El vellocino catalán

EL MUNDO 17/04/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

MI QUERIDO Paco Reyero acaba de publicar un libro sobre Clint Eastwood y yo y la película que hicimos juntos, El bueno, el feo y el malo, aunque él no lo cuente así y no sea nada ecuánime en el reparto de méritos. Ni siquiera en el título: Eastwood: desde que mi nombre me defiende.

Cuenta Reyero que Luciano Vincenzoni, guionista de La muerte tenía un precio, acompañaba a Sergio Leone a Hollywood en busca de financiación para su tercera película. La United Artists quiso algunos detalles sobre la historia que tenían en la cabeza. Él no tenía ninguna, pero había trabajado en el guión de La gran guerra y les hizo una sinopsis adaptada: dos golfos atraviesan un país en guerra tratando de sobrevivir a base de picaresca, mientras buscan 200.000 dólares en oro, con Eastwood y Eli Wallace en los papeles de Vittorio Gassman y Alberto Sordi y la guerra de Secesión en el de la Primera Guerra Mundial.

En todo ideal hay una aventura de búsqueda. La independencia es un vellocino de oro, un santo grial, lástima que el papel de Jasón se lo disputen dos héroes tan improbables como Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, enemigos mortales entre sí. Claro que peor sería imaginarnos a esta pareja en plan rey Arturo y Lanzarote del Lago, con Anna Gabriel en el papel de Ginebra.

El procés es una de esas historias del guionista Vincenzoni, en la que dos truhanes van incendiando a su paso todo lo que encuentran para escapar de la derrota y la cárcel, aunque sus protagonistas principales parezcan haber sido seleccionados por el director de casting de Shrek.

El presidente y su vice son dos pícaros que se necesitan, tienen que cooperar a pesar de odiarse, a la manera de Eastwood y Wallace, porque uno sabe el nombre del cementerio y el otro el de la tumba donde está la pasta. Pero odiarse se odian mucho y esa era una garantía de seguridad. A punto de desmayarse, el Rubio escupe en la cara a Tuco y le dice: «Dormiré tranquilo, porque sé que mi peor enemigo vela por mí».

El procés es un brote tardío de la novela picaresca. El problema es que uno de los dos, vale decir ERC ya no necesita al otro y pretende suplantarlo. El número dos de la antigua Convergència anunciaba en plena Semana Santa la posibilidad de poner al frente del invento a un autonomista, ante la debacle del independentismo. Está en la tradición. Cuando Sabino, el fundador, es llevado a la cárcel por su legendaria felicitación a Roosevelt, por la independencia de Cuba, recapacita y propone, ya en el ocaso de su vida, fundar la Liga de los vascos españolistas: una idea «seguramente salvadora de llevarse con toda perfección a la práctica: la independencia de Euskadi bajo la protección de Inglaterra, será un hecho un día no lejano». Él se había fijado en el éxito de Cambó con su Lliga Regionalista. La fundó en abril de 1901 y al mes siguiente triunfó en las elecciones generales.

El nacionalismo es un copiarse unos a otros y en Cataluña es un triello en el cementerio de Sad Hill. El tercer duelista, la CUP, hace de Sentencia, con sus axilas y su terrorífico flequillo. La pobre Anna Gabriel no ha querido ser madre porque ella veía el tema como fruto de un planteamiento colectivo. El parto como un esfuerzo cooperativo, no está mal. Uno, quizá por resabios liberales, siempre ha visto la maternidad como un empeño individual, a diferencia de la paternidad, que admite la cooperación, siquiera sea en plan metafórico. Se lo gritaba Eli Wallace a Eastwood en el plano final de la película: «¡Rubio! ¿Sabes de quién eres hijo? ¡Eres un hijo de mil paaaadres!».