Episodio piloto

IGNACIO CAMACHO – ABC – 03/04/16

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· Una década después sabemos que el caso Malaya sólo fue el vistoso piso piloto de la corrupción sistémica española.

Hace diez años, cuando comenzó, entre esperpento y crónica rosa, la operación Malaya, no había noticia de los ERE falsos ni de la Gürtel y nadie fuera de algunos cuadros del PP conocía a un tal Luis Bárcenas. Iñaki Urdangarin aún daba sablazos de influencia por los despachos y los Pujol eran una familia de reputación respetable de la que apenas se decían algunas cosas en voz baja. La corrupción se veía como una desviación episódica de la naturaleza del poder que los dos grandes partidos soportaban sin excesiva dificultad en una España de economía boyante y saneada. La estruendosa explosión de la trama marbellí tuvo más eco en los programas de cotilleo rosa que en los informativos; era una cuestión de pantojeo asociada al culebrón folclórico y bananero del gilismo.

Hoy sabemos, sin embargo, que la nación vivía ya bajo un sistema político corrupto, empantanado en una irregularidad generalizada. En realidad, el primero que se había dado cuenta fue el propio Jesús Gil, creador de la cleptocracia marbellí. Gil, como María Antonia Munar en Mallorca, había fundado un partido para robar, con el fin ex profeso de saltear las instituciones, pero lo hizo cuando observó que el cohecho era el procedimiento habitual en la vida administrativa.

Él mismo había vivido como constructor la extorsión de la financiación ilegal del PSOE andaluz, y guardado pruebas que exhibió cuando ya habían prescrito. Con su instinto descarado y procaz, sólo hizo de forma grosera lo que sabía que era uso común en la política. Sus sucesores extremaron la desfachatez en un sórdido trajín de comisiones en bolsas de basura pero todo aquel latrocinio de vodevil no fue más que la expresión garbancera y paroxística de una costumbre difundida, como luego se supo, en todos los niveles de la actividad pública.

Marbella fue el piso piloto, vistoso a base de pura obscenidad, de la corrupción sistémica española. Más allá de su estilo de desvergonzada zafiedad nunca hubo demasiada diferencia entre la rapiña de los malayos y el saqueo institucional practicado en todo el país –entonces, antes y después– por los agentes políticos y financieros.

Los hábitos y los métodos eran básicamente idénticos. Y ni siquiera en punto a desvergüenza se aleja mucho el escabroso ambiente gilista de la desahogada turbiedad de los extorsionadores valencianos que contaban el dinero en los coches o de la paleta arrogancia con que algún comisionista andaluz presumía de acumular billetes «para asar una vaca». Incluso podría aventurarse que los lujosos maletines de Roca tenían más glamour que las cajas de puros de Bárcenas.

Lo que enseña la perspectiva del tiempo es que todo aquel desparrame truculento no era un puntual incidente chusco sino el síntoma de un tumor moral. Ya había ERE trucados, los gürtel ya amañaban contratos, los Pujol ya evadían dinero a Andorra. Y España entera era Malasia cuando se creía California.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 03/04/16