Luis Haramburu Altuna-El Correo

La guerra de trincheras de los partidos evita abordar los graves problemas que nos afectan. A medio plazo supone la perpetuación de una sociedad dislocada artificialmente por sus políticos

La tierra de nadie -no man’s land- posee connotaciones bélicas, pero conviene al caso que nos ocupa ya que la política puede considerarse como la continuación de la guerra por otros medios. La política, en suma, reviste todas las características de la pugna entre adversarios, solo que por medios, supuestamente, no cruentos. El escenario que se nos presenta ante las elecciones del 28 de abril y el 26 de mayo ha adquirido la forma de una pugna entre dos bandos irreconciliables. Dos trincheras acogen a dos enemigos que aseguran su antagonismo incluso después de las citas electorales.

Ciudadanos ha hecho público su imposible acuerdo con el PSOE tras las elecciones, mientras Podemos aduce la imposibilidad de un acuerdo con Ciudadanos. Sánchez, por su parte, asigna a quienes están a su derecha el nada piadoso calificativo de ultraderecha. El espacio que separa a las dos trincheras es la tierra de nadie, es el espacio que unos y otros pretenden ocupar. En la tierra de nadie están los ciudadanos, esos seres ignotos e indefensos que los partidos políticos asentados en sus trincheras tratan de atraer. La tierra de nadie es el centro de operaciones, pero es también el lugar donde se residencia la ciudadanía. Es en el centro político donde se ubican los ciudadanos de quienes unos y otros pretenden obtener el voto.

Los ciudadanos votamos cada cuatro años, más o menos, y tenemos intereses que muy pocas veces los partidos políticos que dicen representarnos consideran prioritarios y esenciales. Los partidos políticos son oligarquías que están a lo suyo. Les interesa el poder y su principal objetivo es obtenerlo y mantenerlo. Las grandes cuestiones que afectan a los ciudadanos son tan solo puntos de referencia de su retórica, pero casi nunca son asumidas como prioridades a resolver. El paro juvenil, la desigualdad creciente entre los ciudadanos, el cambio climático, la ineficacia del sistema educativo, la nefasta pirámide demográfica, la insostenibilidad de las pensiones a medio plazo, la carestía de la vivienda, la insolidaridad entre los territorios, la mediocridad de la clase política y sus prácticas corruptas, la creciente falta de seguridad, el irrespirable clima político que destilan y la escandalosa falta de responsabilidad ética y política son algunas de las lacras que desde la tierra de nadie padecen los ciudadanos. Pero nada de todo ello figura entre las prioridades de quienes se dedican a cavar trincheras en lugar de acordar y consensuar soluciones que favorezcan el bienestar y la felicidad de los ciudadanos.

De manera retórica, todos los partidos dicen mirar por el interés general y se autoerigen en la centralidad política, pero las ubicaciones centradas de última hora carecen de credibilidad si consideramos su práctica política anterior. El caso de Sánchez, por ejemplo, es paradigmático, ya que es el principal artífice de la polarización en bloques de la política española. Es él quien con sus políticas ha propiciado el crecimiento de Vox en cuya senda trata, ahora, de situar a todos los que se oponen a ellas. El fenómeno político de una izquierda que termina por potenciar a la extrema derecha, al tratar de ningunear a la derecha constitucional y democrática, ocurrió ya en Francia con François Miterrand y ha vuelto a ocurrir en España con Sánchez cuyas políticas han dado visibilidad a Vox.

La emergencia de Vox ha contribuido a la derechización del PP de Casado, quien sacudiéndose los complejos de aparecer congeniando con los de Abascal, ha cavado una poderosa trinchera que recuerda tiempos nefastos para la convivencia democrática. Rivera, por su parte, se ha apresurado a afirmar que no pactará con el PSOE tras las elecciones y con ello ha contribuido, lamentablemente, a escenificar la existencia de dos bloques antagónicos e irreconciliables.

A corto plazo, la guerra de trincheras de los partidos evita abordar los graves problemas que nos afectan y a medio plazo supone la perpetuación de una sociedad dislocada artificialmente por sus políticos. Este clima solo puede redundar en beneficio del desistimiento de los ciudadanos con la clase política, provocando un fatal distanciamiento que lesiona la calidad de nuestra democracia. La culpa, obviamente, es de los políticos que de manera irresponsable tensan su antagonismo provocando el desistimiento de la ciudadanía.

Mientras tanto, los problemas se pudren y la inestabilidad inherente a la política de trincheras es aprovechada por quienes solo buscan la ruina de nuestro sistema político. Ante esta obscena guerra de trincheras, los radicales de todo género y los secesionistas se frotan las manos, mientras en la tierra de nadie los ciudadanos se desesperan. La abstención cobra verosimilitud cuando es la única manera de preservar la libertad y la dignidad en la tierra de nadie, pero esa es una opción que solo favorece a quienes consideran la política como una guerra. Votar y hacerlo de manera inteligente y racional es la pequeña venganza que nos cabe en la tierra de nadie.