Kepa Aulestia-El Correo

El modo en que Pedro Sánchez trata de asegurar su continuidad en la presidencia del Gobierno es toda una invitación a la ingenuidad de la gente de bien, y en especial de aquellas personas que se consideran progresistas. La misma invitación que viene cursando Pablo Iglesias en torno a su propuesta de gobierno de coalición o nada. Cuando al otro lado del macizo central, Casado y Rivera extienden a cada paso el mismo convite. Los ciudadanos deben creer lo que dicen los líderes políticos, los analistas están obligados a ceñirse a la literalidad de sus palabras, lo contrario atentaría contra la dignidad de los dirigentes. Queda prohibido disociar los argumentos expuestos de las intenciones que pudiera abrigar cada cual. Quedan prohibidas las especulaciones, porque no hay margen para el escepticismo. Hasta que en el último minuto del 23 de septiembre el Rey convoque elecciones.

La ingenuidad insta a suponer que Sánchez se empeña en evitar esa nueva convocatoria. Pero los hechos señalan lo contrario. Su impasibilidad al posponer hasta no se sabe cuándo el diálogo con Unidas Podemos y su encuentro con Iglesias. El preludio para las esperadas negociaciones con un acto de partido en la antigua estación de Chamartín. El hieratismo de la delegación socialista -Calvo, Montero y Lastra- en el encuentro con Echenique y las ‘confluencias’. La ocultación vergonzante de su última oferta para que Unidas Podemos pudiera designar representantes en órganos e instituciones sujetas a una mayoría parlamentaria o al favor del gobierno. Está claro que Sánchez no muestra especial interés por alcanzar un acuerdo con Iglesias.

Una interpretación ingenua supondría que Sánchez prefiere reservarse para conducir las negociaciones a su favor, evitando conceder a Unidas Podemos la sensación de que el presidente en funciones está necesitado de apoyos. La realidad es muy otra. Sánchez ha simulado construir un cerco social y partidario que obligara a Iglesias a avenirse a un acuerdo de investidura. Pero ha evidenciado tal desgana en su propósito que ha delatado sus verdaderas intenciones. Convertir a Gabriel Rufián en ‘conseguidor’ moral de la rendición de Iglesias no parece buena idea. Al parecer tampoco transmitió a Ortuzar y a Revilla una disposición muy proactiva sobre sus planes; lo que resulta extraño en quien debía -supuestamente- convencerles de la viabilidad de su investidura a quienes ya tenía de su lado.

Sánchez ha decidido que haya elecciones el 10 de noviembre. El nuevo mensaje de que no busca un apoyo de Unidas Podemos «gratis» forma parte de la ‘batalla del relato’. La explicación de los detalles está en el desconcierto que entre los socialistas genera la resistencia de Unidas Podemos. Lo penoso es la escenificación; tan engañosa que confunde a las respectivas bases. Porque el cálculo sobre el que se mueven respectivamente Sánchez e Iglesias es mucho más presentable que el ‘postureo’ al que recurren. Cuando ambos se refieren a la desconfianza mutua como problema de fondo están visionando el futuro próximo. La presunción de que hay una idea general compartida que permitiría asegurar una gobernación de España hacia la izquierda se desvanece cuando se confrontan las visiones de futuro que encierran los respectivos programas. Qué decir de los imponderables que se avecinan. De las crisis globales y de las crisis domésticas. Los papeles que se han intercambiado no alcanzan a pergeñar siquiera un plan de gobierno que asegure un trimestre de coincidencias. Sánchez prefiere elecciones a dos meses vista que verse obligado a convocarlas tras admitir el fracaso de un acuerdo de mínimos que, por otra parte, Iglesias se niega a aceptar.

La clave de bóveda del desencuentro en las izquierdas está en el hecho de que Sánchez reside en La Moncloa. Del mismo modo que la moción de censura contra Rajoy se hizo realidad sorpresivamente, hubiera sido muchísimo más fácil un acuerdo de izquierdas partiendo ambas formaciones desde la oposición. Pero todo cambió hace año y medio. El socialismo de Sánchez entiende que no hay alianza más sólida que la del poder institucional que ostenta, aunque sea en funciones. Frente a tan razonable certeza, todas las familias de Unidas Podemos saben que correrían tantos riesgos o más apoyando la investidura de Sánchez sin seguridad alguna sobre los resultados finales de una alianza hilvanada que sometiéndose al escrutinio del 10 de noviembre.