Rubén Amón-El Confidencial

El presidente vulnera la jornada de reflexión con un acto de propaganda en el que se le observa vigilando la «crisis» de una jornada menos conflictiva de lo que se pensaba

Ha debido resultarle frustrante a Pedro Sánchez la experiencia de haber transcurrido la jornada de reflexión sin poder conceder una entrevista. Todavía le faltaba confiarse a ‘Casa Jardín’, a ‘Forocoches’ y a ‘Radiotaxi’, aunque las limitaciones de la vigilia electoral las ha terminado transgrediendo él mismo con la obscenidad del último acto de campaña. Se retrata presidiendo en la Moncloa un comité gubernamental sobre la situación en Cataluña. Entendemos la preocupación del presidente en funciones —en funciones terminales— respecto al desafío territorial, pero se antoja obsceno deslucir la disciplina del sábado zen con un nuevo brochazo de propaganda, un ‘selfie’ conceptual que redunda en su narcisismo patológico y que traslada al ciudadano un mensaje engañoso: pretendiendo vigilar por la normalidad de la jornada, era Sánchez quien la adulteraba.

Parecía el centinela de la Moncloa. Se lo observa inquieto en un gabinete de crisis cuya solemnidad y compungimiento reflejan su propia incertidumbre. Ya le gustaría retrotraerse al mes de julio. Hubiera preferido el insomnio de gobernar con Iglesias a la pesadilla del bloqueo. No tiene salida Sánchez. Porque no parece probable que la izquierda alcance la mayoría. Y porque la estrategia de acoso al soberanismo con disfraz de tuno y testosterona de españolazo malogra los acuerdos de investidura que estaban garantizados antes de las vacaciones y de la sentencia del ‘procés’.

Cataluña fue la zona cero de Rajoy, como puede serlo la de Sánchez. Es verdad que la gestión prudente de los disturbios complace la expectativa del PSC. Y es cierto que los socialistas catalanes aspiran a desahuciar el reino efímero Ciudadanos, pero Sánchez resulta demasiado pusilánime al votante mesetario como le resulta demasiado incendiario a los independentistas.

El problema de Cataluña no es la república digital, sino la república analógica, la tangible, la sediciosa

 La apropiación de la Fiscalía y la atribución de facultades para cerrar webs subversivas abastecen de argumentos la narrativa soberanista del Estado opresor y de la injerencia gubernamental. El líder socialista ha emprendido una deriva absolutista que refleja la inseguridad y la desesperación. La foto de la Moncloa es una plegaria, el mensaje de la botella de un náufrago.

El problema de Cataluña no es la república digital, sino la república analógica, la tangible, la sediciosa. Ayer estaba convocada en la gran coreografía del día de la ira, el Woodstock «soberata», pero no puede decirse que los desórdenes y los disturbios coartaran, como pretendían, la jornada de reflexión. El tsunami se quedó en tormenta, se resintió de su propia congestión otoñal, no digamos cuando la gran acampada de Barcelona terminó disolviéndose entre acusaciones de robo y de fraude.

Son unas elecciones convencionales. Limpias, garantizadas, homologadas, pero el soberanismo las puede interpretar como una provocación

Es el desenlace prosaico de un movimiento fallido. No ya porque se ha malogrado entre llamas y huelgas oficiales la imagen cívica y ghandiana del soberanismo —el mayo del 68 catalán no lo organizan los estudiantes, lo promueven los rectores—, sino porque los vínculos orgánicos entre los nibelungos (los CDR) y Gandalf (Torra) tanto ha dividido a la familia ‘indepe’ como han expuesto la banalización del terrorismo amateur.

Superada la incertidumbre del 9-N, queda pendiente saber hasta qué punto puede sabotearse en Cataluña la jornada electoral. Se trata de unas elecciones convencionales, o sea, limpias, garantizadas, homologadas, pero el soberanismo las puede interpretar como una provocación. Porque no se puede votar tres veces. Porque las urnas no se compran en los chinos. Y porque el recuento se realiza sin margen de manipulación. O sea, todo lo contrario de cuanto sucedió en el sensacional pucherazo del 1-O.