Iñaki Ezkerra-El Correo

Que Sánchez haga electoralismo con el dictador no implica que su exhumación no tenga sentido

El premeditado y extemporáneo exabrupto de Díaz Ayuso preguntando si detrás de la exhumación de Franco arderán las iglesias como en el 36 no tiene un pase y no es una llamada a la concordia nacional, como dice Casado, sino un aparatoso guiño al más desquiciado electorado de Vox. Y no lo justifica tampoco, como se ha pretendido, la invocación al fuego de la despelotada Rita Maestre en la capilla de la Complutense. Ni Rita Maestre es Pedro Sánchez, a quien la presidenta madrileña dirigía su populista pregunta, ni el PSOE es Podemos por mucho que ambos hayan cultivado un populismo de idéntico signo. Asimismo la gravedad de esa salida de tono, y de contenido, no radica en que sabotee el viaje al centro que el PP se ha marcado como estrategia electoral ni en que movilice el voto de izquierda, como también se ha dicho, sino en que identifique como incendiaria lo que ya no es sólo una iniciativa de Sánchez, sino una sentencia del Supremo.

El desalojo de Franco del Valle de los Caídos era una de las asignaturas pendientes de la democracia que no debe mezclarse ni confundirse con los excesos, arbitrariedades y despropósitos que ciertamente albergan tanto la Ley de Memoria Histórica de diciembre de 2007 como el proyecto de reforma de esa misma ley que Sánchez llevó a las Cortes en diciembre de 2017. La exhumación del dictador no es una arbitrariedad ni un exceso, sino una reclamación cabal que sintoniza con la sensibilidad de muchos ciudadanos a quienes, por otra parte, nos horroriza la delirante ocurrencia sanchista de crear una soviética Comisión de la Verdad que dicte a los historiadores una versión oficial e inapelable sobre la Guerra Civil bajo amenaza de cárcel. Aquí hay quien está intentando hacer una pelota populista con todo, para que no nos aclaremos nadie y lograr convertir la campaña electoral del 10-N en un partido de fútbol entre zombies. Aquí hay quien no para de hacer trampas para llevarnos a su huerto.

Aquí hay, sí, quienes en su día argumentaron que todavía era muy pronto para sacar al dictador de su mausoleo porque aún la democracia no estaba asentada y que ahora, que esa democracia ya esta asentada, dicen que es demasiado tarde por esa misma razón. ¿En qué quedamos? Aquí hay quienes disfrazan de moderación, espíritu conciliador y afán superador de la guerra, su firme voluntad de hacer valer la victoria del 1 de abril de 1939 y su pertinaz consigna de «a Franco no se le toca». Aquí hay quien homologa el rechazo al electoralismo sanchista con la adhesión al faraonismo franquista. Que Sánchez sea un manipulador y utilice la exhumación de Franco como una carta electoral no quiere decir que ésta no tenga sentido, y un sentido democrático. Lo que nuestra derecha y toda nuestra clase política deberían preguntarse es qué no han hecho bien para que tenga que ser un arribista como Sánchez quien se apunte ese tanto.