Kepa Aulestia-El Correo

Las encuestas preelectorales impiden que todos los partidos puedan salir a ganar. Una vez se publican los sondeos, y cuando estos coinciden en sus pronósticos, solo una o dos formaciones se ven en condiciones de aspirar a la victoria. De manera que las demás no tienen otro remedio que rebajar sus expectativas, evitando mensajes sobre un escrutinio inverosímil. Si las campañas se desarrollasen a ciegas, sin que los electores tuviéramos noticia de nuestras propias inclinaciones de voto, se incrementarían las siglas en liza porque así ocurriría con las expectativas políticas. La demoscopia interviene acotando el espacio electoral y limitando el número de contendientes; incluso cuando el arco parlamentario se fragmenta más que nunca. Pero también está conteniendo las ínfulas de los aspirantes.

Si la campaña se desarrollara a ciegas, sin sondeos, Pablo Casado podría declarar que tiene el pálpito de una victoria por mayoría absoluta. Pero las encuestas son tan insistentes que invitarían al PP a renunciar a la advertencia de que «Pedro Sánchez es un peligro para España». Porque se trata de un llamamiento de doble filo. Es útil si resulta; pero si la suma de las derechas no alcanza, podría convertir la próxima legislatura en un calvario para los populares. Casado se ve necesitado de salir a ganar para no perder. Pero esa es una formulación endiablada de la estrategia política, porque tiene que ver con la gestión siempre incierta de las expectativas. Ganar para el PP de Casado sería acceder a la presidencia de gobierno encabezando el bloque de las derechas. Pero, en su empeño, sabe que está a un palmo de perderlo todo. Porque, en caso de que Sánchez continúe en La Moncloa, los populares necesitarían lograr tantos votos y más escaños que la suma de Ciudadanos y Vox para consolarse con el indiscutible liderazgo de su lado del tablero político y ejercer plenamente de primera fuerza de la oposición.

El tránsito de un bipartidismo imperfecto -en el que un 20% del Congreso no se sentaba en los escaños del socialismo o del centro-derecha- a un multipartidismo imperfecto -en el que PSOE y PP acapararían un 60% de la Cámara Baja- da lugar a una situación nueva en los últimos treinta años. Las izquierdas están más cerca de agruparse bajo la hegemonía del PSOE, que las derechas de reunificarse atendiendo a los deseos de Aznar. Es lo que apuntan las encuestas. Es lo que, paradójicamente, alienta también la hipótesis del entendimiento postelectoral entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, mientras Pablo Casado se ve obligado a salir cada jornada a ganar; aunque en realidad espere no perder.