Joaquim Coll -El País

Esa fórmula podría ser un poderoso instrumento emocional y cultural para unirnos más

La primera tanda de comparecencias en la comisión de evaluación y actualización del modelo autonómico, que empezó la semana pasada, dio lugar a algunos llamativos titulares, sobre todo porque el vocablo federal sufrió un revolcón. Vayamos por partes. Los tres ponentes vivos de la Constitución, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca y Miquel Roca, coincidieron en aconsejar prudencia antes de acometer una revisión del Título VIII. Y razón no les falta si tenemos en cuenta que en dicha comisión solo participan tres de los cuatro grandes partidos (PP, PSOE y Ciudadanos). El grupo confederal de Unidos Podemos rechazó asistir alegando su deseo de abrir un amplio “proceso constituyente” y porque en medio de las elecciones catalanas no quería mezclarse con los partidarios del 155. Tampoco se sientan los independentistas de ERC y PDeCAT, ni el desconfiado PNV. Con estos mimbres es evidente que no se dan las condiciones para acometer una reforma constitucional que después tendría que ser sometida a referéndum. Pese a todo, no debería desaprovecharse la presente legislatura para poner los cimientos de una revisión del modelo territorial, al que todo el mundo reconoce importantes problemas de diseño.

Fue Pérez-Llorca quien con más atino describió sus defectos (por “abigarrado, costoso y conflictivo”) y formuló las preguntas esenciales de la jornada. ¿Estamos yendo en España hacia una mayor integración social y cohesión territorial, estamos más unidos y contentos, o es al revés? Siendo los españoles más parecidos que diferentes, sobre todo vistos desde fuera, ¿adónde vamos y dónde está hoy la “entrañabilidad” del proyecto común frente a las “ciudadelas territoriales” que alzan los nacionalismos? Puesto que los proyectos políticos no son estáticos (o avanzan en la integración o caminan hacia la desintegración), una futura reforma tendrá que afrontar nuevas presiones concesivas si la situación en Cataluña se estabiliza.

Y aquí es donde el debate sobre el federalismo me parece imprescindible, aunque necesita realizarse sin apriorismos. Es cierto que el vocablo federal levanta un rechazo epidérmico en una parte de la derecha que lo asocia solo a la izquierda y a la rebelión cantonal de la I República. Por eso, Herrero y Rodríguez de Miñón, que es un foralista, un amante de los historicismos, las “mutaciones constitucionales” y las disposiciones adicionales, aprovechó para arrearle al federalismo unos mandobles por “polémico e impreciso”. Y de ahí los llamativos titulares.

Pero si el federalismo básicamente consiste, como muchos pensamos, en una mejora del modelo autonómico para eliminar solapamientos competenciales entre Estado y comunidades e institucionalizar organismos de cooperación y concertación entre Gobiernos, va como anillo al dedo para definir lo que queremos ser. El federalismo daría al modelo territorial español una identidad de la que carece, al tiempo que podría ser un poderoso instrumento emocional y cultural para unirnos más.