Escándalos selectivos

IGNACIO CAMACHO – ABC – 18/03/16

· La inferioridad de la derecha en el debate político permite una acepción desigual de la corrupción en la opinión pública.

La existencia de una intensa y extensa corrupción en las estructuras del PP es un hecho tan evidente como el doble rasero social y mediático a que está sometido. La izquierda, dueña de la hegemonía propagandística y de la superioridad ética, ha logrado imponer el marco mental de que el Popular es un partido de naturaleza deshonesta, cuyo funcionamiento está ligado a la venalidad de una manera ontológica, casi metafísica.

Por el contrario, los escándalos que salpican al PSOE parecen incidentes episódicos, siendo así que hasta ahora el caso de los ERE –y tal vez el de los fondos de formación– es el único en el que el sumario apunta responsabilidades sistémicas localizadas en el núcleo mismo de la Administración pública. Sin embargo ahí están Chaves y Griñán impertérritos ante una imputación por prevaricación confirmada en el Supremo, protestando de que su paseíllo judicial es una maniobra para contrarrestar el ruido de la traca valenciana. Ahí están en la semiclandestinidad informativa las transferencias de Irán a la productora de Pablo Iglesias.

Y ahí está el líder socialista gallego, con media docena de cargos penales a cuestas, aferrado a su puesto para que Pedro Sánchez pueda contar con su apoyo en el próximo congreso. Más aún: insultando la inteligencia de los ciudadanos al abdicar de una mera intención con su renuncia a una candidatura fantasma. Y todo ello bajo la selectiva impunidad social y ante la mirada displicente de los dirigentes de Ciudadanos, tan estrechos a la hora de forzar dimisiones en el PP madrileño, a los que seis imputaciones no les merecen más que un mohín de desagrado, una nariz torcida, un ceño fruncido.

Es probable que esta acepción discriminatoria y desigual la haya propiciado la propia derecha, apocada en su empatía política, torpe en el diseño de su estrategia de comunicación, atormentada de culpabilidad, incapaz de sostener un discurso de fortaleza ideológica. También el pésimo manejo con que el marianismo ha afrontado los escándalos, en especial los de Bárcenas, Rato o Barberá, y el reiterado menosprecio de la importancia que una sociedad zarandeada por la crisis otorgaba a los abusos de las élites.

Pero sobre todo se trata de una posición de aceptada inferioridad en el debate público, de una contrastada incompetencia para entender el valor de los argumentos en la democracia posmoderna. Como resultado de esa ineptitud carencial, el partido que más ha legislado contra la corrupción pasa por el más corrompido; el Gobierno al que la Policía machaca con filtraciones queda como el de la Ley Mordaza; el poder acosado por la investigación de los fiscales se instala en la opinión pública como el enemigo de la independencia judicial.

Es lo que sucede cuando se renuncia a la defensa de las señas propias y se abandonan los espacios de discusión ante quienes se han revelado maestros de la propaganda.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 18/03/16