Hartazgo

ABC 06/06/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Dígannos de una vez los políticos qué están dispuestos a pactar y con quién. Todo lo demás es humo

ESPAÑA lleva ya dos años en campaña y, francamente, no aguanta más. Encadenamos las municipales y autonómicas con las generales y estas con la repetición del próximo 26-J, sin un atisbo de luz en el horizonte que nos permita albergar esperanzas fundadas. Mismas caras, mismos mensajes, mismas encuestas, parecido desenlace previsible, con la única incógnita de saber hasta qué punto aupará a Podemos el desmoronamiento en curso del PSOE. Un insoportable «déjà-vu» que tiene al país paralizado, ayuno de inversión, huérfano de ilusión y absolutamente hastiado.

A la derecha, un PP que resiste a duras penas en cabeza, merced a la argamasa que brinda el gobierno, atado a un candidato abrasado con quien nadie quiere entenderse. A la izquierda, un socialismo menguante, sin proyecto, ni líder sólido, ni cohesión interna ni siquiera una idea única de modelo de Estado, enfrentado a una alternativa diabólica, cualquiera de cuyas opciones le aboca a una muerte lenta. En el centro, Ciudadanos, gravemente escaso de banquillo, torpe en la explicación de sus actuaciones, con vocación de bisagra en una nación de banderías donde el cobijo de la secta resulta mucho más atractivo, y desde luego más rentable, que la intemperie del libre albedrío. Y en el extremo populista, el de la charlatanería hueca, los iconos cursis y los bálsamos de Fierabrás, una coalición de comunistas encabezados por un «salvapatrias» tan ávido de poder como carente de fe democrática, que cabalga a lomos de la demagogia a la conquista de un electorado predispuesto a escuchar sus mentiras.

Si nos vamos a los programas, otro tanto de lo mismo. En el discurso de la gaviota, miedo, más miedo y promesas reiteradas sobre rebajas de impuestos que en la experiencia pasada se convirtieron en subidas, recién pisada La Moncloa. En el del puño y la rosa, trabajo a cargo del contribuyente; o sea, un nuevo «Plan E» tan inútil y costoso como el de Zapatero, con el agravante de que habría de ser pasado por el filtro corrector de los protectores de okupas y demás abanderados del «cambio». En el de los naranjitos, alguna propuesta interesante referida a las clases medias, necesitada, no obstante, de mayor precisión. Y en el de los círculos convertidos en corazones falaces, la luna redentora de «pobres» a costa de sangrar a los «ricos»; esto es, a quienes ingresen por su trabajo mil quinientos euros al mes. Así empezó Venezuela, y ahora hay cola en los supermercados.

Llevamos cerca de dos años en campaña y ya lo hemos oído todo. Los mítines están de más; solo convencen a los convencidos. La cartelería sobra. Las entrevistas serían un elemento esencial si las hicieran periodistas realmente independientes y críticos, cosa harto complicada, dado que los candidatos rechazan ponerse a tiro y algunos, los más poderosos, los (nos) tienen vetados allá donde alcanza su brazo. Los debates, más que aportar información, muestran la habilidad de los candidatos para seducir a la cámara, modalidad en la que impone su dominio el telepredicador de la coleta, que ha pasado largos años entrenándose. En él todo es impostado, artificial, falso. Cada gesto, cada mirada han sido ensayados ante el espejo, precisamente con el propósito de conseguir traspasar la pantalla y hacer llegar sus palabras a quien está al otro lado. Los que conocemos el medio lo detectamos de inmediato. La mayoría de la gente, no.

Llevamos ya dos años en campaña y el escepticismo triunfa sobre la esperanza en una sociedad ahíta. Dígannos de una vez los políticos qué están dispuestos a pactar y con quién. Todo lo demás es humo.