ABC-IGNACIO CAMACHO

A Casado no le basta con el voto «papista» de los incondicionales. El PP tiene la reputación en estado de catástrofe

EL principal problema de Pablo Casado es que el partido cuya jefatura acaba de conquistar está hecho un desastre. Por fuera tiene la reputación arruinada y por dentro es una máquina defectuosa, deteriorada por el desgaste. Las primarias han demostrado que ni siquiera es cierta su legendaria cifra de militantes. Sin embargo, cuenta con un capital importante: un electorado sólido, de edad madura, dispuesto a votarlo sea quien sea su candidato y pase lo que pase. Esa base social papista que, como la mayoría de los católicos, sigue al líder –político o espiritual– que en cada momento le pongan por delante sin entrar en más detalles. El célebre suelo electoral, que ha bajado en los últimos tiempos pero aún mantiene una masa crítica considerable.

La misión de Casado consiste en volver a elevarlo. No necesariamente, en principio, con un discurso más templado porque, aunque a Rivera no le guste la idea, muchos de los votos que ha captado Cs proceden de electores de derecha muy ideologizados que veían a Rajoy demasiado pragmático, débil con el nacionalismo, pusilánime y timorato. Ciudadanos es un partido de vocación centrista que paradójicamente ha crecido en buena medida gracias al desencanto de un conservadurismo que encontraba en el presidente un paradigma muy blando. Gente que al menor pretexto, al mínimo signo de rearme de valores, volverá al redil natural abandonado. Si el PP recupera un discurso antinacionalista sólido, no impostado, es probable que cierre el boquete de ese flanco.

Con eso ya podría desequilibrar la actual correlación de fuerzas, pero le va a costar más el resto. Enganchar a los jóvenes alejados por la corrupción y la imagen de partido anquilosado, esclerótico, viejo. Por joven que sea Casado, y joven su equipo, le van a hacer falta más méritos. El factor generacional es relevante, pero el marianismo ha dejado numerosos desperfectos. Para los menores de 40 necesita un discurso más abierto. Una actitud implacable con los comportamientos deshonestos y un programa liberal en sentido pleno, también en el de los impuestos, las relaciones personales o la igualdad de géneros. Para ganar una elección interna sirven los reclamos esencialistas que aglutinan emociones y sentimientos; para construir una mayoría social es menester ensancharse hacia el centro. Su desafío consiste en lograrlo sin traicionar sus principios ni caer en el relativismo posmoderno. Si no lo consigue se quedará con un insuficiente espectro de simpatizantes, escasos aunque muy contentos.

Lo que es innegable es que el PP tiene ahora una esperanza, un rebrote de autoestima que hubiera sido imposible con Soraya. Los nuevos liderazgos siempre suscitan un cierto optimismo, un margen de confianza. Casado lo tiene que confirmar con ciertas decisiones arriesgadas. Después de la galbana de Rajoy, la causa de la derecha merece una dosis de audacia.