ABC-LUIS VENTOSO

Ay si Francia o Inglaterra hubiesen dado la primera vuelta al mundo...

ADEMÁS de rebanar cabezas y romper con Roma, Enrique VIII pasa por ser el padre de la Royal Navy, el primer rey inglés que se tomó en serio construir una gran armada. Lo suyo, de todas formas, era un poco de andar por casa comparado con lo que por entonces hacían los españoles. Pero imaginemos que Enrique VIII hubiese tenido la visión, los arrestos y el capital que reunió Carlos I para financiar la primera vuelta al globo terráqueo. Vamos a suponer que esa gesta hubiese sido inglesa, con los barcos zarpando de Greenwich y atracando triunfantes tres años después en Portsmouth, y que ayer se hubiesen cumplido los 500 años exactos del inicio de tan enorme gesta británica. ¿Qué habría pasado ayer en el Reino Unido? No resulta difícil imaginarlo. Una gran parada naval recorrería el Támesis desde Greenwich, pasando ante un palco de honor donde estarían Isabel II y el príncipe de Gales, el primer ministro, el líder laborista y, por supuesto, los mandatarios de Gales, Irlanda del Norte y Escocia (la independentista Sturgeon siempre secunda las citas de Estado, porque sabe que las instituciones están por encima de las filias ideológicas). Por la noche habría un impresionante espectáculo pirotécnico y audiovisual en el río, y también un macroconcierto en Hyde Park, con las mayores luminarias del pop inglés, de Coldplay a algún bocazas Gallagher pasando por Adele, todo en directo por la televisión pública y con miles de asistentes. En el Museo Marítimo de Greenwich se organizaría una exposición fastuosa sobre la efeméride. La BBC comisionaría una serie sobre los 500 años de la proeza de la circunnavegación inglesa, con actores de campanillas y que sería vendida por todo el mundo. Los escaparates de las librerías estarían engalanados con nuevos ensayos y novelas sobre la proeza naval inglesa. Con toda esa enorme conmemoración, los británicos culminarían una extraordinaria operación de márketing, que reforzaría la imagen de su país y su poder blando.

Pero resulta, ay, que la proeza fue española. Así que la conmemoración de ayer en Sevilla consistió en lo siguiente: un pequeño acto militar, que contó con un centenar de espectadores; la visita de las autoridades a una exposición, el izado en la Torre del Oro de la bandera conmemorativa del 500 aniversario y la salida de un velero, que en una bonita iniciativa repetirá con medios actuales la azarosa e intrépida singladura de Magallanes y Elcano. La vicepresidenta Calvo tuvo el buen detalle de asistir (aunque luego desbarró con apostillas de su obsesión feminista que no venían al caso) y también el presidente de la Junta y dos ministros. El presidente Sánchez, que en agosto ha ocupado su agenda con 14 encuentros preelectorales de nula utilidad salvo para su autobombo, prefirió iniciar sus vacaciones en Doñana que dedicar un par de horas a desplazarse a Sevilla para conmemorar una de las aventuras más hermosas e importantes de la historia de la humanidad, que encima es española.

La torpe desidia de un país que se empecina en no estar a la altura de su histor