Ganadores

ABC 12/05/17
DAVID GISTAU

· Que Zapatero no reproche a Sánchez su falta de cuajo doctrinal, en realidad nos parece un acto de coherencia

EL expresidente Zapatero, muy activo en esa cobertura oficialista de Susana Díaz que está convirtiendo a Pedro Sánchez en un jinete libre y salvaje, carismático como jamás lo habría sido por sí mismo, acaba de proporcionarnos una reflexión. Y no me hagan el chiste del oxímoron de que o es Zapatero, o es reflexión, que les veo venir.

Zapatero no ha entrado en la disquisición acerca de la crisis continental de la socialdemocracia. De su expulsión paulatina del poder. De su decadencia asociada a la del propio régimen occidental del 45. De su pérdida del monopolio de valores, transmitido en la izquierda a charlatanes curativos y milagreros. De la dispersión de las viejas máquinas clientelares que eran los grandes partidos socialdemócratas, sustituidos por siglas improvisadas para otorgar un precario cuerpo orgánico a un solo hombre –Macron y la fascinación parasitaria que de repente inspira en Rivera– que se las arregló para sacar provecho del momento y de los miedos sociales. No. Su preferencia por Díaz, Zapatero la ha argumentado por la incapacidad de Sánchez de ganar elecciones y de convertirse en el líder proveedor que concede a un partido mayoritario lo único que lo mantiene estable: la posibilidad de repartir cargos y dinero público, de hacer que mucha gente se desplace en coche oficial.

Que Zapatero no reproche a Sánchez su falta de cuajo doctrinal, eso que le permite ser flexible y mimético para las piruetas, los experimentos y las coyundas con radicales, en realidad nos parece un acto de coherencia. Porque Sánchez es precisamente una consecuencia de la rendición de los valores socialdemócratas y de la impugnación de la Transición y del mismo fundamento de la nación –discutible y discutida– con que Zapatero abrió en España un tiempo sectario, con anhelos casi constituyentes de Segunda Transición, que incluyó también el intento de apartamiento de millones de ciudadanos que debían ser exiliados al otro lado de un «cordón sanitario». Cuando se recuerda aquello, es posible detectar en Zapatero un precursor de algunos aspectos del populismo podemita, así como la autoría de la mutación de una parte del PSOE ferozmente ideológica que dejó el partido a disposición de Sánchez para volverlo casi indistinguible de Podemos. Felipe González, que buscó su molde en la generación de Mitterrand y extirpó el marxismo al PSOE, sí podría reprochar a Sánchez sus propósitos relacionados con el repudio de la socialdemocracia clásica y la hibridación con Podemos. Pero Zapatero no puede hacerlo: esa senda la abrió él en un tiempo en que la socialdemocracia ni siquiera era todavía un artefacto terminal y obligado a reinventarse. Que coloque la capacidad de ganar elecciones por encima de los principios, de las doctrinas y, en general, de las visiones del mundo no debe extrañarnos, pues esa capacidad fue lo único que lo mantuvo líder a él cuando sus propios experimentos eran tan peligrosos para el país como los que trama Sánchez. Véase cómo nos dejó.