El relato de ‘Patria’ no cala en Hernani

REPORTAJE de EMILIA LANDALUCE – EL MUNDO – 26/03/17

· En la librería Elkar, en Hernani (a unos 10 kilómetros de San Sebastián), se han vendido alrededor de 100 ejemplares de Patria, la novela de Fernando Aramburu que [casi] unánimemente ha sido declarada como «la definitiva» sobre los 40 años de terrorismo de ETA. «Es de los libros que más se han llevado. Anda ahí ahí con la última de Dolores Redondo», dice la dependienta. ¿La ha leído? «No, la verdad».

Desde que se publicó en septiembre del año pasado, Patria (Tusquets) ha vendido alrededor de 150.000 ejemplares, de los que el 20% se han despachado en el País Vasco. Es un fenómeno extraño. El libro se compra pero también pasa de mano en mano como si su lectura fuera el relevo de una carrera, la que fijará el relato, la versión definitiva de lo sucedido desde la creación de ETA hasta su derrota, ratificada hace una semana cuando la banda anunció que entregaría las armas el 8 de abril. [El entorno abertzale prefiere hablar de desarme unilateral].

A pocos metros de la librería, en el mismo casco viejo, está el bar Joxe Mari. Hace casi 35 años ETA asesinó en la puerta a su entonces propietario Arturo Quintanilla en presencia de su mujer y sus dos hijas. No había querido pagar el llamado impuesto revolucionario, poético eufemismo de extorsión que desde 1973 hasta 2011 permitió a la organización terrorista ingresar, según algunas estimaciones, al menos 37,3 millones. En la barra del Joxe Mari se acodan dos personas. El camarero dice que no sabe qué es Patria. «Es que yo no leo libros». Una señora tiene más ganas de hablar. «Algo he oído de ese libro. ¿Es el que habla de las torturas y los fusilamientos en el franquismo?». Cualquiera le podría contestar que es el que habla de lo que sucedió en Hernani hasta que, en 2011, ETA anunció que dejaba las armas.

El escenario de Patria podría situarse en muchas localidades del País Vasco y Navarra. Y su protagonista, ser cualquiera de las muchas viudas que dejó ETA. Sin embargo, según confesión del propio Aramburu, Hernani es el lugar que más se parece a ese pueblo sin nombre al que Bittori, protagonista del libro, vuelve después del anuncio de la tregua definitiva de ETA. Allí se encontrará con los amigos que le volvieron la espalda; los que filtraron lo bien que le iba la empresa de camiones al Txato, su marido asesinado, para que pagara el impuesto revolucionario; los vecinos que detallaron el itinerario que seguía para que le frieran a tiros… Incluso con esa íntima amiga y vecina que le dejó de dirigir la palabra cuando su hijo (¿el asesino del Txato?) ingresó en ETA y que ahora maldice al Estado porque tiene que ir a visitarle a la cárcel del Puerto de Santa María.

En Hernani han pasado algunas de las líneas argumentales que inspiran Patria. De Hernani son 14 de los terroristas que aún están encarcelados; de Hernani eran siete de sus víctimas; la familia de Quintanilla se tuvo que marchar a San Sebastián tras el asesinato del padre… Incluso Imanol Miner Villanueva, del comando Gaua, reconoció haber matado a su vecino Iñaki Totorica en 2001…

El pasado jueves, Javier Urbistondo, uno de los dos concejales que el PP tuvo en Hernani [en las últimas municipales, el PP apenas logró 230 votos], volvió al pueblo por primera vez en muchos años. «No me gusta hacerlo. Aquello fue muy duro». Tampoco ha leído Patria. «Pero sé de qué va y por eso no lo quiero leer. Todo me va a sonar demasiado. En Hernani, tenía que ir con los escoltas a cualquier sitio. Yo era uno de esos concejales paracaidistas que mandaba el PP porque en los pueblos ninguno de los nuestros se atrevía».

Urbistondo camina por el casco antiguo. Eso hace 15 años hubiera sido casi un suicidio. El miembro del PP había estado en la lista de objetivos principales de la banda desde que tras el asesinato de Gregorio Ordóñez en 1995 decidiera entrar en política. Aún sigue mirando, por costumbre, los bajos de su coche.

En Hernani, reconoce, han cambiado las cosas. Urbistondo se para en el frontón en el que juegan unos jóvenes que ni le miran. «¡Anda! No hay casi pintadas. Si hubieras visto cómo estaba antes….». Lo cierto es que los carteles en contra de la incineradora superan en número a los que piden la libertad de los presos de ETA y se prevé más movilización en la consulta sobre la recogida de basura que en la que se celebró por el derecho a decidir hace unas semanas. [Votó el 24,7% del censo del pueblo]. Sólo en el pasaje que lleva a la herriko taberna, en Patria llamada la Arrano, hay dos murales que recuerdan a los terroristas hernaniarras encarcelados. En la barra está la consabida hucha para los encarcelados y un cesto en donde se vende por un euro un ejemplar de El manuscrito carmesí de Antonio Gala. Todo para la causa. Ahí tampoco se lee Patria. Ni hay interés. Tampoco en el Consistorio, como advierte cordialmente la responsable de comunicación del alcalde, Luis Intxauspe, de Bildu, que en 2015 volvió a ganar por mayoría absoluta.

En la calle, una señora se queja de la imagen que los medios dan del pueblo. «Parece que aquí andamos con pistola todo el día y no es así. Ni ahora ni antes. Yo, como no me metía en política, nunca he tenido problemas salvo cuando había una manifestación y te tenías que quedar en casa de alguna amiga porque los policías tiraban pelotas de goma». Al otro lado de la calle hay unos vecinos que juegan a las cartas. Tienen aspecto, dicen, de españoles. ¿Han leído Patria? «Mire, es que estamos muy ocupados con la partida. Agur».

Maite Pagaza también creció en Hernani, en donde su familia se había instalado en 1965. Con el tiempo, explica, el pueblo fue cambiando. «En los 80, el entorno de Batasuna empezó a conquistar cada metro del centro urbano. La vida se fue enrareciendo para los que abandonaban ese mundo o para los que se significaban de otra manera». En Nosotros, los Pagaza, el libro que publicó en 2004, un año después del asesinato de su hermano Joseba en Andoain, habla con nostalgia del pueblo que tuvo que dejar en 1995. Entonces representaba al PSOE en el Parlamento vasco. «Me han hurtado mis piedras, sus aires, los olores. Me han hurtado la posibilidad de crear in situ lazos entre mis recuerdos». Un día, sus hermanos se fueron a las fiestas del pueblo y tuvieron que volver a casa porque alguien empezó a gritar que había que «matar a todos los españoles».

Maite Pagaza, como Bittori, se fue con su marido a San Sebastián, su primer exilio. La eurodiputada dice ahora que tendría que volver con una coraza moral. Hace dos años comenzó a gestionar una web llamada El buzón de Joseba, en el que los muchos «cómplices» necesarios de ETA (los que informaban, los que delataban los ingresos de una empresa, los cientos de personas que gritaron «ETA mátalos») o ésos que simplemente dejaban de lado a las víctimas o las rehuían con la mirada podían expresar y decir que lo sentían. «No hemos recibido muchas cartas de ese tipo. En cambio sí bastantes insultos». Pero ahora hay paz… «Es cierto que la situación ha cambiado pero lo que hacen es retorcer la verdad. Y no van a parar hasta que ellos, los cómplices, se sientan cómodos con la versión que han interiorizado. Y por otro lado, muchas personas que lo han pasado mal estos años sufren una especie de síndrome de Estocolmo porque temen molestar en el proceso de paz».

Otro vecino está sentado en la plaza. No tiene prisa. Espera que su nieta salga del colegio. «Yo no tengo interés en leer Patria. ¿Qué va a saber un hombre como Aramburu de lo que pasó aquí si se fue a Alemania hace más de 20 años? Yo pienso como Ramón Zallo». Se refiere a una crítica literaria titulada Patria asesina versus patria colectiva.

«[Patria] le ha venido bien al establishment, especialmente en la llamada batalla por el relato. Una batalla en parte inútil porque siempre habrá varios relatos y el que plantea Aramburu es uno más, bastante parcial y maniqueo. Nos presenta una sociedad irreconocible que se parece más a la Sicilia de la Mafia que a la sociedad vasca movilizada por los desmanes de unos y de otros (…) Ese relato pasa por negar que haya un conflicto vasco siendo el único conflicto el que ETA creó y el Estado respondió, cuando lo cierto es que ha habido dos conflictos tan distintos como relacionados: el político y general, y el armado y particular de un sector.(…) Así que la intención de introducir el sentido de culpa colectiva como en Alemania tras el nazismo debería pinchar en hueso. (…) Lo siento, las culpas para los que las tengan y está bastante distribuida (aunque en distinta dimensión) entre los autores de hecho inapelables bastante más producidos en una parte (ETA) que en otra (GAL) pero sobre todo contextuales (no justificativos) de un Estado y partidos de Orden sosteniendo una democracia de bajo perfil, con derechos negados de forma reiterada frente a voluntades colectivas y mayoritarias».

Hace unos días, Soledad Becerril, la Defensora del Pueblo, expresaba su preocupación sobre cómo se va a enseñar en los colegios el casi medio siglo de actividad de ETA, el millar de asesinatos que cometió la banda (la inmensa mayoría en Democracia), los cientos de miles de exiliados, los secuestros, los empresarios que tuvieron que pagar la extorsión de la banda. En su día, el anterior lehendakari Patxi López incluyó en los programas educativos los testimonios de víctimas de ETA, de los GAL y la violencia policial.

Precisamente, en el Instituto de Hernani en donde estudiaron los Pagaza medio centenar de alumnos se concentró el pasado octubre para pedir la libertad de los presos de ETA. También empapelaron las aulas con cientos de fotografías. Al parecer, la dirección del centro no estaba al corriente de la convocatoria, tal y como declaró el departamento de Educación del Gobierno Vasco, si bien el aurresku que incluyó el acto parece indicar que no se trató de algo improvisado.

Pablo Peñacoba fue concejal del PSOE en Hernani en los años más duros de ETA. En 1995, durante la investidura de Joxan Rekondo (Eusko Alkartasuna), el único alcalde al margen de Batasuna que ha tenido la localidad, un grupo de 15 jóvenes le apalearon junto a sus otros dos compañeros.

No ha sido el único episodio violento que ha vivido. Otra muestra: a un compañero le quemaron la chocolatería que tenía en el centro. Por no hablar de los buzones arrancados, las pintadas, los continuos ataques en la antigua sede del partido… «Ahora todo está mejor pero no tan bien como debería. Hace unos días nos hicieron unas pintadas, pero hasta el alcalde lo ha…» ¿Condenado? «Condenado no porque eso sería un hito, pero ha dicho que eso, hombre, pues no está bien», aclara Ricardo Crespo, que en 2015 fue elegido concejal socialista de la localidad. La paz parece que ha llegado a la Noble, Leal e Invicta Villa de Hernani y a sus casi 20.000 habitantes.

El relato es otra cosa. «Irá por ciudades», dice Crespo. «Y por barrios. Lo que se cuente en las ciudades grandes será muy distinto de lo que se cuente en los pueblos. Ellos lo que quieren es que esto pase a la historia como un conflicto de los vascos contra el Estado opresor. Y eso no es así. Aquí nos han matado a algunos. Quiero decir sin embargo que soy optimista».

Y ¿qué historia se contará en Hernani? Crespo lo deja muy claro. «La que se cuenta en Patria desde luego, no».

REPORTAJE de EMILIA LANDALUCE – EL MUNDO – 26/03/17