Ignacio Varela-El Confidencial

No hay partitura conocida, la técnica de los músicos es manifiestamente mejorable y el director está más pendiente de componer la figura que de hacer que la orquesta suene como tal

Dice el diccionario que la expresión “andar a trompicones” se aplica a quien va por la vida “tropezando y dando empujones”. La definición parece hecha a la medida de este Gobierno.

Así es exactamente como Pedro Sánchez y su anárquica banda de ministras y ministros interpretan cada día el delicado arte de gobernar: a ratos tropezando y a ratos dando empujones. No hace falta estudiar a Maquiavelo para saber que el gobernante sabio y eficaz es el que logra avanzar sin tropezar a cada paso y, a ser posible, sin empujar.

El gobernante sabio y eficaz es el que logra avanzar sin tropezar a cada paso y, a ser posible, sin empujar

 No es solo un problema de comunicación, que es el eterno recurso de los malos políticos para encubrir sus errores de fondo. Es cierto que la cacofonía de este Gobierno es por momentos horrísona, pero ello no sería más que el síntoma de una triple falencia: no hay partitura conocida, la técnica de los músicos es manifiestamente mejorable y el director está más pendiente de componer la figura que de hacer que la orquesta suene como tal.

No es preciso recapitular todo lo ocurrido en 100 días: la última semana ya contiene el catálogo completo de tropezones, empujones, descoordinaciones y errores de manual que singularizan a un Gobierno en el que la mayoría de sus componentes ignora los rudimentos del oficio.

Se reúne a ministras y ministros en Quintos de Mora y se les traslada el siguiente mensaje: estamos en campaña electoral, así que todos a buscar propuestas y decisiones bonitas para llenar la agenda de rosas. A partir de ahí, y sin nadie que ordene el tráfico, el pifostio cotidiano está garantizado.

Es increíble que el presidente del Gobierno y el ministro de Exteriores se enteren por la prensa de que se va a incumplir un contrato con Arabia Saudí y que, además, se ha anunciado la decisión señalando públicamente ese país como un Estado criminal que utilizaría las bombas españolas para masacrar niños yemeníes. No porque sea falso, sino porque es de botarates hacerlo de esa manera. Ahora que sí vamos a dar las bombas, ¿qué será de los niños yemeníes?

¡Menos mal que la famosa tesis de Sánchez trataba sobre diplomacia económica! Cualquier aprendiz de política sabe que: a) todo lo tocante a Oriente Medio, y singularmente a Arabia Saudí, es material altamente inflamable y conviene medir los desplantes ideológicos, porque suelen terminar comiéndose el sombrero; b) es poco serio que un Gobierno incumpla los compromisos internacionales del Gobierno anterior, porque así es como los estados pierden su fiabilidad; c) antes de tomar ese tipo de decisiones, conviene sopesar sus posibles contraindicaciones domésticas, especialmente si estas afectan a un territorio clave a punto de elecciones, como Andalucía. Nada de todo esto fue considerado por la intrépida ministra de Defensa, veterana aficionada a ir por libre.

Eso ocurrió en la misma semana en que seis presidentes autonómicos (tres del PP y tres del PSOE) se juramentaron públicamente para cortocircuitar el intento del Gobierno de pactar bilateralmente con el Govern de Torra la entrega de 500 millones a Cataluña, puenteando a todas las demás comunidades, que esperan desde hace años un nuevo sistema de financiación. Los seis presidentes exigieron al G

Gobierno nada menos que “certidumbre constitucional”, lo que contiene un reproche de alto calado.

Mientras, el tal Torra, primero en la televisión de Roures y luego en la Diada, deja claro que la desinflamación es, hasta nueva orden, un camino de una única dirección; y el Gobierno se precipita a exhibir un acuerdo parlamentario con el PDeCAT para que Puigdemont lo pinche de un tajo y sacrifique a uno de los escasos interlocutores medianamente sensatos que quedan en esos escaños.

Por el camino, se organiza un mitin de autohomenaje para que el presidente anuncie, ante una multitud de 500 personas, su propósito de quedarse en el poder hasta 2030. Eso, en vísperas de la tormenta que puso a Sánchez y a su Gobierno en las manos de Iglesias. Un gesto de este con el pulgar hacia abajo en la fatídica jornada del miércoles habría sido final de trayecto. De hecho, aún lo es.

El manejo del doble episodio de los títulos académicos, el del máster ‘fake’ de Montón y la tesis ‘fake’ de Sánchez, será narrado como ejemplo negativo en los cursos de gestión de crisis del mundo entero.

Lo primero tiene que ver con el apresurado ‘casting’ del Gobierno bonito. Desde que se derribó a la presidenta de una comunidad autónoma por un máster ficticio, era obvio que lo de los títulos académicos se convertiría en un campo de minas. Reclutar para el Gobierno a una persona que llevaba años escrutada por ese motivo fue una mezcla de imprudencia y de soberbia. Como lo fue no tener prevista una respuesta adecuada para el momento, que tenía que llegar, en que alguien sacara a colación la vieja historia de la tesis de Sánchez (en la que, por cierto, el meollo de la cuestión no está tanto en el supuesto plagio sino en la sospechosa autoría).

Este Gobierno es insostenible por su circunstancia, pero no pasa un día sin que descubramos que también lo es por su yo

«Yo soy yo y mi circunstancia», escribió Ortega. Este Gobierno es insostenible por su circunstancia, pero no pasa un día sin que descubramos que también lo es por su yo.

Hay circunstancias exógenas que lo hacen insostenible: su pavorosa minoría, la peligrosa naturaleza de sus aliados, la imposible interlocución con la oposición, las nubes que amenazan la economía, la cronificación de la insurrección en Cataluña.

Pero también es endógenamente insostenible. Porque en realidad no está concebido para gobernar, sino para deslumbrar. Pasado el efecto de la bengala, vuelve la oscuridad. Como señala Isidoro Tapia, tras ganar la moción de censura Sánchez podría haber intentado montar un Gobierno sólido con amplia base parlamentaria para agotar la legislatura; o un Gobierno-escaparate colgado del alambre de 84 diputados y convocar elecciones a toda velocidad aprovechando la euforia del momento pos-Rajoy y el desconcierto de los rivales. Pero se quedó con lo peor de ambos mundos (nada se explica en política sin tener en cuenta la condición humana).

Todo han sido crisis menores. Estremece pensar lo que podría suceder si este Gobierno tuviera que manejar una crisis de gran magnitud

La democracia moderna en España ha conocido tres gobiernos socialistas: uno sólido, uno líquido y otro gaseoso. Seguro que los lectores identifican a cada uno de ellos con suma facilidad.

Sí, en estos 100 días hemos asistido a una colección de idas y vueltas, gatillazos en cadena, volantazos absurdos en plena línea recta y dos crisis de Gobierno perfectamente evitables a poco que alguien hubiera hecho su trabajo previo. Pero al fin y al cabo, todo han sido crisis menores. Estremece pensar lo que podría suceder si este Gobierno tuviera que manejar una crisis de gran magnitud. Porque en estos 100 días hemos comprobado que gobernar a trompicones no es gobernar.