José Ignacio Torreblanca-El País

Casi consiguen sus fines en 1981, pero por fortuna la democracia se impuso al golpe y militares y policías se resignaron

ETA se disuelve. Por fin. Pero lo hace por la razón equivocada. Se puede dejar de matar por dos razones. Una porque la organización y sus miembros llegan al convencimiento de que en una democracia el asesinato y el terrorismo no son instrumentos legítimos para conseguir fines políticos. Otra, porque, considerando la violencia un instrumento legítimo de actuación política, uno no logra matar lo suficiente, sea cuantitativamente o cualitativamente, para lograr esos objetivos.

En el caso de ETA estamos ante el segundo supuesto. Ni los dirigentes de ETA ni sus compañeros de viaje en los partidos, sindicatos y organizaciones sociales de la izquierda abertzale llegaron nunca a la conclusión de que matar estaba mal y de que, de acuerdo con ese razonamiento, había que dejar la lucha armada. La violencia siempre estuvo justificada, fuera en razón de la opresión del Estado, el derecho de autodeterminación, los compañeros caídos o el propio final de la violencia y la salida de los presos.

De ahí que ETA ensayara todas las formas de utilizar la muerte y la violencia. Primero matando a policías, militares y guardias civiles, a ver si así lograban que el ejército se sublevara contra la democracia o, alternativamente, que se declarara la ley marcial y se sacaran los tanques a la calle en el País Vasco para forzar una espiral de acción y represión. También, y en esto tuvo relativo éxito, en forzar una guerra sucia que a su vez legitimara la idea de la existencia de un conflicto, dos bandos y dos violencias simétricas.

Casi consiguen sus fines en 1981, pero por fortuna la democracia se impuso al golpe y militares y policías se resignaron. Así que probaron con atentados indiscriminados, como Hipercor y Vic, para ver si doblegaban a la sociedad. Tampoco funcionó, así que probaron con la violencia callejera, secuestros de desgaste como el de Ortega Lara y asesinatos políticos que provocaran gran conmoción como los de Tomás y Valiente, Miguel Ángel Blanco, Ernest Lluch o Isaías Carrasco, entre otros.

Después de matar a más de 800 personas, ETA ha llegado a la conclusión de que la violencia no funciona. Pero si alguien les llega a decir que matando a otras 800 hubieran logrado sus objetivos, no lo habrían dudado un minuto.