El Correo-FRANCISCO LLERA RAMO

Es una auténtica impostura decir ahora que Euskadi no aprobó o no aprueba la Carta Magna por no reconocer el derecho de autodeterminación que ellos (el nacionalismo) rechazaron

 Vivimos en tiempos de revisionismo burdo y de blanqueo de pasados inconfensables (postverdad). Las mentiras, medias verdades, cotilleos de toda la vida e insidias (fake news) se convierten en arma política para anular al competidor con la pretensión de imponer la hegemonía, al menos discursiva, de una facción, aun a costa de la verdad y del pluralismo democrático. No otra cosa es la proclamación reiterada y coordinada de las dos facciones del nacionalismo vasco sobre el rechazo vasco a la Constitución española de 1978. Mienten y manipulan, señores nacionalistas; y, lo más llamativo, lo hacen investidos de una autoridad institucional derivada de la Constitución y del Estatuto. Pero lo más grave no es la mentira en sí, sino la instrumentación, argumentación e intencionalidad política de la misma.

Por lo que se ve, no ha bastado con que el gran maestro Juan J. Linz nos interpretase los datos y circunstancias políticas de aquel referéndum del 6 de diciembre de 1978 en las provincias vascas (en su magnífico ‘Conflicto en Euskadi’), o que hayamos reiterado las posiciones y los resultados cosechados por cada opción aquel día o, por supuesto, el reforzamiento de su legitimación tras el consenso estatutario y el correspondiente despliegue institucional derivado de la voluntad constituyente, refrendada popularmente. El sí del consenso (479.205) casi multiplicó por tres veces y media al no extremista (163.191), y el primero ganó por el 70,2% del voto válido, mientras que el segundo tuvo que conformarse con un 23,9%. La clave del falso rechazo de la sociedad vasca a la Constitución está en la adjudicación tramposa de la abstención por parte del nacionalismo, pero el abstencionismo táctico peneuvista, difícilmente, puede atribuirse un máximo de 12 ó 13 puntos del total de la abstención (alrededor de 200.000 electores). La abstención suele dispararse cuando no hay incertidumbre alguna sobre el resultado; especialmente, en los referendums. La vasca fue del 55,3% (o una participación del 44,7%), la española del 32,9%, la catalana del 40,3%, la navarra del 33,4% o la gallega del 49,8%, por ejemplo. Es más, la participación media en los cinco referendums habidos en el País Vasco ha sido del 52,3% (entre la mínima del 38,4% de la Constitución europea de 2005 y la máxima del 65,4% de la OTAN de 1986).

El PNV vuelve a equivocarse en su unidad de discurso y de objetivos con ETA y sus herederos. Cuando pidió la abstención en el referéndum de 1978 lo hizo después de haber rechazado la discusión e inclusión del derecho de autodeterminación defendido por EE, por no haber sido tratado en plano de igualdad con los nacionalistas catalanes en la ponencia constitucional y para diferenciarse, sin enfrentarse a ETA, de las posiciones del conglomerado de los actores emergentes de la izquierda abertzale, a pesar de haber logrado incluir la disposición adicional primera que reconoce los derechos históricos. Pero lo hizo también pensando en reforzar la posición de chantaje del nacionalismo en la inmediata discusión y negociación estatutaria.

Por si queda alguna duda, la sociedad vasca sigue manteniendo el mismo nivel de apoyo a nuestra Constitución y, de repetirse hoy un hipotético referéndum sobre la misma, el sí (34,8% sobre el censo) volvería a superar al rechazo (24,3%), lo que nos retrotraería a la situación de 1978. La opinión favorable es, relativamente, más apoyada entre los no nacionalistas (41%), pero es compartida también por algo más de uno de cada cuatro nacionalistas (28%). Por electorados de las pasadas elecciones autonómicas, los decantados por el sí siguen estando entre populares (81,6%), socialistas (53,4%), C’s (75%) y el propio PNV (41,4%), mientras que el voto negativo solo es mayoritario entre los votantes de EH Bildu (49,3%), y Elkarrekin Podemos se divide entre el sí (28,7%) y el no (29,3%)

Por eso, es una auténtica impostura decir ahora que los vascos no aprobaron o no aprueban la Constitución por no reconocer el derecho de autodeterminación, cuando ellos mismos lo rechazaron en su momento (baste recordar la parábola de las berzas de Arzalluz). ¿Son conscientes de que con este discurso contribuyen a blanquear el pasado ignominioso del terror? ¿O es que todo vale para albardar una reforma del autogobierno en clave soberanista, que es rechaza por la sociedad vasca?

La Constitución tiene la solera de haber contribuido durante cuarenta años a construir una democracia avanzada, capaz de transformar y modernizar nuestra sociedad y, en el caso vasco, de desplegar un autogobierno de lujo e incomparablemente mejor que el de la mayor parte de los poderes regionales reconocidos por otras democracias avanzadas. Pero es verdad que también sufre la fatiga de los años y los desajustes propios de las transformaciones que ha propiciado, para lo que ella misma contiene las previsiones procedimentales de su reforma sin que quepa atajo alguno. Las condiciones son claras y simples: respeto a las propias reglas constitucionales y búsqueda de consenso. Así es la democracia real para todos y no la imaginaria y faccional de algunos.