Héroes de la Patria Catalana

ABC 13/07/17
GABRIEL ALBIAC

· Un padre de la Patria Catalana se debe a sagrados principios de austeridad y ahorro. Su heroísmo no pasa por la cuenta corriente

LECCIÓN de política. Maquiavelo, en «El Príncipe», que sigue siendo compendio de la sabiduría moderna acerca no del poder tan sólo, sino de la condición humana. Consejo a quien ostente el mando supremo: «Por encima de todas las cosas, debe abstenerse siempre de apoderarse de la propiedad ajena, porque los hombres olvidan más deprisa la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio».

Al vicepresidente de la Generalidad, Oriol Junqueras, le había pedido el presidente Puigdemont que asumiese con su firma la responsabilidad jurídica de convocar el referéndum de independencia, prometido en mala hora para el primero de octubre. Junqueras será patriota, pero no tonto. Se ha informado del coste de esa firma: inhabilitación administrativa y multazo de tomo y lomo. Conclusión: de firmar, nanay. Ofrece alternativa: que firmen colegiadamente los consejeros del partido de Puigdemont, y él el primero. Respuesta a coro de los heroicos insurrectos: en lo de firmar, ningún problema; son ellos los más patriotas de todos los patriotas posibles e imaginables; pero, naturalmente, de pagar, ni un céntimo; su patrimonio les viene de sus mayores y pasará a sus hijos; una firma que arrastrase el pago de la multa por la ley prevista, además de la pérdida del sueldo que su estupendo cargo patriótico trae consigo, sería descapitalizar a la prole y a la prole de la prole; una inmoralidad familiar, vamos. Que firme Rita. ¿Que qué Rita? La cantaora, por supuesto. O cualquier otro parásito español a quien no le importe despilfarrar su pasta. Un padre de la Patria Catalana se debe a sagrados principios de austeridad y ahorro. Su heroísmo no pasa por la cuenta corriente.

La extraordinaria novedad del golpe de Estado con anuncio y fecha fija, ese que han puesto en marcha los cien mil hijos de Pujol en Cataluña, es la de ser un golpe a coste cero. No existe precedente de eso. De siempre, lo más exaltador de un golpe de Estado era, para quienes lo emprendían, la magnitud del envite puesto en juego. Un golpista de los años treinta –y los hubo en Cataluña– sabía que, en el caso de ganar, obtendría la tan ansiada Patria de sus amores y desvelos. Y que, en caso de perder, la tan odiada Patria de sus enemigos se tomaría su vida como precio. Lo cual, si bien se mira, era la felicidad y contento más altos: ¿qué sentido tiene para un patriota sobrevivir a la Patria que perdió por su flaqueza en el combate? No se ha visto, que yo recuerde, a ningún autor de golpes de Estado patrióticos que se lamente por la condena –de muerte o de prisión– que le haya caído encima a causa de su fracaso. Eso va incluido en la apuesta: se gana o se pierde. Pero apuestas en las cuales se pueda sólo ganar no son apuestas. Y, en política, se llaman cara dura.

Quienes, en 1934 y contra la II República, consumaron el golpe de Estado independentista en Cataluña eran gentes dignas que no eludían el pago personal que su derrota les acarrearía. Ver a estos que hoy quieren la Patria, pero no quieren ni oír hablar del coste, no ya de un pelotón de fusilamiento, no ya de una temporada en presidio, sino del irrisorio coste de una pérdida de sueldo y una multa suntuosa, les hubiera avergonzado más allá de lo soportable. Estos de ahora parecen dispuestos a dar por la Patria Catalana un par de cosas. No se sabe bien cuáles. Su patrimonio, ya lo han dicho, no. De vida o cárcel, ni hablemos. Y esa es la diferencia entre un político errado y un sinvergüenza. Antes perder padre que patrimonio.