Historia de un ‘paleto’ de Bilbao contada a Maite Iturbe

EL CONFIDENCIAL 07/03/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· Por bilbaíno y por vasco, soy español y me siento como tal, aunando sin el más mínimo conflicto mis identidades

Compruebo, señora Iturbe, que aunque usted de Arrasate y yo de Bilbao, no estamos distanciados en la edad, así que lo que usted haya vivido en Euskadi debe parecerse mucho a lo que viví yo cuando, hasta 1998, residía en la capital de Vizcaya. Sí, nací en la bilbaína calle Egaña. No muy lejos, nacieron mis hermanos. También mi mujer —igualmente sus padres— y mis tres hijos. Ellos suman algunos apellidos vascos de mi familia paterna —Urquizu, Elorz, entre otros— a los muchos de las dos sagas de los de su madre. Estudié en Santiago Apóstol, luego en el Instituto Público Miguel de Unamuno y me licencié en Derecho en la Universidad de Deusto. Oposité a una plaza del cuerpo de letrados de la Diputación Foral de Vizcaya en 1978, obteniéndola, servicio del que llegué precozmente a ser su máximo responsable.

Gracias a la bonhomía y amplitud de miras de un nacionalista inolvidable como fue José María Makua Zarandona, diputado general de Vizcaya, pude compatibilizar mis funciones en la Diputación con la colaboración periodística, primero en la desparecida ‘Gaceta del Norte’ y luego en ‘El Correo’, del que en 1990 fui director adjunto, y director entre enero de 1993 y enero de 1998. Cumplidos los 44 años —seguramente más de la mitad de lo que dura una vida—, me vine a Madrid con mi familia. Decidí mudarme la tarde del 12 de julio de 1997, en mi despacho de dirección del principal periódico vasco, bajo la conmoción de la consumación del inminente asesinato de Miguel Ángel Blanco que se produjo en las primeras horas del día 13. Antes, había acudido con mi mujer y mis hijos a la Gran Vía de Bilbao para reclamar a ETA que se apiadase del joven concejal de Ermua.

Le relevo a usted y a los que lean este ‘post’ de determinados detalles, sobre todo porque nadie ha sufrido más que las víctimas del terrorismo y tratar de emular su dolor no es digno. Me considero un afortunado porque lo puedo contar, aunque le aseguro, señora Iturbe, que a punto estuve dos veces de no poder hacerlo. Y viene a cuento este largo exordio para hacerle ver que por bilbaíno y por vasco, soy español y me siento como tal, aunando sin el más mínimo conflicto mis identidades que, siendo factores no esenciales de la personalidad, constituyen las circunstancias que conforman el yo orteguiano.

Supuse que ya no había ‘maketos’ en tierra vasca, que ‘español’ no era allí un insulto, que los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado ya no eran ‘txakurras’ (perros) a los que les linchaban y que los ‘ertzainas’ habían dejado de ser ‘zipayos’. Suponía que la xenofobia y el racismo fundacional en el nacionalismo vasco estaban sepultados en las no reeditadas obras de Sabino Arana y que los exabruptos de Xabier Arzalluz permanecían, empolvados, en las hemerotecas. Suponía que usted, como responsable de la televisión pública vasca, estaba contribuyendo a la convivencia en el País Vasco.

Compruebo sin embargo —y eso sí, con mucho ‘humor’— que, en tanto español —y peor por ser bilbaíno y vasco— formo parte de una caterva de ‘paletos’, ‘catetos’, de ‘fachas’, de tipos «culturalmente atrasados», de una sociedad en la que las mujeres son ‘chonis’. Constato también que el himno de España —que es también mi himno— provoca “ganas de vomitar” y “cagalera” y que la bandera española —que es también mi bandera— causa “horror” y, en fin, que España se llama así “porque el nombre de Mongolia ya estaba cogido”. No voy a continuar repitiendo las ‘humoradas’ de ese programa de ETB-1 (cadena pública en euskera con una media de cuota de 1,9% que logró subir al 2,8% con el programa ‘de risas’ en el que se lanzaron todas esas lindezas), pero sí a sugerirle que debería usted presentar su dimisión y marcharse a su casa y cambiar de trabajo. No espere a que la cesen y evítele al Gobierno vasco un mal trance que se me antoja le sería inesquivable.

Mientras tanto, mis hijos, mi mujer, mis hermanos —todos vascos, todos españoles— seguiremos poniéndonos en pie cuando suene el ‘Gora ta gora’, que es el himno del País Vasco, aunque originalmente lo fuera del nacionalismo; seguiremos prestando respeto a la ikurriña, pese a que la diseñase el nacionalismo de primera hora, aquel de la etnia y el integrismo católico, y seguiremos refiriéndonos a Euskadi, esa denominación que también procede de un neologismo sabiniano.

Le haré, señora Iturbe, una confidencia: el sábado pasado, cuando ya sabía que una de las intervinientes en ese programa de ‘humor’ disponía de un papel secundario en ‘El guardián invisible’, fui a verla con mi mujer a un cine en la calle Fuencarral. No pude, porque en la sesión de las 16:30 se estropeó el proyector, nos devolvieron la entrada y me volví a mi casa a seguir leyendo ‘Breve historia de la revolución rusa’ de Mira Milosevich, buena amiga, y, qué casualidad, esposa de otro bilbaíno que anda por estos lares, mi querido Jon Juaristi.

El sábado próximo voy a volver al cine a ver la película basada en la primera de las novelas de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo. Bueno estaría que la ‘actriz’ que zarandeó los sentimientos de los españoles (vascos incluidos) y que tiene un papelito en el filme fuese, además, capaz de perjudicar a nuestra industria cinematográfica. Al mismo tiempo que le sugiero que se marche, señora Iturbe (es usted, no culpable, pero sí responsable de tanta ofensa), aplaudo a la gran literata Dolores Redondo y al director de ‘El guardián invisible’, Fernando González.

Y un apunte final: los vascos en la diáspora —la mayoría— quisiéramos volver. Pero es que, señora Iturbe, personas como usted, como quienes la mantienen aún en su cargo y como los responsables directos del programa de marras, no nos dejan. No sé por qué (o sí), pienso en ‘Patria’, de Fernando Aramburu.