Mikel Buesa-Libertad Digital

Lo malo de ser doctor en cortapegas y refritos es que uno ya no distingue entre las menguadas ideas de su cosecha y las que proceden de unas apresuradas lecturas mal asimiladas o de las referencias oídas en alguna parte que ni siquiera se recuerda. Algo de esto le debió de pasar al doctor Sánchez durante su visita relámpago a Canadá, donde en rueda de prensa, que celebró en Montreal junto con su colega Trudeau, señaló que la del diálogo es la lección que ha aprendido de Québec. Al parecer, alguien le contó que allí se celebró hace tiempo un referéndum de independencia –en realidad fueron dos, uno en 1980 y otro en 1995, ambos perdidos por el Partido Quebequés– y que ahora los nacionalistas están de capa caída. Y de ello dedujo, aludiendo a Cataluña, que «desde la política se tiene que garantizar una solución política», como si lo de la rebelión de los catalanes hubiese sido un acontecimiento inexistente.

Pero lo más llamativo no es eso, sino lo que señaló acerca de lo que debe de considerar la principal causa del problema catalán. Dijo, así, que «durante demasiados años ha habido un lenguaje grueso, de confrontación y de división», para concluir inmediatamente que «se ha echado en falta (la) empatía«. Hablando en Canadá y señalando que los españoles tenemos que aprender algo de la experiencia quebequense, esto llama la atención porque da la sensación de que al doctor Sánchez le faltan lecturas en esta materia. Sus asesores no le han debido de advertir de que el artífice del encauzamiento constitucional de las pretensiones secesionistas del pequismo fue Stéphane Dion, con su política de la claridad; una política que daría lugar a la ley de igual título que aprobó el Parlamento canadiense el 29 de junio de 2000. Con ella se dio respuesta a lo que Dion consideraba la verdadera cuestión del nacionalismo, que no era «saber si los quebequeses pueden decidir su futuro», sino «saber cómo, por qué procedimiento, los quebequeses que no quieren la nacionalidad canadiense podrían retirársela a los quebequeses que quieren conservarla».

Pues bien, para llegar a ese logro, Dion, cuando fue nombrado ministro de Asuntos Intergubernamentales por Jean Chrétien, tomó la decisión de conculcar las dos reglas de oro que, en su país, habían caracterizado la política con respecto a los nacionalistas. La primera de esas reglas –según señaló en su libro La política de la claridad– era la referida a la «necesidad de cortejar a los nacionalistas con suaves palabras«, que Dion rechazó porque ello implicaba «dirigirles un discurso que concede ventaja a [las] tesis independentistas». O sea, todo lo contrario de la empatía que recomienda el doctor Sánchez, quien al parecer ha aprendido más bien poco en su viaje a Canadá. Más aún, en sus declaraciones hizo referencia explícita, apoyándola, a la delegada del Gobierno en Cataluña, que poco antes se había despachado pidiendo el indulto para los aún no condenados dirigentes nacionalistas encausados por rebelión. Al parecer, a la delegada Cunillera le parece estupendo hablar a los nacionalistas con «suaves palabras», lo mismo, por cierto, que a la vicepresidenta Calvo y a los ministros Ábalos y Borrell –curioso autor este último de unos Cuentos y cuentas de la independencia que, ya puestos a examinar la originalidad de los escritos de quienes nos gobiernan, habría que revisar–.

Pero Dion habla también de una segunda regla, la de «no admitir nunca en público que el adversario podría ganar«. Y señala que debe ser conculcada porque «admitir que puedo perder es al mismo tiempo admitir que puedo ganar»; por ello, dice, «no debería tener miedo en aclarar el envite en todas sus dimensiones», pues «la claridad y la franqueza son mis aliadas; la confusión y la ambigüedad, mis enemigas». Si el doctor Sánchez hubiera aprendido esto en Canadá, no estaría diciendo memeces como las que volvió a repetir, una vez más, en aquel país, del tipo «hay que reivindicar el diálogo», aunque no se sepa de qué se va a hablar, o de la especie de que, en Cataluña, «la mayoría social lo que pide es reforzar su autogobierno».

Es una pena que el doctor Sánchez no haya aprovechado su estancia en Canadá para extraer las valiosas lecciones que la experiencia de ese país ha proporcionado para tratar políticamente los asuntos secesionistas. Si como dice, su responsabilidad es «resolver desde la política un conflicto político», ahí tiene dónde inspirarse y dejar de cometer los severos errores en los que está incurriendo. Y ya que las ideas le fallan y está desorientado, le recomiendo que lea el capítulo que escribió José María Ruiz Soroa en el libro La secesión de España, pues en él se contempla cómo abordar el problema sometiéndolo, como hizo Dion en Canadá, al procedimiento democrático dentro de los límites que la Constitución establece.