ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Las defensas han empezado a traer testigos. Por el momento su rol es puramente sorprendente. Concedo la pejiguera de tener que haber oído declarar al agente 125 –no por el cardinal, sino por el ordinal–, describiendo de fondo la actitud pasiva de los Mossos, mientras en primer plano aparece el parte médico de su metacarpiano inflamado. Pero al menos se trata de un hecho descrito por cien rashomones. Algo radicalmente distinto de lo que traen estos testigos, tipo Armadans, Aymerich, Albertí, Martí, tarararí. Por lo visto hasta el momento la misión de estas gentes es convencer al tribunal de que los acusados son unas bellísimas personas.

Qué error garrafal. Hasta el más pétreo de los magistrados supremos no habrá podido encontrar más que bondad en Junqueras, Romeva, Forcadell et ali. Particularmente Junqueras. Los primeros en decirlo, hace ya muchos meses, fueron ellos mismos. Les preguntaba el abogado Van Eynde:

¿Cómo diría que es usted?

Yo diría que bueno –respondían con la modestia del condicional simple. Tanta era su bondad que Junqueras y Romeva se negaron a responder al fiscal, por buena gente que son y afán de no exhibirse.

El juez Marchena sobreactúa a veces. Ayer mismo, cuando enfila a don Enoch y recuerda que la Sala no va a escuchar lecciones de Derecho Constitucional que pueda darle un testigo.

–Eso sería un insulto para el tribunal –remata Marchena.

El juez rechaza, pues, la posibilidad de cualquier peritaje jurídico. Pero permanece su aquiescencia ante el minucioso peritaje de la bondad que se dedica a hacer la colección de testigos. La inutilidad del peritaje para la suerte que al final corran los acusados salta a la vista: en el juicio se examinan conductas y no naturalezas; hechos y no ideas; hombres y no arquetipos. La gracia infinita de meter a unos catalanes en la cárcel reside precisamente en demostrar cómo gente de tan buena pasta puede ser merecedora de castigo. El MIT estudia el caso con ahínco, aunque todavía no ha podido llegar a conclusión fiable. Pero al margen de todo ello destaca la extremosa candidez de los peritos y de los que los han contratado. Unos y otros pertenecen a las excrecencias varias que ha dejado el comunismo después de su Big Bang. Y recurren a significantes sin significado alguno, como cultura de la paz. Abogados, peritos y acusados, todos uno y lo mismo, parecen desconocer una de las cuentas fundamentales de la historia, la que encara al Mal con el Bien, muy pedagógica en el siglo XX. En efecto: las muertes en nombre del Bien, del comunismo, multiplican varias veces las muertes que deben adjudicarse al Mal, al fascismo. Murieron por su bien es el título que falta en la compleja bibliografía de las muertes encomendables a la utopía positiva, como la llamaba con desinhibición carcamal el viejo Haro Tecglen.

De ahí que se pierda gravemente el tiempo tratando de demostrar que en el banquillo se sientan el Bien y la Bondad. ¡Para salir corriendo!

A la tarde, en la hora mansa, aterriza en la sala un voluminoso asteroide desprendido de esa masa madre, el aristócrata Fernández de la CUP. La especie más despreciable del revolucionario, que es la subvencionada. El mineral rezonga tratando de evitar su respuesta a la acusación popular, pero cuando le dice Marchena que no hay ningún problema en evitarse, pero que habrá de pagar y que él no está aquí para asesorarle sobre la cuantía, masculla de corrido su babilla, «crueldad ruin y mezquina de cualquier forma de fascismo», y hubiera cantado hasta la Parrala, si alguien tuviese algún interés en escucharle.

Yo escribo siempre al aire libre y a veces trae el viento obsequios inesperados, como este que proviene de un viejo recuerdo del jardín de Abreu, en forma de cita de Robert Hughes dedicada a este tiempo y a este gente que, contra toda ilusión, nunca pasan: «La Justicia será reemplazada por la piedad, como virtud humana cardinal, y el miedo al castigo desaparecerá. El Diamante en Bruto, la Puta Escrofulosa, el bandido al que su madre adora y la chica epiléptica que se lleva bien con los animales serán los héroes de la Nueva Tragedia, mientras el general, el estadista y el filósofo se habrán convertido en el objeto de rechifla de toda farsa y toda sátira».

Yo nunca dejo que alguien diga por mí la última palabra, pero he estado a punto.