Fernández

EL MUNDO 13/10/16
ARCADI ESPADA

AL FIN, un moderno en el Psoe. No lo ha habido desde Felipe González, salvo un par de momentos de Rodríguez Zapatero, vinculados con la moral sexual, que sobreviven a pesar de la alianza con el turco y su pasión camp por la memoria histórica. La modernidad de Javier Fernández se resume en su antagonismo a los modos de la tribu. Para empezar, su rechazo del asambleísmo tribal recuperado por los quincemesinos que organizaron el partido Podemos. Sobresale estos días en el comentario más paupérrimo la presunta liquidación de sánchez a manos de poderes fácticos. Qué pretensión. La liquidación de ese hombre sorprendente fue obra de sí mismo y decisión de un partido político democrático. Pero resulta lógico que el tribalismo no pueda vivir sin hechicerías conspiranoicas y que reivindique el voto ululante que se tapa y se destapa rítmicamente la boca mientras se profieren canibalescos gritos rituales. La segunda desautorización del tribalismo se observa en la defensa de la nación de ciudadanos frente a la catástrofe identitaria en que se ha sumido una parte del socialismo español, singularmente en Cataluña. No es descartable que Miquel Iceta, que ha venido a este mundo a veranear, rectifique su decisión de negarse a la investidura de Rajoy, en el caso de que revalide su cargo al frente del Psc. Pero si no lo hiciera, el Psoe de Fernández tendría una buena ocasión de reconstruir el socialismo en Cataluña y tal vez Cataluña, si no fuera mucho pedir. Fernández ha optado también por la modernidad de la razón en sus relaciones con el presidente Rajoy, después de la ignara etapa en que sólo se le aplicaba vudú.

Su abstención en la investidura es condición necesaria, aunque no suficiente, porque lo que se precisa es un cambio sustancial en la cultura democrática hoy amenazada por el populismo. La democracia puede soportar a sus enemigos pero los demócratas no pueden gobernar con ellos. El auténtico enemigo de Fernández no es Rajoy (y viceversa) sino el espacio tribal, ya perfectamente cómplice, de Iglesias y Puigdemont. La necesidad de acuerdo es la misma que agrupa al izquierdista Sanders con los republicanos Gates, Wolfowitz o Paulson en torno de la candidatura de Hillary Clinton. O la que propiciaría un acuerdo de socialistas y republicanos franceses en la segunda vuelta de las presidenciales para frenar un triunfo previo de Le Pen. Ninguno de esos dos países atraviesa una crisis mayor que la de España. En el tiempo de la post-truth la reagrupación de los demócratas españoles debe ser ambiciosa y aspirar a la fijación de un nuevo perímetro moral donde hacer política.