Ignacio Varela-El Confidencial

Este Gobierno es en sí mismo un programa electoral. Sus miembros llevan pintados en la frente los cinco ejes de la próxima campaña socialista

Este será el último Gobierno monocolor que veamos en España durante bastante tiempo. Las mayorías absolutas se han hecho inalcanzables, y los experimentos de gobiernos minoritarios impotentes para todo no dan más de sí. De las próximas elecciones saldrá, al fin, un Gobierno de coalición sustentado por una mayoría estable.

Lo que hoy se discute y se disputa ya no se refiere a esta legislatura herida de muerte, sino a la siguiente: quién encabezará el futuro Gobierno de coalición y con quién se asociará.

José Ignacio Torreblanca, en ‘El País’, ha condensado el sentido del equipo formado por Sánchez: “Un Gobierno que puede funcionar sin programa de gobierno porque, más que un Gobierno, es un programa electoral”.

Su espectacular alumbramiento se ha rodeado de un aire fundacional y de unas expectativas de gestión que no se corresponden con lo que la realidad objetiva autoriza a esperar. Las condiciones de ingobernabilidad siguen ahí, y no desaparecerán por grandes que sean las virtudes profesionales de los miembros del Gobierno.

Más allá del ‘glamour’, lo cierto es que este es un Gobierno ultraminoritario, sin ningún espacio de consenso con el principal partido de la oposición, y cuyo supuesto aliado preferente está dispuesto —como ayer mismo advirtió Pablo Iglesias— a convertir su existencia en un calvario. Eso significa que todo lo que requiere acuerdos amplios —es decir, todo lo trascendente— permanecerá irremediablemente bloqueado mientras este parlamento no sea sustituido por otro.

Ni la moción de censura ni la composición del Gobierno se han improvisado. La primera está en la cabeza de Sánchez desde el día en que regresó a Ferraz; y la segunda delata un minucioso trabajo de ‘casting’, en previsión de un aterrizaje en el poder tan singular como el que se ha producido.

Ambos movimientos responden al ‘modus operandi’ de Pedro Sánchez: planificar en silencio, resistir las adversidades, esperar la oportunidad (casi siempre derivada de algún error grave del adversario) y, entonces, lanzar un órdago decisivo y sostenerlo hasta las últimas consecuencias. Pedro siempre reconoce el momento de acelerar; y en la carrera hacia el precipicio, sabe que el otro vacilará antes que él. Así ganó dos veces la jefatura del PSOE y así ha conquistado también la presidencia del Gobierno. Aplicará esa misma pauta a la convocatoria electoral.

La función primordial de este Gobierno no es gobernar productivamente lo que quede de esta legislatura —sería empeño inútil—, sino ganar la siguiente para su presidente. Su diseño busca favorecer las condiciones ambientales que permitan a Sánchez acudir a las elecciones con una garantía razonable de obtener la ‘pole position’ de la próxima coalición de gobierno.

Por eso me parecen estériles las especulaciones sobre la duración de la legislatura. Suceda lo que suceda en España, Sánchez no disolverá el Parlamento si no dispone de una perspectiva cierta de ser la lista más votada. Pero cuando crea tenerla en la mano, no esperará ni un segundo para disolver, da igual que sea dentro de dos meses o de 15 .

Si los astros se alinean favorablemente muy pronto, la vida de este Gobierno rutilante será corta; con el hecho de venir al mundo y mostrarse en la pasarela habrá cumplido su función. Si no, tocará resistir y esperar que la oportunidad aparezca o los adversarios la proporcionen, como es su costumbre.

La segunda función del Gobierno bonito de Sánchez (en afortunada expresión de Ignacio Camacho) es servir como vacuna protectora de las principales debilidades del presidente y de su partido: las que traían de serie y las adquiridas por la naturaleza de los votos que lo eligieron.

Como haber recibido el apoyo de los independentistas alimenta una sospecha sobre Cataluña, ahí están Borrell y Grande-Marlaska como garantía de que no habrá tentaciones peligrosas. Como asoma una inquietud sobre el rigor de la política económica, para despejar dudas se trae nada menos que a la jefa de la policía presupuestaria de Bruselas, más ortodoxa que la mismísima Merkel.

Como los actuales dirigentes del PSOE y el propio Sánchez padecen un bien ganado escepticismo social en cuanto a su cualificación para gobernar, la formación de Gobierno se convierte en una apoteosis curricular, un ‘reality show’ de la meritocracia del que queda excluido de saque cualquiera que no presente al menos dos carreras, tres idiomas y un montón de másteres —de los de verdad, no como el de Cifuentes—. Por eso este es el primer Gobierno socialista en el que no hay nada parecido a un sindicalista: no daría el perfil.

Como los estudios cualitativos dicen que la marca y sus representantes orgánicos se ven viejunos y caducos, se importan en el mercado exterior dosis masivas de modernidad. Y como la sociedad manifiesta una creciente hostilidad hacia las burocracias partidarias, se presenta una alineación de relumbrón, llena de fichajes galácticos libres del efecto radiactivo que producen los aparatos.

Eso explica que la presencia en el Gobierno de la dirección del PSOE se haya reducido al mínimo imprescindible. Además de Sánchez, solo hay en la lista tres miembros de su ejecutiva: Calvo, Ábalos y Valerio. Ningún miembro del comité federal ni del consejo político federal, los dos órganos que reúnen a prácticamente toda la clase dirigente socialista. Y únicamente otras dos personas, Robles y Batet, procedentes de los grupos parlamentarios.

El equipo resultante es una mezcla de unos pocos incondicionales del líder (Roma no paga traidores, Patxi) y de una cuidada selección de tecnócratas progresistas, destinados a provocar el efecto de encantamiento colectivo que estamos presenciando.

No se pretende amortizar una marca desgastada, sino algo más sofisticado: rehabilitarla con la contribución prestigiosa de compañeros de viaje reclutados para la ocasión en los espacios periféricos de la política y del partido.

Sí, este Gobierno es en sí mismo un programa electoral. Sus miembros llevan pintados en la frente los cinco ejes de la próxima campaña socialista: feminismo, Europa, modernidad, unidad de España y sensibilidad social. Y cada uno de ellos aparece como una contrafigura perfecta de los carbonizados ministros de Mariano Rajoy. Todos los gestos del nuevo Gobierno buscarán resaltar al máximo ese contraste.

Si cristaliza en una victoria electoral, una excelente campaña de ‘marketing’ se habrá transformado en una operación política de gran alcance

Formalmente, Pedro Sánchez ha nombrado a 17 ministros. Materialmente, ha colgado 17 carteles electorales de impactante resplandor.

¿Es un producto atractivo? Por supuesto, está pensado para ello. ¿Aumenta la competitividad electoral del PSOE? Sin duda, mejora su posición respecto a la que tenía hace dos semanas. Lo veremos en las encuestas que pronto aparecerán.

Si todo eso cristaliza en una victoria electoral, una excelente campaña de ‘marketing’ se habrá transformado en una operación política de gran alcance. Si no, habremos vivido un espejismo. Pero es imposible predecirlo ahora. Apenas hemos visto el primer episodio de la serie y ya hay quienes anticipan cuánto durará y cómo terminará; algo que en este momento no sabe ni el guionista.