El timo de Guernica

JESÚS LAÍNZ – LIBERTAD DIGITAL – 15/04/17

Jesús Laínz
Jesús Laínz

· Pero no se comprende bien por qué España ha de pedir perdón por semejante cosa. ¿Acaso era el bando llamado nacional el que representaba a España?.

Es casi una vulgaridad repetirlo, de tan repetido que está. Pero si hay un caso que demuestra lo atinado de aquella frase sobre la verdad como la primera víctima de las guerras, ese caso es, sin duda, el del bombardeo de Guernica hace ahora ochenta años. Porque aquel bombardeo no fue ni el primero ni el último ni el más importante ni el más letal de la Guerra Civil, de no importa qué bando, pero sin duda fue, y sigue siendo, el más conocido en todo el mundo por la propaganda posterior y, fundamentalmente, por el hecho de que Picasso pintase sobre él uno de los cuadros más famosos de todo el siglo XX.

En aquel abril de 1937 las tropas nacionales avanzaban hacia un Bilbao en el que los peneuvistas de José Antonio Aguirre maniobraban a espaldas de sus aliados republicanos para traicionarlos y rendirse por separado; Mola y Franco libraban su pulso particular para demostrar quién mandaba más; y aviadores italianos y alemanes hacían su guerra en ocasiones algo desconectados del mando nacional.

El número, clase y nacionalidad de los aviones participantes, la cantidad y clase de bombas arrojadas, el tiempo que duró el bombardeo y otros detalles militares han sido repetidos, analizados, alterados, descritos y citados en un millón de ocasiones, así que pasaremos de puntillas sobre ellos para no aburrir innecesariamente con datos técnicos.

Una de las cuestiones más debatidas ha sido la de si Guernica podía ser considerado objetivo de interés militar o no. La propaganda republicana insistió en la respuesta negativa para denunciar lo que consideraba un ejemplo de la barbarie fascista sobre la población civil. Y muchos autores siguen insistiendo en ello. Pero no parece demasiado sostenible dada la presencia en Guernica de cuarteles, varios cientos de soldados, fábricas de armas –que no fueron el principal objetivo por el obvio interés de los nacionales en mantenerlas operativas– y, sobre todo, el puente sobre el río Oca que se pretendió destruir para dificultar la retirada de los soldados republicanos.

Por el contrario, la alegación de que sólo se pretendió destruir el puente tampoco parece sostenible, entre otros motivos por las cínicas palabras del comandante de la Legión Cóndor, Wolfram von Richtofen, cuando, algún tiempo después, reconocería que «en Guernica me comporté de una forma muy maleducada».

Tampoco parece sostenible que la gran destrucción de la ciudad fuese debida a las bombas, pues los testigos presenciales relataron que la mayor parte de la ciudad no fue afectada y que la devastación fue debida al incendio posterior, que no fue atajado con diligencia por unos bomberos que llegaron demasiado tarde y se fueron demasiado pronto sin haber apagado los focos existentes.

Evidentemente, tampoco fue cierta la versión nacional de que Guernica había sido quemada por los republicanos en fuga, si bien es cierto que contaban con los antecedentes de Eibar e Irún para sospecharlo en un primer momento.

Una de las más insistentes mentiras ha sido la de que se trató de una decisión de Franco y Mola para arrasar simbólicamente al pueblo vasco mediante la destrucción del centenario roble y la Casa de Juntas. Pero cuando Mola se enteró de la acción decidida por von Richtofen estalló de indignación. Franco también se enfadó por la indisciplina de la Legión Cóndor pero no dijo nada para no enfrentarse con sus aliados alemanes. Y dos semanas después de lo de Guernica, el 10 de mayo, reiteró la orden que ya había dado anteriormente:

«No deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire«.

Y respecto a la voluntad de arrasar los símbolos forales vascos, éstas fueron las palabras de José Antonio Aguirre al día siguiente:

«Los aviadores alemanes al servicio de los facciosos españoles han bombardeado Guernica, incendiando la histórica villa que tanta veneración tiene entre los vascos. Nos han querido herir en lo más sensible de nuestros sentimientos patrios, dejando una vez más de manifiesto lo que Euzkadi puede esperar de los que no vacilan en destruir hasta el santuario que recuerda los siglos de nuestra libertad y nuestra democracia«.

Y éstas, la del periodista británico George Steer, quizá el principal creador del mito de Guernica por su artículo The tragedy of Guernica publicado en The Times:

«El objetivo del bombardeo ha sido la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca«.

Verborrea heroica aparte, para desmentir lo sostenido por ambos baste el hecho de que Mola, al entrar sus tropas en la ciudad dos días después, ordenó la inmediata protección del árbol y la Casa de Juntas por una guardia de requetés.

Especialmente importante ha sido, tanto entonces como hoy, el baile de cifras de fallecidos. Significativamente, la prensa bilbaína y los primeros testigos hablaron de pocas víctimas, incluido el mencionado Steer.

Pero pronto llegarían los ceros. Varios periódicos ingleses y estadounidenses, interesados en agrandar la amenaza alemana, llegaron a ochocientas y novecientas víctimas. En Francia, L’Humanité alcanzó las dos mil. José de Labauria, el alcalde peneuvista de Guernica, anunció por Radio Bilbao que habían muerto «miles y miles». Un folleto propagandístico editado por el gobierno de la República para informar del bombardeo en el extranjero concretó más: 1.654 muertos y 889 heridos. En su libro De Guernica a Nueva York, publicado en 1944, Aguirre corrigió al alza: dos mil. Su correligionario Pedro de Basaldúa, en un libro paradójicamente titulado En defensa de la verdad, fue aún más lejos: hasta los tres mil. Indalecio Prieto, en su artículo de 1955 Guernica la mártir, quedose en los dos mil. Y varias décadas más tarde Hugh Thomas lo cifró, sorprendentemente, entre cien y mil seiscientos, manifestando su preferencia por el millar. Como contraste, Ricardo de la Cierva escribió en 1970 que «no llegaron a una docena».

Pues bien, Jesús Salas Larrazábal, historiador que acudió a los registros civiles y a los de entierros y fallecidos en el hospital de Basurto en aquellos días, fijó la cantidad en ciento veinte. Posteriormente, el periodista Humberto Unzueta confirmó los ciento veinte apuntados por Salas, de los que identificó con nombres y apellidos a ciento quince; y la asociación Gernikazarra ha considerado en los últimos años que la cifra podría llegar hasta aproximadamente el centenar y medio.

Pero lo más importante de todo es la utilización que de Guernica sigue haciéndose hoy. Pues el PNV ha exigido en numerosas ocasiones que España pida perdón por el bombardeo, como lo hiciera en 1997 el presidente alemán Roman Herzog. Pero no se comprende bien por qué España ha de pedir perdón por semejante cosa. ¿Acaso era el bando llamado nacional el que representaba a España? ¿No habíamos quedado en que se trataba del bando golpista contra el gobierno legítimo de la República? Si fue así, el bando que representaba España tendría que haber sido el otro, aquel en el que precisamente militaban los peneuvistas. Pero si se empeñan en atribuir la cualidad de «España» al bando nacional, entonces estarán dando la razón a Franco, al cardenal Gomá y a tantos otros que, tanto entonces como en décadas posteriores, definieron al bando republicano como la anti-España. Además, por ese camino se podría empezar a exigir perdones a diestro y siniestro, empezando por el que debería pedir el PNV por los cientos de asesinados en las cárceles y barcos-prisión a su cargo. Y al PSOE y el PCE, únicos partidos, junto con el PNV, que continúan existiendo desde entonces, por la orgía de sangre que desataron en retaguardia durante los tres años de guerra.

El bombardeo de Guernica –al que Aguirre otorgó la categoría de «el más brutal asesinato registrado jamás»– da para mucho. Pues el mundo batasuno ha aprovechado en alguna ocasión aquel mitificado acontecimiento para comparar la Audiencia Nacional con la Legión Cóndor. E incluso ha servido para legitimar los crímenes de ETA. Por ejemplo, el número de diciembre de 1970 de la revista Sabindarra, editada por nacionalistas afincados en Venezuela, rezaba así en su portada:

ESPAÑA ASESINA. España destruyó Gernika y Durango. GORA EUZKADI AZKATUTA. MUERA ESPAÑA. LA JUSTICIA QUE EL MUNDO NO HIZO (España no estaba entre los criminales del juicio de Nuremberg) CONTRA LOS CRIMINALES DE GERNIKA OBLIGÓ A LOS VASCOS CONDENADOS A MUERTE EN BURGOS A LUCHAR POR SALVAR EUZKADI. ¡MUERA ESPAÑA!

El historiador Alberto Reig fijó la clave de la cuestión en su artículo de 1987 Guernica como símbolo:

Guernica se ha convertido en una bandera ideológica por encima de su estricta realidad histórica (…) El bombardeo de Guernica no sólo tiene un enorme significado político, más allá de la estricta realidad de los hechos, sino que también ha pasado a representar un hito más en la lucha del pueblo vasco –a lo que ha contribuido determinantemente el régimen franquista– por su reconocimiento pleno como comunidad diferenciada, frente al torpe nacionalismo unitarista del fascismo español.

Es decir, que el bombardeo de Guernica demuestra una vez más, lamentablemente, que lo importante no es la veracidad con la que se relaten los hechos, sino el sentimiento que se provoca con el relato y el rédito político que se pueda sacar de ello.