Entropía del enredo

ABC 03/07/16
IGNACIO CAMACHO

· El caos aumenta a medida que los británicos constatan que votar el Brexit no era como salirse de un grupo de Whatsapp

AÚN existe una manera en que los británicos pueden empeorar el estrambótico lío en que se metieron con el Brexit. Y están en ello: se trata de desoír el resultado del desquiciado referéndum que Cameron convocó para cavar su tumba política. De no activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, el de la salida voluntaria de la UE. De que el Parlamento no ratifique lo expresado en las urnas. O incluso de convocar otra consulta con una mayoría más cualificada que la que en su arrogante desorientación fijó el primer ministro descalabrado. Fórmulas hay varias; sería cuestión sólo de elegir la más perjudicial, la que más desgaste al sistema, la que permita del modo más rápido y eficaz la victoria de los populistas en las siguientes elecciones.

Para agravar el desastre Gran Bretaña cuenta con inestimable y entusiasta colaboración al otro lado del Canal. Esos eurócratas que sacan pecho a destiempo ante el demagogo Nigel Farage. Esos ministros alemanes que aprovechan la eliminación de Inglaterra en la Eurocopa para hacer chistes provocadores –«out is out»– en Twitter. Ese Margallo que se apunta a agitar el larvado debate de la cosoberanía de Gibraltar. Esos gobernantes divididos entre los que meten prisa al Reino Unido para que recoja sus cosas y los que le ofrecen subterfugios legales para seguir dentro estando nominalmente fuera. Cualquier cosa vale para enredar. Cualquiera menos clarificar el panorama, tomar decisiones y trabajar por una razonable minimización de mutuos perjuicios.

Sucede que votar el Brexit no era como salirse de un grupo de Whatsapp. Los británicos se han dado cuenta después y el resto de los europeos no se lo supo hacer ver antes. Es una catástrofe mayúscula que además resulta muy complicada de aplicar porque bajo la simpleza de las papeletas –sí o no– hay ochenta mil páginas de tratados de colaboración y de embrolladas disposiciones legales. Revisar todo eso da mucha pereza y además lleva años. Y parece que tanto la UE como el propio UK, a buenas horas mangas verdes, sienten una profunda galbana para ponerse a desenredar legajos.

Pero aún es posible, ley de Murphy mediante, acrecentar el caos. Porque resulta que el tipo que tiene que apretar el botón de salida es el propio Cameron. Y que nadie de su partido está dispuesto a relevarlo antes de que ese proceso haya comenzado. Al líder en retirada le corresponde también la eventual decisión de ignorar llegado el caso el veredicto de los ciudadanos. Comerse el marrón, se llama la cosa. Y en eso andan, viendo la forma de sacar la pata o meterla hasta el fondo, según haga más daño.

Esto es lo que sucede cuando un aprendiz de piloto se pone a tocar al azar los mandos. Cuando un narciso henchido de autosuficiencia se mira en el espejo sin azogue de su ego sobredimensionado. Y cuando una sociedad enferma de banalidad entrega su soberanía al capricho de unos charlatanes visionarios.