Editores-Eduardo Uriarte

Le ha pasado a más de un político, sobre todo si carece de rasgos de estadista. La carencia de conocimiento político y demasiada ambición por el poder puede conducir a ganar unas elecciones para darse cuenta inmediatamente que ha perdido la posibilidad de gobernar, que es para lo que todo candidato se presenta a unas elecciones.

Sin embargo, desde hace tiempo es tan fuerte la dialéctica de enfrentamiento entre los partidos constitucionalistas, partidos que en teoría debieran compartir una gran parte del ideario, que dicho enfrentamiento ha pasado a convertirse en la parte fundamental de su ideología. Esta deriva le ha ido alejando al PSOE del referente constitucional y reformulándolo como un partido exclusivamente centrado en vencer a sus adversarios. Así, lo único importante para Sánchez era ganar a sus contrincantes. Y a otro nivel, porque siguen manteniendo la referencia constitucional, lo importante para Casado y Rivera era saber quién vence al otro. Pero hablemos de Sánchez que es el que va a ser investido presidente pues ha ganado las elecciones.

Vino, vio, venció, pero no supo ganar. Creó tal estrategia para vencer, haciendo creer que se cernía la amenaza de un bloque temible, el de la derecha, que le dio la victoria electoral. Cuelgamuros y Vox movilizó el voto de la izquierda a pesar de su acercamiento a los nacionalistas catalanes. Gran invento el del bloque de la derecha, donde sus componentes se enfrentan entre ellos todos los días. Lo primero que declara Casado tras las elecciones generales, después de una campaña en la que denunciaba que Rivera iba a pactar traidoramente con Sánchez, es que éste debiera abstenerse para que Sánchez sea investido presidente sin el apoyo nacionalista. ¡Menudo bloque! Y sin embargo funcionó ante la opinión pública.

Como estratega hacia el poder Sánchez ha resultado todo un maestro. Tiene la habilidad de sacar a su partido del fondo de las encuestas, en riesgo de desaparición, moviliza el voto de Vox, y con el incremento de Ciudadanos, que gana escaños a pulso en unas elecciones muy difíciles para él, hunde el resultado del PP, su adversario histórico. Pero inmediatamente después de la victoria cae en la cuenta de su difícil situación para gobernar viendo los apoyos a los que tiene que recurrir…, y su portavoz pide a los del bloque de derechas, al PP y C’s que favorezcan la investidura de Sánchez “por servicio a España”. ¡Menudo Bloque!

Lo cierto es que ha conseguido dar la apariencia de que su victoria ha sido más importante y trascendente que la de Felipe en el 82. Sin embargo, el apoyo del que va a disponer es más volátil que el de Rajoy. Su antecesor tuvo el no muy condicionado de C’s, pues jugaba como él en el campo constitucional, y el del PNV, que le fue funcionando de una forma aceptable hasta que le hizo la de Santoña, le traicionó. Sánchez, sin embargo, depende desde el principio de los nacionalistas, de todos o de parte de ellos, y de un Podemos equívoco en el respaldo de la secesión.

En cierta forma se ganó esa dependencia mandando al resto de los partidos constitucionalistas al frente de derechas y tanteando la negociación con los secesionistas como si la crisis que éstos han generado hubiera sido por culpa del PP. La tesis de “los separatistas y los separadores” en la que cree, echándole la culpa a la derecha, y el sueño al que aspira de fundar un nuevo proyecto de España, -plurinacional, por supuesto- de la que sería su líder, le ha puesto en una difícil situación. Situación por él buscada, porque a lo más que puede aspirar es a ser líder de esa horda.

Necesita, pues, el apoyo de unas fuerzas como las nacionalistas ante las que el socialismo no es muy hábil en la negociación. Primero, porque no sabe reconocer la naturaleza antisistema de éstas – lo son por nacionalistas-, y porque tiende a confundir -los genes mandan- la negociación política con la sindical. Así se demostró cuando sus representantes en Loiola negociaron con HB, con el pingüe beneficio de su legalización en el Constitucional, tras la advertencia de Otegi a sus interlocutores socialistas de que aquella negociación era política, no sindicalista.

De la misma manera los nacionalistas catalanes van a forzar al Gobierno a concesiones de naturaleza constitucional, como la amnistía y el referendum, poniéndole en la tesitura de convertir al propio Gobierno en inconstitucional. El Gobierno va a tener que descubrir que no es una negociación de convenio laboral lo que tiene frente al secesionismo. Va a descubrir que las reivindicaciones de estos ponen en crisis profunda al Estado que le toca dirigir, y aunque en el pasado no le fuera difícil a Zapatero convertir al Tribunal Constitucional en su instrumento político para la legalización de Batasuna, lo que reclaman los secesionistas catalanes es de una trascendencia superior, pues destruiría España.

El futuro de Sánchez como presidente va a consistir en proseguir en campaña electoral, gesto tras gesto, para guardar las apariencias, lo que le servirá ante su electorado hasta que la pompa explote. Pero en ningún momento le va a servir ante esos contorsionistas de la legalidad y la política como son los secesionistas catalanes, y con los avezados vascos en traiciones. La relación puede romperse cuando descubra que no puede volver a facilitar concesiones inconstitucionales como en el pasado hiciera Zapatero con el nuevo Estatuto catalán, que sólo sirvió para enervar aún más al nacionalismo impulsándole hacia la independencia. Y tendrá que descubrir que el PP y C’s ni son tan bloque ni tan de derechas: hacer bloque con ellos, o hacerse separatista.

El fracaso del que iba a ser el cancerbero del 155

La decisión de querer nombrar a Iceta President del Senado significaba mucho más para sus adversarios constitucionalistas que para los nacionalistas. Lo que daba a entender su designación es que con Iceta se garantizaba que no iba a existir la posibilidad ni la amenaza de aplicación del 155, y que la voluntad socialista prosigue en solucionar el asunto por el procedimiento que nunca lo ha solucionado, es decir, mediante la negociación. Lo que supone mantener el tumor para que empresas y personas que no soportan la presión nacionalista se sigan marchando de Cataluña. Hoy ya, en la mayoría de pueblos de Cataluña no existe candidatura constitucionalista para las municipales, como hace tiempo pasó en Euskadi. Porque mientras no exista ante los nacionalismos un compromiso constitucional común entre el PSOE, PP y C’s, y el PSOE prosiga la vía unilateral de negociación con la secesión, la secesión se verá fortalecida.

Por ese camino, con alguien como Iceta en el Senado y la maldición orteguiana de la “conllevanza”, en menos de diez años se hará realidad su profecía de un referendum debido a que se ha seguido facilitando desde el Gobierno español la hegemonía de los secesionistas. Pero el nacionalismo no espera tanto tiempo, sabe de la debilidad de Sánchez, su obsesión por el poder. No han aceptado a Iceta como un gesto de distensión en su favor, cuando es una provocación para el constitucionalismo. A los nacionalistas no les sienta nada bien que un senador designado por el Parlament -no lo es por el PSC aunque las formas de la partitocracia nos lo haya hecho creer así- sea President del Senado. Demasiada imbricación simbólica de lo catalán, aunque sea de un miembro del PSC, en lo español.

Finalmente, Iceta no ha salido senador, pero Sánchez seguirá agarrado a la negociación con todo lo que no sea derecha, por subversivo que sea, es el sino de todo izquierdista. De esta manera, coloca dos catalanes en el Congreso y en el Senado como presidentes ratificando su voluntad de diálogo y negociación.

Pero a estas alturas de las relaciones con el nacionalismo, el candidato a presidente debiera haber aprendido que mediante concesiones a un sector político que se ha rebelado contra el Estado, y prosigue en una actitud de rebeldía, éstas no amilanan sus reivindicaciones, sino que las animan. Para los nacionalistas España es algo artificial (lo llaman Estado), ni siquiera los españoles son patriotas -ya hemos visto la poca importancia que la secesión catalana ha tenido en el embate electoral frente al fantasma de Vox-, la única patria real que está antes sus ojos es Cataluña, y los gobiernos españoles han sido débiles (desde la pérdida de Cuba), y el de Sánchez aún lo es más, porque depende de ellos mismos, del apoyo de los nacionalistas.

O crea Sánchez una apariencia de poder y autoridad de cartón piedra, que es lo que está haciendo y a lo más que puede aspirar, pero permitiendo que este sea apuntalado por la colaboración del PP y C’s cuando el huracán nacionalista venga, o los nacionalistas pasarán sobre la Moncloa como los bárbaros sobre Roma. ERC tiene cogido a Sánchez por el ronzal. O pasa el Rubicón del límite constitucional o tiene que pedir apoyo del PP y Cs ante el acoso nacionalista y el entendimiento de éstos con Podemos. Esperemos que no se tenga Sánchez que cocerse en su propia salsa, nos coceríamos todos.

Política, política, política.

El enfrentamiento desatado en el bipartidismo entre sus protagonistas dio lugar a una cierta idiotez política. Una bipolarización cada vez más enfrentada iba negando la posibilidad de la política, de un ámbito común que la hiciera posible. De ahí el beneficio rentabilizado por los nacionalismos periféricos a la hora de apreciar la inmensa contradicción y distancia que se iba produciendo entre los dos grandes sostenedores del sistema, el PSOE y el PP.

Tal enfrentamiento degeneró en ideología, especialmente en el PSOE, que falto de otra cultura política se sumó al revanchismo secular mediante la memoria histórica, cuyo mínimo rescoldo durante el felipismo quedó arrinconado en corpúsculos de la extrema izquierda. Esta dinámica de enfrentamiento entre un partido que aún se califica de socialdemócrata y las dos facciones de la derecha democrática hace hoy muy difícil, sino imposible, políticas de estado ante los grandes retos que hoy colapsan nuestro futuro como nación. El partidismo, la partitocracia, no puede suplir, sino los destruye, los vínculos democráticos y liberales que hacen posible una comunidad política, y nuestra experiencia, nuestra historia, que no memoria manipulada, nos debiera alejar de las malas prácticas que llevaron al desastre a la II República.

Porque tal sistema si no permite el encuentro entre los diferentes nos vuelve a arrastrar al tribalismo que es en lo que estamos. Tribalismo requeté es el de los nacionalismos periféricos, y tribalismo doctrinario es el de una izquierda que no reconoce la sacralidad de la ley y la necesidad del adversario político. El problema actual es que el partido que ha ganado las elecciones se siente más cercano con los que quieren destruir el sistema que con los que lo sostienen. ¿Será que ha dejado el marco constitucional?, entonces no hay remedio. Entonces, no se confundió de bando para gobernar, lo que quiere es descarrilar el sistema hacia nuevos rumbos.