencia. Esta última es la que más conecta con la actualidad. Y no es oportuna tampoco, pero precisamente eso eleva su importancia, porque va contra ese deseo de pasar página de los que han estado implicados y también de esas ganas de quitarse de encima algo que ha hecho mucho daño durante mucho tiempo. En la sociedad española se ha creado una especie de relajación, un decir: “bueno, si se ha acabado pues ya está, vamos a dejarlo así». Y remover el asunto no es cómodo. Pero esta gente no puede quedarse sin justicia. Por lo menos que alguien les diga lo que ha pasado, que sientan que el estado de derecho ha hecho todo lo posible por preocuparse por su cuestión.

En la película, la hija del concejal de Rentería, Manuel Zamarreño, asesinado en 1998, dice: “No quiero una placa que recuerde que mataron a mi padre, prefiero que se esclarezca el caso y que pague quien tenga que pagar”. La reparación moral es el derecho a la verdad.
¡Qué menos! Y ya si fuera posible eso de que pague, mejor. Pienso que es fácil de entender, que cualquiera que se ponga en su lugar lo entendería. Pero está eso de la dejadez. Hay mucha gente que parece no darle importancia. La sociedad tiene muchos problemas y eso hace que haya cosas importantes que estemos dejando de lado.

En sus películas, a base de recordar hechos sabidos pero sobre los que se insiste poco, plantea cuestiones que no están encima de la mesa. Por ejemplo, en 1980 aflora la paradoja aparente de que el momento más sangriento de ETA se dé tras la amnistía y la llegada de la democracia. La lectura es que las concesiones, la negociación, el diálogo, no sirven. Es una conclusión incómoda.
Claro, pero es así, no han servido. En torno al terrorismo hay muchas cosas que aún habiéndolas vivido, parece increíble que pasaran. Y muchas contradicciones. El estado de derecho por una parte quiso ser generoso pero a la vez contundente. Fue contundente hasta el punto de emplear la guerra sucia unos años, que fue un horror. Y fue generoso con la amnistía y ¿para qué? Para que más de la mitad de los terroristas se reengancharan. Las instituciones, la sociedad, tienen una marca muy profunda por su comportamiento frente al terrorismo.

Pero cuando hay una parte tan importante de la sociedad que ampara a los terroristas hace falta algo más que la vía policial, ¿no?
Bueno, ahí la cosa se complica. Ha habido otros terrorismos, como el de la extrema derecha, el GRAPO o el FRAP, a los que la sociedad ha dado la espalda y de alguna manera los ha liquidado. Pero que haya un apoyo social no lo hace más legítimo, hace peor el problema. Detrás de Hitler había millones de personas, y detrás del terrorismo islámico. ¿Qué vas a hacer? Pues hay que deslegitimar el terrorismo, y hay que saber donde está uno, y lo que está bien y lo que está mal. Y está mal: ¡no se mata por unas ideas políticas! Eso se ha dicho a veces, pero lo que más se ha oído estos años es que hay que negociar, aunque uno no puede negociar cosas ilegítimas. Solo desde un fanatismo enfermizo a uno le puede parecer bien que por unos ideales particulares se pueda matar.

Para 1980, entrevistó a José Javier Uranga, contra el que atentaron cuando dirigía el Diario de Navarra, y decía: ‘si queremos democracia, ahora hay que aguantarlos’. Las concesiones, la impunidad, ¿no son hasta cierto punto inevitables? Se ha dado en otros casos. En su última película, por ejemplo, se compara la impunidad de los crímenes de ETA con la que denuncian las víctimas del franquismo.
En Alemania no han tenido que aguantar a los nazis. La legislación alemana prohíbe hasta llevar un pin nazi en la chaqueta. Prohibir la ideología que ha causado tanto dolor tiene su lógica. No digo que se ilegalice el nacionalismo, el independentismo totalitario se diferencia bastante del nacionalismo, aunque tenga conexiones. Después de un conflicto –vamos a llamarlo así aunque no me guste demasiado-, ¿tienes que aguantar a los que han participado en eso? Sí, siempre que admitan que lo que han hecho estuvo mal y entren al juego democrático, no al revés. Si no se ponen las cosas en su sitio, va a ser difícil la convivencia. Se puede llegar a un simulacro de convivencia, que es lo que hay ahí ahora. Es muy incómodo, porque da la sensación de haber perdido espacio y libertad.

Con los documentales eligió un camino muy complicado.
Sí, es complicado. Todo el mundo tiene familia, y de 2000 hasta que paran en 2011, mataron a casi 60 personas. Era meterse en algo realmente complicado. Nadie me animó, pero por suerte tampoco nadie me dijo: “¡no te metas ahí!”. Fue iniciativa mía y de mi equipo. En un momento te dices: “voy a hacerlo y ya veremos lo que va a pasar”. Pero merece la pena. La película fue bien y nos animamos a hacer un largometraje, y después ya vinieron uno tras otro. Causó sensación porque en la cinematografía española no había nada que reflejara de una manera sensata lo que estaba pasando desde el punto de vista de las víctimas. Querejeta había hecho un documental que tenía mucho mérito [Asesinato en febrero], pero el nuestro aportaba un punto de beligerancia superior, decía las cosas muy claras, de forma muy contundente. Encontramos por una parte el desprecio del mundo nacionalista, pero también un apoyo moral muy grande entre colectivos cívicos, de víctimas, y eso anima a continuar.

Como en las noticias sobre ETA, durante muchos años en el cine, el centro, el protagonista, acababa siendo el terrorista. ¿A qué lo atribuye?
El cine ha ido en paralelo a la sociedad, los cineastas estamos hechos de los mismos mimbres que todos. Cuando ha habido miedo, los cineastas han tenido miedo, y cuando la sociedad ha sido condescendiente, los cineastas también. Creo que ha sido eso, la sociedad entendía que los terroristas luchaban por algo, tenían unos ideales, y que las víctimas eran el precio de algo. ¿De qué? No sé, de nuestro pasado con Franco y tal, habría que analizarlo más. Y en las películas siempre interesan más los personajes malos.

Dramáticamente, un terrorista da mucho juego.
Claro, la acción, las decisiones, el tener que matar aunque le cueste hacerlo, pero que es por un bien superior… Las vicisitudes de los terroristas dan muchísimo más juego. Y además era visto en muchísimos casos con simpatía y desde un punto de vista humanista. En ningún momento se les perfiló de fanáticos. Desde la transición, se han estrenado más de 4.000 películas españolas; de ETA hay unas 60 o 70, y solo hay nueve centradas en las víctimas. ¡Y cuatro son mías! Eso da la medida de lo que nos importaba a los españoles el asunto hace años. Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la sociedad despierta un poco, y en el cine también pasa. En los últimos años, sí ha habido películas en las que las víctimas ya tienen su papel en el asunto: Todos estamos invitados, de Gutiérrez Aragón; Lejos del mar, de Uribe; Fuego, la de Coronado… unas cuantas. Y en documental, se hizo también la de Medem, La pelota vasca, y algunas más. La cosa ha ido cambiando. Lo que no ha habido hasta ahora son buenas películas. Con el tiempo.

Fernando Aramburu, el autor de Patria, también aboga por plantear la batalla por el relato literario de ETA. ¿Ve en el éxito del libro también un síntoma de cambio?
También, claro que sí. Está teniendo unas ventas inéditas, y más para un libro con esa temática. Los libros, las películas, todo lo que va formando nuestra cultura, es importante que tengan nuevas orientaciones. O por lo menos es importante que haya pluralidad, y que se acerquen a los perdedores, para enfocar mejor la realidad.

¿Se ha planteado hacer ficción, o no es lo suyo?
Sí, sí. En los 90 estuvimos trabajando cinco o seis años en una película de ficción sobre ETA, pero no encontramos el dinero. Y luego emprendí el camino del documental. Ese proyecto ya no podría recuperarlo, porque no es el tipo de cine que me gustaría hacer ahora, pero estoy trabajando en una película de ficción. Poco a poco, y compaginándolo con los documentales, pero sí, me apetece mucho.

Hay documentalistas que han dado voz a víctimas de crímenes masivos y en algún momento se han acercado también al otro lado, a la versión de los asesinos. Pienso en Lanzmann, con Shoah y sus prolongaciones; Rithy Panh y sus documentales sobre el régimen de los jemeres rojos, o Joshua Oppenheimer y su díptico sobre Indonesia. Usted hasta ahora no lo ha hecho, ¿no ha querido o no ha podido?
Está llegando el momento. Sin planificarlo, hemos hecho un recorrido de lo más silenciado a lo que lo está un poco menos. Primero entendimos que era fundamental que las víctimas que no habían hablado tuvieran presencia. Luego, en El infierno vasco, fuimos a hablar con la gente que se tuvo que marchar, y esta última va sobre la justicia. Y eso nos está dirigiendo también a acercarnos a conocer el mundo de los terroristas, arrepentidos o no. Es uno de los proyectos que tenemos. Es fundamental que hablen, aunque a alguna gente le dé repelús. Hay que saber por qué lo han hecho, y por el hecho de escuchar al terrorista no lo vas a legitimar. Oppenheimer lo hace maravillosamente bien. Desde un punto de vista cinematográfico y con un posicionamiento claro a favor de los derechos humanos, es absolutamente necesario acercar a la gente a eso, ver cómo es capaz alguien de participar en algo así.

Hasta ahora sus críticos le han reprochado la falta de esa voz. En ETB no programaron 1980 con el argumento de que era sesgado.
Sesgado claro que lo es, les doy la razón. Bueno, depende de quién me lo diga. Si lo dice la directora de ETB, que es una televisión absolutamente ideologizada, madre mía. Pero a mí me ha importado lo fundamental, el asunto de las víctimas, de los perdedores, de los que han sufrido. ¿Que me importan otros aspectos? Claro. ¿Que yo tengo que meterlo todo en una película para tenga cierto equilibrio? Eso no se le puede pedir a ningún autor. Yo no tengo que hablar de todo, y creo que me ocupo del núcleo del asunto, lo más doloroso, lo más importante. Luego lo demás ya irá apareciendo. Pero sí, creo que también hay que acercarse a ese mundo de ETA. Uno puede entrevistar a Pinochet y no ser pinochetista.

¿Y cree que podrá? A Oppenheimer no le conocían, pero a usted todo el mundo le tiene situado.
Lo de Oppenheimer es curioso. Viendo la película te preguntas: ¿Cómo coño ha hecho eso? ¿Cómo le han respondido? ¿Como le han dejado poner la cámara ahí? En nuestro caso, también hemos intentado entrevistar a centenares de víctimas que no han querido, por muchos motivos y con los verdugos o los victimarios igual, habrá de todo, porque hay muchos. Ahora, ¿técnicamente, cómo se hace? Bueno, eso forma parte del secreto. Conocí a Oppenheimer el año pasado en el festival de San Sebastián y cuando le pregunté qué estaba haciendo, me dijo: “¡es un secreto!”. ¡Claro, si cuenta lo que va a hacer, le cortan las alitas! Hay temas que aún se pueden afrontar en el País Vasco, y que son muy delicados. El minimalismo formal estaba en Trece entre mil, y luego hemos ido evolucionando y buscando cosas más complejas. Creo que cada vez vamos a hacer películas más complicadas.