ABC-IGNACIO CAMACHO

El Prado es uno de los escasos proyectos nacionales que quedan intactos. Su colección representa nuestro autorretrato

MÁS allá de su extraordinario valor como pinacoteca, lógicamente la primera en arte español y una de las mejores en pintura italiana y flamenca, el Prado representa uno de los escasos proyectos nacionales que quedan en España después de cuatro décadas de descentralización casi completa. El Estado abordó el desarrollo del modelo autonómico de una forma tan seria que renunció a mantener una Universidad Central o un hospital de referencia, y bastantes ministerios carecen apenas de más competencias que las de hacerse cargo de unas leyes-marco que algunas comunidades ni siquiera respetan. Hay territorios en los que el idioma castellano ha sido execrado como una tara impuesta. En ese paisaje político, administrativo y cultural en el que cualquier huella de identidad común está sometida a sospecha, el museo que hoy empieza su bicentenario conserva la memoria de la vieja nación con toda su solera. No son, o no son sólo, los cuadros que cuelgan de sus paredes sino el alma que encierran; la tradición, el testimonio histórico, el patrimonio moral, la leyenda de gloria y de fracaso, de esplendor y de miseria, de dignidad y de oprobio, de paz y de guerra. La mirada de los reyes, la fe de los mártires, el orgullo de la nobleza, la desventura de los mendigos, el prestigio imperial, el heroísmo de las victorias bélicas, la fatalidad de los perdedores con su halo de idealismo y de tragedia. El acervo de lo que fuimos y el espejo de lo que somos: eso es lo que esa fabulosa colección representa. Un testamento estético y ético que los españoles de generaciones pasadas han transmitido a los de las venideras; un depósito del legado más valioso de nuestra conciencia.

Por un feliz avatar que en las actuales circunstancias casi cabría atribuir a alguna suerte de milagro, ese carácter de simbolismo emblemático ha quedado hasta ahora al margen de la cainita pulsión política por la rescritura del pasado. El Prado es una isla de consenso en una atmósfera pública de convulsiones y espasmos, y ese compromiso de neutralidad es la única manera de que su tesoro material, y sobre todo intangible, quede a salvo. No han faltado en la historia reciente tentaciones de asalto pero un infrecuente hálito de lucidez colectiva ha protegido su excepcionalidad de bien de Estado. Ese sentido de la responsabilidad, desafortunadamente raro, constituye un rasgo de esperanza contra nuestra secular y autodestructiva proclividad al fracaso; demuestra que aún puede fluir una cierta estrategia de país sobre la que los demonios del antagonismo no pongan sus manos. Porque se trata de mucho más que del beneficio turístico, de la reputación cultural o incluso del respeto por la belleza como concepto abstracto: se trata de la idea de España que está contenida en esos ocho mil cuadros. Cada uno de ellos es por separado una estampa memorial pero juntos dibujan nuestro propio autorretrato.