El Correo-LORENZO SILVA

Cada vez tardan menos en defraudarnos los que supuestamente nos representan

El etarra Santi Potros, cerebro entre otros de los atentados del Hipercor de Barcelona y de la madrileña plaza de la República Dominicana –varias decenas de asesinados entre ambos, por procedimientos que aseguraban su muerte y su sufrimiento–, sale de prisión y esa misma noche recibe el cálido homenaje de los suyos en Lasarte. Varios de los encausados por actos ilícitos –y presuntamente delictivos– conectados con el ‘procés’ reciben canonjías bien retribuidas con los impuestos de todos.

Mientras tanto, el Gobierno de España decide dejar a sus servidores a los pies de los caballos de una ley de fabricación de la memoria a la medida de las cuitas del nacionalismo vasco, lo que incluye y exige el sacrificio, sin garantías judiciales, de la reputación de los que defendieron la ley y la Constitución –y a todos los españoles– frente a ETA. Hay que igualar como sea la fiebre homicida de los cachorros engendrados por la ideología identitaria –no vinieron en un platillo volante– con la legítima defensa de la vida de los ciudadanos y la ley democrática.

Ellos nunca abandonan a los suyos, ya lo vemos, pero los que ahora administran el BOE no tienen reparo en entregar a sus funcionarios a un procedimiento inquisitorial que, a pesar de acogerse nominalmente al protocolo de Estambul sobre la tortura, obvia sus más elementales garantías y se preocupa de que la fracción abertzale de la sociedad vasca sea juez y parte.

Tampoco ha temblado la mano a la hora de destituir con descrédito y estrépito, por lo que en todo caso sería un error menor, a un guardia civil que en tres décadas de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado ha contribuido con su pericia y su esfuerzo a salvar decenas de vidas. Coincidencia o no, los mismos que ahora podrán blanquear a sus ovejas descarriadas, elevándolas por arte de birlibirloque a la categoría de víctimas, habían pedido con insistencia su cabeza. Además de sacrificarlo, se le denigra una y otra vez con la etiqueta de torturador, para dejar en nada los servicios a sus conciudadanos. Todo por un hecho de su juventud, en circunstancias de tensión extrema, que se saldó con heridas leves para un convicto de causar la muerte a un semejante. Un hecho, por cierto, que no ha dejado de reconocer como error, y del que ha tenido la gallardía de dar cuenta –incluida la condena que le acarreó– en un libro con su firma. Compárese con la arrogancia de Santi Potros, ese para el que sus cofrades y tantos de los que exigen que se arroje a ese guardia civil y a tantos otros servidores del Estado al averno, como torturadores irrecuperables, piden pelillos a la mar.

Un Gobierno que abandona a los suyos no merece serlo. Es duro ser un ciudadano español de izquierdas. Cada vez tardan menos en defraudarnos los que supuestamente nos representan.