‘Europop’

EL MUNDO  28/03/17
ARCADI ESPADA

IBA A escribir que Europa ha sido rácana e indolente con España. Este fin de semana el presidente Rajoy quiso que en la renovación de los votos europeístas que han hecho los firmantes del Tratado de Roma hubiera una mención al respeto a la ley como principio de la Unión Europea. El texto donde, al parecer, se manifiesta su interés quedó así: «Hemos construido una unión única con instituciones comunes y valores firmes, una comunidad de paz, libertad, democracia, derechos humanos y Estado de derecho». Se apreciará que la redacción es un cómico bullshit que solo puede entenderse en una política que ha renunciado a la escritura como algo más que un pie de foto. Hay muchos países europeos sometidos a riesgos políticos. El riesgo de España es que un grupo de gobernantes irresponsables, que han fracturado en dos mitades la convivencia social y política de una comunidad que representa el 20% del Pib español, están dispuestos a saltarse las normas más elementales del Estado de derecho para llevar a cabo sus planes. El interés del presidente Rajoy era legítimo y estaba bien fundamentado.

Iba a escribir que Europa ha sido rácana e indolente con España, pero basta con decir que lo ha sido consigo misma y que esto es lo más inquietante. Debe repetirse: la comunidad europea no solo nace a favor de la democracia agredida por los totalitarismos, uno vencedor y otro vencido, del siglo XX; nace en contra de la idea maligna e impracticable de que a cada comunidad cultural deba corresponderle un Estado. La idea contra lo que hoy se levanta lo peor de Europa, incluido destacadamente el despreciable caso catalán. Todos los nacionalismos llevan a gala su obstinación, sus cíclicos resurgimientos, y en ello fundan su legitimidad: pero solo se trata del que lleva a gala la actualización del mal.

La Europa que alerta sobre los populismos, con la dramática razón que le da el Brexit, usa una incomprensible gestualidad diplomática ante la xenofobia simpática del nacionalpopulismo catalán. Los gobernantes españoles muestran su satisfacción, cada tanto, por que tal o cual autoridad europea se haya negado a recibir a alguno de los desleales. Pero esa satisfacción exhibe lo que en Cataluña se llama un «pit de pollastre»: estrechito y flácido. ¡Solo faltaría que ejemplares vivos del desprecio manifiesto a las leyes democráticas se pasearan por las cancillerías europeas al máximo nivel! Europa no tiene un problema con su identidad. Europa tiene un problema con la identidad. Renovar enfáticamente los votos democráticos contra ella habría sido el mayor homenaje al pasado y la mejor apuesta por el porvenir.