Francesc de Carreras-El País

Tenemos la ocasión de aprender mucho en este juicio, aprender derecho sin duda, pero también tolerancia y respeto mutuo

El juicio oral que se desarrolla en la Sala Segunda del Tribunal Supremo es una extraordinaria ocasión para aprender derecho y entenderlo como uno de los grandes avances de nuestra civilización. Recuerdo una gran película, El árbol del ahorcado, dirigida por Delmer Daves y protagonizada por Gary Cooper, María Schell y el gran Karl Malden, en la cual las masas, la gente, la turba, la multitud o como se la quiera llamar, sin atenerse a leyes, procedimientos ni pruebas, sino sólo a conjeturas e intuiciones, decidían en unos pocos minutos quién era el culpable de un crimen e, inmediatamente, tras preparar la soga, se preparaban para ahorcarle, en realidad, para asesinarle. Esto sucedía en el salvaje Oeste americano, en un apartado rincón de aquel vasto territorio sin Estado y sin derecho, cuya máxima autoridad era el conjunto del pueblo que expresaba su voluntad sin atenerse a ley alguna, eso que ahora gusta a tantos, entre ellos el actual presidente de la Generalitat.

Pues bien, aquel acto representaba la barbarie, lo que los clásicos del pensamiento liberal llamaban “estado de naturaleza”, en el cual cada persona era libre e igual a las demás, pero defendía su propia esfera de libertad individualmente con sus propias armas, dada la carencia de leyes que le otorgaran derechos y de legítimas autoridades representativas con el deber de defenderla de acuerdo con estas leyes. En cambio, las sesiones que podemos seguir en directo por televisión del juicio que se desarrolla en la Sala Segunda del Tribunal Supremo es lo contrario de la barbarie, es la civilización, los argumentos de la razón tratando de resolver conflictos sociales conforme a lo regulado por las leyes penales y procesales.

En efecto, el juicio resulta ejemplar. Es la seriedad que garantiza la aplicación de reglas previas frente a situaciones tumultuarias que se desarrollan sin reglas, sin leyes, como en la citada película. Lo primero conduce a resolver problemas, lo segundo a crearlos.

Un proceso judicial es, quizás, el momento en el cual el derecho culmina su tarea ordenadora de la sociedad, el último recurso ante un conflicto. Sólo hay proceso si previamente hay conflicto y éste no se ha podido resolver por otros procedimientos. Y en este proceso que soluciona un conflicto tienen tres grandes protagonistas, la acusación y la defensa, partes litigantes enfrentadas que exponen sus razones, y un juez neutral que los escucha, valora los argumentos y dicta sentencia. Todo ello presidido por normas que derivan de grandes principios, entre otros, como fundamentales, igualdad de partes, contradicción, publicidad, independencia judicial y presunción de inocencia.

Los españoles tenemos la ocasión de aprender mucho en este juicio, aprender derecho sin duda, pero también tolerancia, respeto mutuo y otras formas civilizadas de relación entre nosotros.