Berna González Harbour- El País

Que nadie se engañe al admitir los errores del procés: nunca se podrá violar la ley

Los mismos independentistas que abortaron el plan de Puigdemont de convocar elecciones para evitar la aplicación del artículo 155 acaban de descubrir —¡de repente y simultáneamente!— que no estaban preparados para declarar la independencia, que les ha faltado tiempo, votos, apoyos y acompasar su ritmo a la realidad. Incluso el expresident huido ha reconocido que había otros caminos.

La autocrítica es un ejercicio necesario en todas las facetas de la vida y más aún en política, donde los representantes públicos deben responder ante la ciudadanía que les ha votado con un extraordinario nivel de escrutinio, pero que llegue tan tarde y además tan acompasada, con múltiples voces desde Bruselas, Barcelona o Madrid nos alerta de la sincronización de un coro que llega curiosamente a poco más de un mes de las elecciones. Lástima que no llegara el 6 de septiembre.

El propio Francesc Homs, exportavoz del PDeCAT en el Congreso, inhabilitado por por su papel en la consulta del 9-N, ha considerado “insólito, y me quedo corto” que quienes acusaron de traidor a Puigdemont el 27 de octubre por plantear elecciones ahora reconozcan que no estaban preparados. En esta línea se han expresado Oriol Junqueras, Sergi Sabriá y Joan Tardà (ERC), Carles Campuzano (PDeCAT), o los exconsejeros Ponsatí y Comín desde Bruselas. Además de Forcadell y los otros miembros del Parlament que eludieron la cárcel al reconocer la invalidez de su acción. 

El reconocimiento de los excesos tiene, así, todos los visos de una nueva estrategia independentista para enfrentarse a una etapa en la que han probado ya la solidez del Estado de derecho que desafiaban y aspiran al menos a repetir en escaños la mayoría que a duras penas obtuvieron en 2015. Divididos ante el 21-D en tres listas diferenciadas, el primer clamor es ahora el de conseguir más votos y cerrar así el paso a una mayoría constitucionalista. Pero nadie debe confundirse. Conviene que tanto ellos como los votantes tengan claro que ni conseguir iguales o más votos ni trabajar durante más tiempo podrá suplir las carencias que creen que tuvieron en el ya autodestruido procés. Es cierto que un crecimiento del independentismo puede empezar a darles una legitimidad que hasta ahora en ningún caso podían sustentar, pero la quiebra de la ley, el silenciamiento de la oposición y el intento de ningunear a la justicia no entienden de cupos. No habrá nunca suficientes votos ni suficiente tiempo como para violar la ley de mejor forma. Cualquier idea puede defenderse en la España democrática, pero nunca desde la ilegalidad, la unilateralidad y el autoritarismo de interpretar la voluntad de una parte, por muy numerosa que sea, como un dictado que imponer a todos, como hicieron. Es correcta la autocrítica, aunque llegue a destiempo, pero debe incluir la renuncia a la ilegalidad para que Cataluña pueda enmendar la convivencia rota. Cualquier otra cosa no será más que un ejercicio táctico de cinismo extremo que no es creíble ni para ellos mismos.