ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

Tres eran tres, disputándose una silla, cuando desde Cataluña, contra todo pronóstico, apareció Cs para complicar las cosas

SI de él dependiese, Mariano Rajoy tendría como único rival a Pedro Sánchez. O mejor aún, a Pablo Iglesias, cuya capacidad para inspirar miedo le es de enorme utilidad. La existencia de Albert Rivera, en cambio, le resulta cada día más insoportable, aunque gracias a su apoyo siga al frente del Gobierno. Probablemente por eso, de hecho. Deber el puesto a un muchacho percibido como un advenedizo, que en el primer asalto te ha «robado» 32 escaños de golpe, no es píldora fácil de tragar. Y si por añadidura el chico sale respondón, rechaza el papel de muleta y demuestra tener voz propia, normal que te saque de quicio.

Al PP le enervan las críticas de Ciudadanos y más aún le crispa su ascenso imparable en las encuestas. Desde su punto de vista, los «naranjitos» son usurpadores del espacio de centro liberal que por derecho corresponde a las siglas de la gaviota. Okupas políticos. Ladrones de votos considerados propiedad del partido, no del elector soberano para hacer con su papeleta lo que le plazca. ¿Cómo se permiten los recién llegados discutir su primogenitura? ¿Quiénes se creen que son para hacer oposición, cuando deberían limitarse a respaldar todo aquello que se les pidiese y dar además las gracias? ¿Qué les hace pensar que los compromisos contraídos a cambio de la investidura estaban destinados a cumplirse, cuando es de dominio público que las promesas de los políticos valen tanto como su palabra, lo que en la mayoría de los casos es poco o nada?

La vida de las dos formaciones hasta ahora mayoritarias era mucho más sencilla cuando únicamente existían ellas y unos nacionalistas susceptibles de ser comprados con dinero o soberanía pertenecientes a los españoles. O sea, con pólvora del rey. Socialistas y populares tenían claro, en esos días, que el único adversario era el otro, nunca el independentista a cuya puerta habría que llamar antes o después para negociar un cambalache. De aquellos polvos vienen los lodos actuales. Se repartía equitativamente el poder territorial, se establecían los correspondientes turnos en La Moncloa, y todos contentos. Pero entonces una mente perversa concibió la idea de introducir en el tablero a un tercero en discordia con el fin de dividir a la izquierda. Dicho y hecho. Nació Podemos, alentada en sus comienzos desde la derecha, y pronto se convirtió en un quebradero de cabeza para los del puño y la rosa. De ahí que Sánchez se vea abocado a proponer aberraciones como esa «comisión de la verdad» inspirada en las distopías de Orwell. Todo es poco para competir con las demasías de Iglesias. Seguro que el líder socialista contempla al jefe de los círculos de un modo muy similar a como Rajoy siente a Rivera. Algo tan cercano e íntimo como un dolor de muelas o un grano incrustado justo donde la espalda pierde su nombre.

Tres eran tres, disputándose una silla, cuando desde Cataluña, contra todo pronóstico, apareció Cs para complicar las cosas. Ahora ya son cuatro los comensales repartiéndose una misma tarta. Los más cercanos entre sí, como es lógico, se propinan los mayores codazos, máxime viendo el escenario que dibuja el sondeo del CIS. Un cuadro del que se desprende, mal que le pese al bipartidismo, que los molestos «intrusos» han venido para quedarse.

En esta pugna nadie se equivoca de adversario, por más que ayer el presidente afeara esa conducta a Rivera, en respuesta a una pregunta de éste referida a la utilización de fondos del FLA en el golpe de Estado sedicioso. Todos saben contra quién pelean y por qué: Todos contra todos, por el poder.