Gloria

DAVID GISTAU-EL MUNDO

PARA el PP, Madrid adquiere una carga simbólica, colindante con Covadonga en la rapsodia más febril, que se aprecia en la violencia con la que los antagonistas de izquierda trataron de machacar a Díaz Ayuso hasta minutos antes de que tomara posesión de lo que un charlatán de la Corte literaria de Zapatero llamó la «ciudadela de la extrema derecha». La frase de Errejón acerca de la candidata rodeada de «sospechas» resume a la perfección la praxis político/periodística que todos los partidos han usado estos años para liquidar reputaciones: las sospechas se fabrican primero y se liberan para que corran por los renglones como un gato en llamas y con las patas llenas de mierda, aprovechando un ambiente social predispuesto al automatismo de la purga, aunque éste se haya apaciguado una vez desalojado Rajoy de Moncloa.

Díaz Ayuso es una presidenta convencional y oficialista, de aparato, a la que sólo la precariedad de Casado después de ser barrido en las elecciones confiere un papel emocionante relacionado con el santuario en el cual guarecerse en la derrota para después contraatacar –o perder definitivamente y dedicarse al canibalismo, como en Alesia y Numancia–. Lo que ocurre, según se infiere de su discurso de investidura, es que Díaz Ayuso ha interiorizado este personaje de última empalizada que le habría sido impuesto por el destino hasta ensayar hipérboles espartaquistas acerca de pueblos cautivos, concretamente, el de Madrid, a los cuales ella traería la liberación. De repente uno oye hablar de Madrid como si se tratara de una capital de la gloria inversa a la de Alberti donde se dirime el porvenir de la democracia liberal. El casticismo con el que manoleaba Esperanza Aguirre como si viniera de arrojarle un tiesto a un mameluco adquiere una actualización entre hipster y liberal.

Sólo podemos conjeturar acerca de los excesos épicos con los que Díaz Ayuso parece lamentar haberse perdido Budapest’56. Podría tratarse de la influencia de Vox, que necesita más que el PP mantener vigente la emoción de reconquistas, jinetes, fiel infantería y españoles que imploran ser rescatados. Y, aunque el golpismo independentista y su gestión por parte de Sánchez justifican inquietudes, se hace extraña la adaptación de ese agonismo a un ámbito regional, el de Madrid, donde no existe la claustrofobia opresora de aquellos lugares de los que se apoderó la plaga tractoriana.