IGNACIO CAMACHO – ABC

Por cobardía, por resignación o por pereza, el Estado ha permitido la desintegración de la pedagogía de la convivencia

EL proceso de desafección y ruptura que está viviendo la sociedad catalana es imposible de entender en su correcta dimensión sin el fenómeno subyacente de la desintegración de la educación nacional española. Desde hace años, el Estado ha permitido por comodidad, por cobardía, por resignación o por pereza, la atomización de la pedagogía de la convivencia, y en su lugar las autonomías han levantado una construcción ideológica disgregadora que ha descompuesto la identidad colectiva con la eficacia de una gangrena. El discurso particularista en la escuela se ha extendido por todo el territorio al amparo de la dispersión de competencias, pero han sido las comunidades hegemonizadas por el nacionalismo las que más a fondo y con mayor perseverancia han trabajado para ampliar esa grieta.

En la semana en que se producía el arreón secesionista, la asociación de editores de libros de texto ha publicado un informe demoledor sobre el diferencialismo en la enseñanza. Existen en nuestro país 25 manuales distintos de Ciencias Sociales –la asignatura clave en el sesgo de la interpretación histórica– y hasta 19 de matemáticas, una materia en la que poco debería influir, en apariencia, la cuestión identitaria. No se trata, pues, sólo de la cooficialidad de distintas lenguas propias, sino de un concepto de singularidad paroxística que ha fragmentado a conciencia los conocimientos educativos a partir de una idea fracturada de España.

Sin duda los nacionalistas han destacado en este impulso deconstructivo que han utilizado como base de su pensamiento mitológico, pero sería injusto atribuirles en exclusiva la responsabilidad de la asimetría docente. Todas las autonomías se han deslizado en mayor o menor medida por la pendiente de un confuso orgullo regional que pulverizaba la cohesión con una alegría negligente. La fascinación por la diversidad ha sido transversal a todos los partidos e ideologías y ha permeabilizado las sucesivas leyes; hasta un presidente balear del PP anunció con máxima solemnidad la edición de textos escolares en todas las modalidades lingüísticas de las islas…incluido el formenterense.

En ese revoltijo que los diferentes gobiernos, lejos de reconducir, han ido embrollando, los separatistas han encontrado la herramienta intelectual idónea para asentar su proyecto. Durante décadas y sin que nadie los frenase han sembrado con enorme efectividad la doctrina de la Cataluña soberana ungida por un destino histórico manifiesto. A despecho de todas las sentencias judiciales, han marginado el castellano de las aulas y desdeñado la tradición española identificándola con un marchamo extranjero. Nadie puede extrañarse ahora de que su concienzuda labor pedagógica de permeabilización social haya tenido éxito: son los únicos que, mientras España se abstenía de su supervisión obligatoria, se han tomado la educación como un asunto realmente serio.