ABC-JON JUARISTI

Torra ha ido a hacer el ridículo al sitio perfecto

SEGÚN contaba Pla cada vez que venía de visitar a Tarradellas, presidente en el exilio de la Generalitat, el honorable insistía en que por Cataluña se podía hacer todo menos el ridículo. Rodolfo Martín Villa me contó que Tarradellas había jurado el cargo en la embajada republicana de España en México, porque, con todo su antifranquismo a cuestas, no dudaba de que la institución que iba a presidir era parte de España. Buscó y encontró una forma ingeniosa de no hacer el ridículo, la única posible en su caso. Una Cataluña por libre se convierte automáticamente en la Freedonia de los hermanos Marx, en la Syldavia de Tintín o en la Ruritania de Anthony Hope (no en la de la película de Cromwell y Van Dyke, ni en la de Richard Thorpe, sino en la estrafalaria por autodefinición de Richard Quine). Mejor aún, se convierte en algo como el Gran Fenwick de Un ratón en la luna, la novela de Leonard Wibberley llevada al cine por Richard Lester. Hay que reconocerle a Torra una intuición prerracional de su propia condición cómica. Puesto a hacer el ridículo ha ido a hacerlo al sitio justo: Eslovenia, o sea, a lo más parecido que hay a Ruritania. Se le veía eslovenir.

Como me recuerda Gabriel Albiac, Eslovenia presenta la mayor concentración de psicoanalistas por metro cuadrado de Europa. Su mas conocido intelectual es Slavoj Zizek, un tipo con dos carones sobre las dos zetas de su apellido, que filosofa sobre el modo en que las distintas civilizaciones se deshacen de sus escíbalos, vulgo zurullos. Zizek es psicoanalista, cómo no. Eslovenia exporta psicoanalistas (pero antes de la desintegración de Yugoslavia exportaba canto gregoriano, como la abadía de Monserrat).

También exportó osos durante una temporada. El que fuera presidente de la República Federal de Yugoslavia en los últimos años de la misma, y después de la Eslovenia independiente, Janez Drnovsek, también con carones en su apellido, me ofreció un oso gratis (le ofreció otro a Fraga, por las mismas fechas). La verdad es que estaban muy preocupados con los osos. Además de la alta población de plantígrados autóctonos, explicable por la proliferación de colmenas con tapas historiadas en todo el país, habían sufrido muy recientemente una invasión de osos bosnios sin papeles, que huían de la guerra en el suyo. No es broma. Drnovsek (con carón sobre la ese) hablaba un español correctísimo y monótono. Se le entendía perfectamente lo de los osos, pero te dormías oyéndole.

Otra cosa que me sorprendió mucho de Eslovenia fue la cocina tradicional. Cuando acompañé a los anteriores Reyes en una visita a Liubliana nos sirvieron siluro al horno, una especie de cachalote fluvial con regustillo a barro que apareció en el silúrico, como su nombre indica. Eslovenia es un país pequeño con fauna descomunal y bosques por todas partes. Los eslovenos montan coros. En eso del orfeonismo, mira por dónde, se parecen a los catalanes. En lo de los osos y siluros, definitivamente no. Quizá sí en lo del psicoanálisis y la correlativa abundancia de neuróticos. Y, desde luego, en lo del culto exagerado a la arquitectura modernista de sus glorias respectivas, Plecnik (un carón) y Puig i Cadafalch (ninguno).

La independencia de Eslovenia me pilló en Austin (Texas), donde Stanislav Zimic, un gran cervantista esloveno, nos invitó a celebrar el fausto acontecimiento a un grupo de amigos (entre los que se encontraba Ida Vitale, la flamante Premio Cervantes de este año) en torno a una fuente de su jardín de donde manaba cerveza eslovena de Lasko. Hay fuentes públicas de cerveza en Eslovenia, de las que se puede beber gratis. ¿Gratis? Eso sí que no me lo imagino en Cataluña, ni aunque se vuelva Freedonia.