HERMANN TERTSCH-ABC

 

Fracaso del gobierno en explicar la crisis catalana al exterior

MUCHOS españoles han quedado estupefactos ante la forma de informar de la prensa extranjera sobre la crisis en Cataluña. Unos se han sentido injustamente tratados porque han visto mucha mala fe, que la ha habido. Y otros han quedado impresionados por la ignorancia demostrada. Partamos del hecho de que la información internacional de los medios occidentales es hoy mucho peor que hace 30 años. Entonces los principales medios de prensa, radio y televisión tenían unas redes muy completas de corresponsales en las principales capitales. Los corresponsales de los grandes y no tan grandes medios de comunicación eran profesionales con experiencia, bien pagados, con oficinas, secretarias, casas en las que recibir y presupuesto. De los que se esperaba información y criterio con conocimiento profundo del país. Hoy, varias crisis después y con el deterioro general de hábitos de lectura y la galopante frivolización de los contenidos e infantilización general de la audiencia, aquellos corresponsales son historia remota. Los medios se nutren de colaboradores ocasionales o asiduos, pocos con contratos permanentes, jóvenes que trabajan en precariedad sin infraestructura ni presupuesto. La mayoría son menos periodistas que activistas desde la superioridad moral izquierdista.

Los periodistas que venían a falsificar la información para la prensa europea durante la Guerra Civil, casi siempre en apoyo del Frente Popular –con mentiras imperecederas como la foto del miliciano de Capa– eran intelectuales. Hoy casi todos son personajes desasistidos, cargados de tópicos infantiles y maniqueísmos. Salidos de facultades de ciencias sociales que son laboratorios de falsificación de la historia, seminarios de los nuevos clérigos de la religión socialdemócrata y sus sectas.

A estos activistas del ideal y a los enviados especiales que son «paracaidistas» que no suelen saber nada del país al que van, hay que darles todo masticado. Necesitan la información básica. Adobada de sabores que despierten su simpatía. Si no, se la dan otros. Eso lo que entendió siempre la Generalidad de Cataluña que se gasta lo que falta en los hospitales y otros servicios públicos en un ejército de propagandistas preparados, bien pagados y políglotas con mil agencias y boletines digitales, que siembra el mundo de narrativa victimista del separatismo. Todas las redacciones importantes del mundo reciben desde hace años información de la versión separatista con todas sus mentiras históricas, con las más grotescas fabulaciones. Pero perfectamente presentadas.

La Generalidad vende como una gran empresa moderna el producto de «la torturada vida de su alma sensible bajo la cruel bota española». Mientras en Madrid hay un gobierno paleto que desprecia a la prensa exterior. Con un presidente que no habla ningún idioma, que tiene una secretaria de Estado de Comunicación que ni habla idiomas ni pierde un minuto con extranjeros, a un ministro de exteriores tan persuasivo él que, con sus balbuceos en televisiones extranjeras, nos puede convertir en separatistas a mí y a un general de la legión. Toda la labor mediática de este gobierno se ha centrado en sus mezquinos cálculos tertulianos de agendas políticas y personales internas. Los esfuerzos de personalidades que intentan compensar por el mundo esta insolvencia gubernamental no bastan. El futuro inmediato será duro y habrá noticias desagradables sin duda. Pero la Razón y el Derecho –que son de España– han de ser defendidos en el exterior. Para que la perversión de la verdad por la prensa extranjera no puedan convencer de absurdos a sus opiniones públicas y estas a su vez no fuercen a sus gobiernos a disparatar y favorecer a los enemigos en España. En perjuicio de toda Europa. La Nación Española pondrá tarde o temprano fin a la peor agresión que sufre desde la guerra civil. Hay que explicar fuera bien cómo y por qué.